martes, 21 de abril de 2009

Briviesca

Parte de mi infancia la pasé en Briviesca, un pequeño pueblo de Burgos del que creo que ya os he hablado en alguna entrada anterior.

Recuerdo su centro como una amplia plaza castellana, de bancos de piedra y una pérgola en el medio, en la que unos querubines de piedra orinaban agua fresca y sobre la que los domingos una orquesta interpretaba partituras de Falla.


Recuerdo su cine, en el que aprendí a vivir otras vidas, a evadirme durante dos horas aproximadamente en los vuelos de Tobi, aquel niño rubio al que le crecían alas, las garras de king kong, o la candidez de oliver twist.



Recuerdo su ayuntamiento, en el que un día ondeó a media asta la bandera española por la muerte de Félix Rodríguez de la Fuente, que sería natural de la zona, y recuerdo sus fiestas, las de san Roque, en el mes de agosto, con unos cabezudos a los que temía y un toro de fuego que me causaba verdadero pánico.

No tenía más de 8 años cuando nos fuimos de allí, pero recuerdo perfectamente el camino al colegio, interminable, andando desde casa, soñando con como sería mi vida de mayor, creyendo que siempre estaría allí.



Con mis pequeñas piernas aquel camino se hacía eterno y llegaba a clase exhausto, más de pensar en el futuro que de cansancio físico, pues los niños no se cansan, solo se agotan para dormir mejor.

Repetí aquel camino infinito durante dos años cada día, excepto en vacaciones y los días que nevaba. Sólo alguna enfermedad aislada y el golpe de estado de 1981 lo interrumpieron.

Volví a briviesca hace 3 años, 25 años después aproximadamente. Quise rehacer aquel camino, pero no fue el mismo. Mis pasos habían crecido desmesuradamente y el trayecto se había reducido en la misma proporción. Apenas me dio tiempo a soñar como lo hacía entonces.

Mi antigua casa se había convertido en un lúgubre portal sin vida y mi viejo colegio se desconchaba en tristes jirones grises sobre un amarillo apagado.

Me decepcionó la visita. Sobre todo por la medida en que aquel camino se había casi extinguido.

Posiblemente dentro de 25 años el amor que ahora siento haya menguado en la misma medida que aquel día lo hizo el camino de mi vieja casa a mi ajado colegio, pero hoy sigo soñando, que este trayecto que sigo cada día, para acercarme a ella, es interminable y lo recorrere toda la vida.

1 comentario:

Nerina Thomas dijo...

Si no contaramos con los recuerdos, no habría historia en uno. Y tu la tienes. Es un placer vivir tus sentimientos. Ello habla de tu persona, llena de emociones, de vivencias ricas. De tus sueños de niño y hoy conmtar con el privilegio de saberte entre nosotros que te seguimos y estamos orgullosos de ti.
un abrazo