Sin embargo las lágrimas de ayer fueron de alegría y conmoción. De reencuentros inesperados. De 25 años de espera para un abrazo emocionado. De cientos de anécdotas que se atropellaban. De miles de experiencias compartidas, de vidas comunes que ayer se reencontraron.
Ayer sus lágrimas me hicieron feliz. Porque ellos lo eran. Ayer me sentí especialmente orgulloso de mi familia. De mis hermanos y mis cuñadas. De la ilusión depositada en un día de cuento de hadas, que hoy se plegará en el baúl de los recuerdos, pero dejará en nuestros corazones la alegría de haber devuelto su valor a la amistad, a la familia.
Fue un pequeño homenaje. Sentido, ilusionado. Seguramente merezcan uno cada día. Por su entrega, por su sacrificio, y se lo haremos con esos pequeños gestos, esos detalles, que puedan hacerles sentir lo muy agradecidos que estamos por su tesón.
Pero ayer era especial y, por una vez, me sentí orgulloso de hacer llorar a mis padres.
1 comentario:
Que guay poder a ver sido participe de esto, me senti un poco Isabel Gemio.
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