Este mismo texto lo escribí hace unos meses y tuve que borrarlo porque motivó un efecto que aún hoy perdura pues no se entendió en su contexto. Hoy, que creo haber encontrado vacuna para esta enfermedad, pero que una amiga empieza a evidenciar sus síntomas, lo repito para que todos la covenzáis de que no tengo razón:
"A veces somos tan ilusos de pensar que hemos encontrado la felicidad. Que esta se encierra en una palabra, en una mirada, en un gesto correspondido, e incluso puede hallar su máximo estado en un beso, una caricia o hasta una noche de pasión.
Pero no es cierto. La felicidad real se encuentra en la persona, y todos esos gestos, sin su continente, se quedan en un pasaje efímero, que no podemos llamar felicidad porque precede a la amargura e incluso la desesperación.
Durante años, la sociedad en que vivimos trata de inculcarnos una serie de valores que, por arraigados, achacamos a la propia naturaleza, como puede ser, por ejemplo, la vida en pareja. Nuestra sociedad nos condiciona para compartir la vida, llegando incluso a marginar a aquellos que no lo hacen, con despectivos calificativos (solterón, cuarentón, que se te pasa el arroz, te quedas para vestir santos...) que, aunque con el tiempo se van normalizando, siguen definiendo a un grupo residual que no se ha adaptado a las normas sociales establecidas.
Sin embargo, los miembros de este grupo sectario terminan aceptando su condición, a veces establecida de nacimiento, e incluso llegan a afirmar que es propia elección, que han encontrado la situación ideal o, incluso, en un alarde de autodefensa, que son tan especiales que no encuentran la pareja ideal.
Todos estos mecanismos no son sino máscaras para afrontar esa marginalidad con un mínimo de dignidad que, en la soledad de la noche, se vuelven en contra, desequilibrando su estabilidad emocional y distanciándole, aún más, de los estándares sociales.
La vana lucha por la normalización le permite, de vez en cuando, algún escarceo sentimental, e ilusionarse con esa posible “vida normal”, compartida y bendecida por la sociedad. Sin embargo, el celibato es, por líneas generales, una enfermedad endémica, y cogénita, con la que se nace y no tiene curación ni tratamiento, aunque fuera paliativo. No la cubre la seguridad social y, aunque debiera, tampoco se incluye entre las enfermedades mentales que recomiendan el ingreso en un sanatorio. (Eufemismo de manicomio)
Conscientes aún de su destino, existe un pequeño grupo dentro de este sector desarraigado, que intenta luchar contra su afección y busca, siempre en la persona equivocada, la dualidad que le permita escindirse de tan desarrapada caterva. Esto es, se enamora perdidamente de quien no debe, creyendo haber encontrado el remedio a su achaque.
Sin embargo, y aunque a veces los síntomas parezcan remitir, al poco tiempo la enfermedad reaparece, enquistada y más dolorosa, reforzando sus inseguridades e incrementando y fortaleciendo las máscaras antes mencionadas.
Cuando aparece ese binomio el individuo es capaz de convencerse, sin querer, de que su celibato podía ser efecto del propio destino, que le había reservado hasta encontrarlo, un por fin, final feliz.
Sin embargo, cuando este presunto amor se aleja lentamente, devolviendo al soltero a su condición inicial, la enfermedad metastasia y hasta los huesos duelen al ver que nunca podrá compartir esa vida común con que sueña cada día.
Tiene que resignarse a su enfermedad solitaria, a su cama vacía, sus labios fríos, sus brazos rodeando una almohada que un día tuvo dos formas y a sus ojos perdidos en la oscuridad, buscando los que un día les miraron cómplices y ahora rehúyen su mirada."
Ahora, que el mundo avanza tan deprisa y que casi cualquier enfermedad tiene curación, creo haber encontrado la pócima mágica para combatir esta afección.
Póngase un poco de poesía, varias gotas de autoestima, mucho cariño, un par de miradas, una voz dulce, una gran dosis de sinceridad y apliquensé con fricción en la persona adecuada.
Yo me he bañado en la marmita y espero que me funcione.