La política, como casi todas y cada una de las facetas a las que uno puede dedicarse en esta vida, está también unida a una serie de anécdotas que la hacen a veces divertida, siempre que el desenlace sea feliz, como es el caso.
No sé si aquí contado conservará la gracia que la incidencia tuvo en su momento, al menos para mí. Espero que sí.
Fue el pasado sábado. Aunque oficialmente no me tocaba volver a casar hasta agosto, y sentimentalmente hasta el 25 de Julio, un par de compromisos personales me llevaron a enfundarme de nuevo la medalla municipal para oficiar dos ceremonias civiles que habían de celebrarse en tan solo media hora en dos puntos de la ciudad nada cercanos. A la 1 en el Parador y a la 1,30 en la despensa de Extremadura. Así rezaba (aunque fueran por lo civil) en las actas que cuidadósamente guardaba para tales ocasiones.
Para agilizar los desplazamientos decidí usar la moto, que si bien no es el mejor vehículo para ir en traje y zapatos sí me posibilitaba llegar a ambos sitios con el tiempo necesario.
La primera boda transcurrió con normalidad. Aunque hube de salir corriendo sin poder pulsar la opinión de los contrayentes sobre la ceremonia me consta que les gustó.
A la salida comenzaron los problemas. Dos coches bloqueaban el aparcamiento de la moto y haciendo acopio de mis escasas fuerzas, más debilitadas aún ese sábado por la mañana por detalles que no vienen al caso, tuve que sacarla casi a pulso del lugar, dilapidando los 4 ó 5 minutos que tenía de margen para llegar con tranquilidad y relajado a la despensa de Extremadura. Por el camino fui sorteando como pude vehículos, peatones y otros elementos viarios cual Valentino Rossi, aunque a punto estuve de parecerme a Carlos Checa en un par de ocasiones.
Cuando llegué a la despensa un frío escalofrío recorrió mi cuerpo. La falta de público alrededor hacía presagiar que las cosas no marchaban bien. Recorrí alocado todas las salas y salones del restaurante y por allí no había ningún vestigio de boda. Uno de los comedores se encontraba completamente montado y preparado para alguna celebración pero por ningún lado aparecían los celebrantes. Pregunté en el bar y me confirmaron mis dudas. Allí no había ninguna boda, tan solo una comunión.
Como comuniones por lo civil no oficio (todavía) salí corriendo desesperado sin saber qué hacer. En algún lugar de Plasencia me esperaban Adrián y Carolina para contraer matrimonio y yo no sabía cómo localizarlos. El único teléfono de toda la boda que tenía a mi alcance, el de Adrián sonaba en algún lugar sin que nadie se parase a contestarlo. Imaginé lo incómodo que es ir vestido de chaqué con el teléfono en el bolsillo.
No sabía qué hacer y, desesperado, encaminé mi moto hacia el alfonso VIII por si sonaba la flauta, o el teléfono, mientras tanto... pero, tampoco era allí. Frente a Correos, y sin saber cómo actuar decidí llamar a la policía y... os transcribo el diálogo por qué fue de lo más surrealista.
- Policía local....
- Buenos días, Soy Juan Carlos, concejal de desarrollo sostenible, creo que lo que te voy a pedir no te lo han pedido nunca, pero... no sé que hacer... he perdido una boda
- ¿Cómo que has perdido una boda?
- Sí. Tenía que casar una pareja en la despensa de Extremadura y allí no están...
- ¿Y qué quieres que yo le haga?
- Búscamelos, por favor. En algún lugar de Plasencia tiene que haber una pareja, con sus invitados, sus flores y su arroz esperando a un concejal....
- ¿Cómo?
- Si. Hazme el favor y llama a todos los hoteles, menos al Alfonso VIII y la despensa, y pregunta si les falta alguien para una boda....
- De acuerdo. Te llamo cuando sepa algo....
Al cabo de un rato el teléfono sonó. En el hotel Azar había un par de docenas de invitados achicharrándose al sol esperando a un oficiante que no llegaba. De nuevo a la carrera y sorteando el tráfico llegué con más de media hora de retraso, esta vez sí, al lugar de la ceremonia, ante la estupefacción de los convidados que, todo hay que decirlo, rápidamente entendieron la situación, la disculparon, y disfrutaron de una celebración que creo que nunca olvidaremos ninguno.
No sé si aquí contado conservará la gracia que la incidencia tuvo en su momento, al menos para mí. Espero que sí.
Fue el pasado sábado. Aunque oficialmente no me tocaba volver a casar hasta agosto, y sentimentalmente hasta el 25 de Julio, un par de compromisos personales me llevaron a enfundarme de nuevo la medalla municipal para oficiar dos ceremonias civiles que habían de celebrarse en tan solo media hora en dos puntos de la ciudad nada cercanos. A la 1 en el Parador y a la 1,30 en la despensa de Extremadura. Así rezaba (aunque fueran por lo civil) en las actas que cuidadósamente guardaba para tales ocasiones.
Para agilizar los desplazamientos decidí usar la moto, que si bien no es el mejor vehículo para ir en traje y zapatos sí me posibilitaba llegar a ambos sitios con el tiempo necesario.
La primera boda transcurrió con normalidad. Aunque hube de salir corriendo sin poder pulsar la opinión de los contrayentes sobre la ceremonia me consta que les gustó.
A la salida comenzaron los problemas. Dos coches bloqueaban el aparcamiento de la moto y haciendo acopio de mis escasas fuerzas, más debilitadas aún ese sábado por la mañana por detalles que no vienen al caso, tuve que sacarla casi a pulso del lugar, dilapidando los 4 ó 5 minutos que tenía de margen para llegar con tranquilidad y relajado a la despensa de Extremadura. Por el camino fui sorteando como pude vehículos, peatones y otros elementos viarios cual Valentino Rossi, aunque a punto estuve de parecerme a Carlos Checa en un par de ocasiones.
Cuando llegué a la despensa un frío escalofrío recorrió mi cuerpo. La falta de público alrededor hacía presagiar que las cosas no marchaban bien. Recorrí alocado todas las salas y salones del restaurante y por allí no había ningún vestigio de boda. Uno de los comedores se encontraba completamente montado y preparado para alguna celebración pero por ningún lado aparecían los celebrantes. Pregunté en el bar y me confirmaron mis dudas. Allí no había ninguna boda, tan solo una comunión.
Como comuniones por lo civil no oficio (todavía) salí corriendo desesperado sin saber qué hacer. En algún lugar de Plasencia me esperaban Adrián y Carolina para contraer matrimonio y yo no sabía cómo localizarlos. El único teléfono de toda la boda que tenía a mi alcance, el de Adrián sonaba en algún lugar sin que nadie se parase a contestarlo. Imaginé lo incómodo que es ir vestido de chaqué con el teléfono en el bolsillo.
No sabía qué hacer y, desesperado, encaminé mi moto hacia el alfonso VIII por si sonaba la flauta, o el teléfono, mientras tanto... pero, tampoco era allí. Frente a Correos, y sin saber cómo actuar decidí llamar a la policía y... os transcribo el diálogo por qué fue de lo más surrealista.
- Policía local....
- Buenos días, Soy Juan Carlos, concejal de desarrollo sostenible, creo que lo que te voy a pedir no te lo han pedido nunca, pero... no sé que hacer... he perdido una boda
- ¿Cómo que has perdido una boda?
- Sí. Tenía que casar una pareja en la despensa de Extremadura y allí no están...
- ¿Y qué quieres que yo le haga?
- Búscamelos, por favor. En algún lugar de Plasencia tiene que haber una pareja, con sus invitados, sus flores y su arroz esperando a un concejal....
- ¿Cómo?
- Si. Hazme el favor y llama a todos los hoteles, menos al Alfonso VIII y la despensa, y pregunta si les falta alguien para una boda....
- De acuerdo. Te llamo cuando sepa algo....
Al cabo de un rato el teléfono sonó. En el hotel Azar había un par de docenas de invitados achicharrándose al sol esperando a un oficiante que no llegaba. De nuevo a la carrera y sorteando el tráfico llegué con más de media hora de retraso, esta vez sí, al lugar de la ceremonia, ante la estupefacción de los convidados que, todo hay que decirlo, rápidamente entendieron la situación, la disculparon, y disfrutaron de una celebración que creo que nunca olvidaremos ninguno.
1 comentario:
Apunta en tu agenda (con alarma incluída): Boda Iván y Patricia, 25 Julio de 2009 a las 8 de la tarde, en los jardines del Hotel Balneario Valle del Jerte (Valdastillas).
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