Creo que he cerrado los ojos. No estoy seguro. He visto salir el balón de sus manos y durante ese segundo que tarda en llegar al aro he cerrado los ojos. Ahora estoy seguro. He debido hacerlo y en ese breve lapso de tiempo ha pasado por mi mente toda la temporada.
Ha pasado la iusión del inicio. La incertidumbre de ver gotear la información sobre los fichajes. Los debates sobre quién renovarías o quién no. La alegría por ver quedarse a algunos, la tristeza de ver marchar a otros, como tantos durante 10 años, que luego encontrarás en otras canchas, defendiendo otros colores con la misma pasión que han defendido los tuyos.
Han pasado las primeras alegrías convertidas en victorias, la emoción de volver a sentirse primero. Los gritos y cánticos de la afición, los bailes de Monfragüin; la primera frustración en una derrota inmerecida, las primeras decepciones ante el mal nivel de los arbitrajes.
Han pasado cien lesiones, quizás más; las lágrimas de sentirse roto y perderse media temporada; una patada a una silla, un abrazo que encierra el resumen de un partido por encima de cualquier valoración.
Han pasado miles de kilómetros en autobús; decenas de películas entre bostezos y hasta los comentarios desafortunados pero hilarantes del locutor de la televisión local de Jerez.
Han pasado decenas de cafés en un restaurante, cada día en uno distinto, alguna caña y algún vino, alentando los mismos comentarios lastimosos de temporada tras temporada, planificando un mundo mejor, en el que subiríamos a ACB.
Han pasado derrotas catastróficas, victorias agónicas, pérdidas por la mínima, triunfos aplastantes.
Ha pasado cien nombres de jugadores, comentarios con chispa, locuciones para olvidar, una temporada dedicada de mi voz a una voz en la sierra.
Ha pasado la ilusión de una ciudad, la emoción contenida, el silencio de ese segundo... y la frustración de ver un balón golpear el hierro y salir despedido junto a mil sueños, a mil respiraciones sostenidas en la pasión de un jugador local, Pedro Blázquez, que hoy me ha hecho sentirme orgulloso de ser placentino.
He apagado mi micro. Lo he guardado en su bolsa hasta la próxima temporada. Escuchará otros nombres, no sé si quizás otra voz, pero seguirá ahí, otros 10 años, esperando que, algún día, esa canasta entre y las lágrimas, esta vez, sean de alegría.
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