Hoy he ido a esquiar por primera vez. Aunque mi buen amigo Mario había insistido en reiteradas ocasiones para que le acompañara alguna vez a la práctica de este deporte, ha sido otra gran amiga, Elena, la que me ha convencido para que lo hiciera.
Mi falta de equilibrio, mi pobre forma física, y mis temores me han llevado a practicar durante horas la actividad de caída y recuperación. He caído de mil formas diferentes sobre cien partes distintas de mi cuerpo, cómo ahora me recuerdan mi rodilla dolorida, mis nalgas amoratadas y algún que otro hematoma disperso por distintos lugares de mi cuerpo.
Durante todo este aprendizaje de "maneras de caer y volver a levantarse" todo el mundo a mi alrededor ha insistido con un consejo: "Haz la cuña". Lo he intentado. He agachado el culo, doblado las rodillas, girado los tobillos, juntado y separado los pies; tantos movimientos extraños que más bien parecía el nuevo baile de King África... con nulo resultado. Una y otra vez mis esfuerzos rodaban sobre la nieve.
Tras 3 ó 4 horas de denodados, pero inútiles, esfuerzos se ha acercado una niña de no más de 3 años al verme caer y me ha dicho "haz la casita".
Se refería a la misma postura de cuña en la que tanto habían insistido a mi alrededor durante horas pero, no sé por qué motivo, al levantarme, he colocado mis pies, y los esquís han frenado automáticamente. He avanzado unos metros, he vuelto a colocar mis pies, y de nuevo he conseguido frenar. Desde ese momento no puedo decir que haya esquiado ni siquiera como un familiar lejano de los Fernández Ochoa, pero al menos he conseguido soltarme y disfrutar esquiando del resto de la tarde.
A veces escuchamos los consejos que nos dan a nuestro alrededor para que dejemos de caer siempre en los mismos errores y no somos capaces de corregir nuestra postura. Tiene que ser la dulce voz de la inocencia la que, con sus propias palabras, nos haga reaccionar.
Mi falta de equilibrio, mi pobre forma física, y mis temores me han llevado a practicar durante horas la actividad de caída y recuperación. He caído de mil formas diferentes sobre cien partes distintas de mi cuerpo, cómo ahora me recuerdan mi rodilla dolorida, mis nalgas amoratadas y algún que otro hematoma disperso por distintos lugares de mi cuerpo.
Durante todo este aprendizaje de "maneras de caer y volver a levantarse" todo el mundo a mi alrededor ha insistido con un consejo: "Haz la cuña". Lo he intentado. He agachado el culo, doblado las rodillas, girado los tobillos, juntado y separado los pies; tantos movimientos extraños que más bien parecía el nuevo baile de King África... con nulo resultado. Una y otra vez mis esfuerzos rodaban sobre la nieve.
Tras 3 ó 4 horas de denodados, pero inútiles, esfuerzos se ha acercado una niña de no más de 3 años al verme caer y me ha dicho "haz la casita".
Se refería a la misma postura de cuña en la que tanto habían insistido a mi alrededor durante horas pero, no sé por qué motivo, al levantarme, he colocado mis pies, y los esquís han frenado automáticamente. He avanzado unos metros, he vuelto a colocar mis pies, y de nuevo he conseguido frenar. Desde ese momento no puedo decir que haya esquiado ni siquiera como un familiar lejano de los Fernández Ochoa, pero al menos he conseguido soltarme y disfrutar esquiando del resto de la tarde.
A veces escuchamos los consejos que nos dan a nuestro alrededor para que dejemos de caer siempre en los mismos errores y no somos capaces de corregir nuestra postura. Tiene que ser la dulce voz de la inocencia la que, con sus propias palabras, nos haga reaccionar.
2 comentarios:
Preciosa reflexión amigo mío, pero es imposible tomarla en consideración mientras te imagino ataviado para la ocasión....jajajja. Un abrazo
Muy bien amigo!! lo has intentado, la próxima vez lo harás mejor!
Te he extrañado!!!
un abrazo
Felices Pascuas.pues a propósito, me llevo unos caramelos que me ha entrado deseos de saborear un par.
Gracias por tu gentileza de dejarme ellos para que me los traiga.
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