A veces mi caminar errático parece el ebrio andar sin rumbo del moribundo, el denodado navegar contracorriente de un barco de cáscara de nuez ante la ira de Eolo, o la vertiginosa caída de Ícaro abrasado por la cera que el sol fundió en su espalda. Pero en sus indecisos pasos avanza, torpemente, aprendiendo del futuro que imagina más que del pasado que intenta aleccionarle con ideas preconcebidas.
Avanza con la satisfacción de que cada paso, acertado o fallido, lo dio con la libertad de querer caminar, no de tenerlo que hacer, con la ilusión de buscar mi destino, no el destino.
Pero en ese angosto camino sé que estás ahí y sé que me intuyes; que aunque mis huellas se salgan del camino de baldosas amarillas que te gustaría que siguiese, para dejar restos de barro en su delicada porcelana que otros vendriais a limpiar, mis pasos siguen marcando un sendero que discurre sinuoso entre la felicidad de sentirme único y la desolación de sentirme solo.
En realidad no estoy lejos sino al lado, en el arcén pedregoso por el que mis pies caminan con mayor facilidad, lejos del vertiginoso ritmo que quiere marcar tu autopista. Apartado de las ráfagas de aire que me impulsan a la cuneta al adelantarme por la vía rápida, pero también lejos de las caravanas del domingo familiar de filetes empanados y tortilla. Por eso avanzo, y llego, y cuando buscas a tu lado sigo ahí porque nunca me fui, sólo tracé mi itinerario al margen de convencionalidades para evitar crear atascos, para impedir que mi deambular dubitativo entorpeciese el viaje a quienes queríais correr más o distinto.
A lo mejor en ocasiones olvidé señalizar mi maniobra o, al contrario, dejé tanto tiempo puesto el intermitente que pensasteis que olvidé apagarlo. No importa, me encontrarás en el siguiente apeadero, con mi cesta de mimbre abierta para seguir compartiendo su contenido. La encontrarás desordenada, pero siempre podrás comer de ella, aunque sea el postre antes que la sopa.
Avanza con la satisfacción de que cada paso, acertado o fallido, lo dio con la libertad de querer caminar, no de tenerlo que hacer, con la ilusión de buscar mi destino, no el destino.
Pero en ese angosto camino sé que estás ahí y sé que me intuyes; que aunque mis huellas se salgan del camino de baldosas amarillas que te gustaría que siguiese, para dejar restos de barro en su delicada porcelana que otros vendriais a limpiar, mis pasos siguen marcando un sendero que discurre sinuoso entre la felicidad de sentirme único y la desolación de sentirme solo.
En realidad no estoy lejos sino al lado, en el arcén pedregoso por el que mis pies caminan con mayor facilidad, lejos del vertiginoso ritmo que quiere marcar tu autopista. Apartado de las ráfagas de aire que me impulsan a la cuneta al adelantarme por la vía rápida, pero también lejos de las caravanas del domingo familiar de filetes empanados y tortilla. Por eso avanzo, y llego, y cuando buscas a tu lado sigo ahí porque nunca me fui, sólo tracé mi itinerario al margen de convencionalidades para evitar crear atascos, para impedir que mi deambular dubitativo entorpeciese el viaje a quienes queríais correr más o distinto.
A lo mejor en ocasiones olvidé señalizar mi maniobra o, al contrario, dejé tanto tiempo puesto el intermitente que pensasteis que olvidé apagarlo. No importa, me encontrarás en el siguiente apeadero, con mi cesta de mimbre abierta para seguir compartiendo su contenido. La encontrarás desordenada, pero siempre podrás comer de ella, aunque sea el postre antes que la sopa.
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