lunes, 30 de marzo de 2009

Segundo

Hoy se ha fallado el premio del certamen de microrelatos de Caja Ávila. Al igual que la participación no era tan abundante como decían (alardeaban de cerca de 12.000 escritores que se han quedado en menos de un 10%, 1144) la satisfacción de ser segundo se ha reducido en la misma escala.

Muchas veces he bromeado sobre los segundos, no los cronológicos si no los ordinales, aunque ambos son igual de breves. Ser segundo no reporta nada, a no ser en el premio Planeta que su consignación también me apañaba el día, ni conlleva ninguna distinción.

Nadie se acuerda del segundo clasificado en los 100 metros lisos de las últimas olimpiadas, del segundo hombre que llegó al Everest o de la segunda tortilla de patatas más grande del mundo (excepto quienes se la comieron, cosa que no puedo hacer con mi relato).

Tan sólo se acuerdan de los segundos en los enfrentamientos directos: la final de un mundial o Eurocopa, de un combate de boxeo o de un master de tenis, y no por ser segundos, sino porque fueron quienes perdieron contra el primero.

Cuando algo no nos gusta pasa a un discreto segundo plano, el actor menos importante en un reparto es un secundario, segundas partes nunca fueron buenas y alguien irrelevante en una plantilla es un segundón. Queda claro que ser segundo no tiene ningún mérito.

Sin embargo, con la rabia de haberme quedado en las puertas, me siento orgulloso y si puedo celebraré mi propia gala para otorgarme el segundo premio. Obligado vestir de gala. Estáis todos invitados.


El relato casi premiado es el siguiente (muchos ya lo conocíais):


Vecinos

Hoy, al subir al ascensor, coincidí con un desconocido. No lo había visto nunca, pero la normalidad con que entró, con un ligero gesto de saludo, al que correspondí instintivamente, me dio a entender que pertenecía al bloque. Extraño. En mi descansillo conozco a todos los vecinos, aunque no puedo asegurar si estaba dentro cuando llegué.

Miraba hacia abajo, con ojos cansados, quizás llorosos. Mostraba un gesto prematuramente avejentado, puede que por los años, o por las circunstancias. Parecía hastiado. Su rostro reflejaba una edad muy superior a la que aparentaban su cuerpo y sus vestimentas.

Pero no era su semblante, era ese mohín cansado, casi agónico, esa mirada triste, ese brillo compungido de unos ojos a punto de romper en lágrimas, esa mueca apenada, lánguida, esa tez blanquecina, casi enfermiza, ese otear vago hacia el horizonte del suelo en el que escarbaba, buscando un lugar dónde descansar.

Me contagió su pena. No lo conocía, pero supe que no era feliz. Quise ofrecerle algo, una palabra de ánimo, un chiste, o ¿por qué no?, un abrazo, cuando se abrió la puerta del ascensor. Salí sin despedirme.

Él hizo lo mismo por el lado del espejo.

1 comentario:

Nerina Thomas dijo...

La competición no me agrada, mucho menos entre escritores. Cada escrito cuenta con un valor incalculable. Sabes, estoy terminando mi primera novela y ya la mitad está en el oorrector y no imaginas cuánto me ha costado hacerlo.
Pero se, que es la única manera de crecer, ser humilde y aceptar correcciones para mejorar.
FELICITACIONES!!! TU ESCRITO ES BRILLANTE Y TU LO SABES, CON ELLO BASTA.
No hay mejor ni no tan mejor, es tu palabra, tu escrito y lleno de talento.
Cada uno sabe en su interior lo valioso que resulta lo que se escribe.
Un abrazo amigo