El otro día me llamaron de mi aseguradora. Una chica, con voz triste y monótona me decía que mi banco había devuelto el último recibo. Me preguntó si había un error en la domiciliación, a sabiendas que no era así. Después de tantos años pagándolo desde la misma cuenta sería muy extraño que se hubiese trastocado un número. Le dije que no podía pagarlo, que sólo me quedaban palabras para pagar mis letras. Se echó a llorar y me dijo que palabras era lo que necesitaba. Se sentía sola y aquel trabajo al fin de un teléfono sólo le aportaba voces, pero muy pocas palabras. Hablamos durante una hora. No solucionamos mi problema, pero ella se quedó más tranquila y agradeció mi conversación.
Días después, al intentar hacer una llamada desde mi móvil, la conferencia fue desviada a un operador. Le noté cansado y apagado. Me señaló que por falta de pago el servicio había sido suspendido. Si quería recuperarlo debería hacer un ingreso en un número de cuenta. Le señalé que no era posible, pero que si quería un abrazo podía ofrecerle cientos. Se desmoronó y me contó sus problemas. Su mujer le había abandonado y vivía en un sucio motel que apenas podía pagar una vez cubiertas las necesidades de su cada vez más exigente exesposa. No pude materializar aquel abrazo pero lo recibió en la distancia.
Hoy me han llamado desde un número desconocido. Al principio no quería contestar por miedo a que algún otro acreedor estuviera al acecho. Efectivamente cuando por fin he descolgado el teléfono una chica joven con acento sudamericano me ha señalado que llamaba desde la entidad emisora de mi tarjeta de crédito. No había satisfecho la última cuota y me preguntaba cómo podíamos solucionarlo. Le dije que no era posible. Que lo único que tenía era tiempo y si podía cobrarse en minutos. Reconoció que no serviría de nada, que no saldaría mi deuda, pero empezó a hablar, primero con timidez, más tarde con confianza. Había dejado su país buscando el dorado.
Había venido a España con la intención de sacar el dinero suficiente para comprar un apartamento en Ecuador y regresar junto a su familia a los 3 años. Llevaba 6 en Madrid y apenas había ahorrado 3000 euros para enviar a su casa más allá del Atlántico. Mi deuda seguía pendiente pero la joven agradeció el tiempo que había dedicado a escucharle.
Mi cuenta sigue en rojo, pero he ingresado mil palabras, cien abrazos y quinientos minutos para quien pudiera necesitarlos. Son las principales carencias de esta crisis.
Días después, al intentar hacer una llamada desde mi móvil, la conferencia fue desviada a un operador. Le noté cansado y apagado. Me señaló que por falta de pago el servicio había sido suspendido. Si quería recuperarlo debería hacer un ingreso en un número de cuenta. Le señalé que no era posible, pero que si quería un abrazo podía ofrecerle cientos. Se desmoronó y me contó sus problemas. Su mujer le había abandonado y vivía en un sucio motel que apenas podía pagar una vez cubiertas las necesidades de su cada vez más exigente exesposa. No pude materializar aquel abrazo pero lo recibió en la distancia.
Hoy me han llamado desde un número desconocido. Al principio no quería contestar por miedo a que algún otro acreedor estuviera al acecho. Efectivamente cuando por fin he descolgado el teléfono una chica joven con acento sudamericano me ha señalado que llamaba desde la entidad emisora de mi tarjeta de crédito. No había satisfecho la última cuota y me preguntaba cómo podíamos solucionarlo. Le dije que no era posible. Que lo único que tenía era tiempo y si podía cobrarse en minutos. Reconoció que no serviría de nada, que no saldaría mi deuda, pero empezó a hablar, primero con timidez, más tarde con confianza. Había dejado su país buscando el dorado.
Había venido a España con la intención de sacar el dinero suficiente para comprar un apartamento en Ecuador y regresar junto a su familia a los 3 años. Llevaba 6 en Madrid y apenas había ahorrado 3000 euros para enviar a su casa más allá del Atlántico. Mi deuda seguía pendiente pero la joven agradeció el tiempo que había dedicado a escucharle.
Mi cuenta sigue en rojo, pero he ingresado mil palabras, cien abrazos y quinientos minutos para quien pudiera necesitarlos. Son las principales carencias de esta crisis.
3 comentarios:
Estupendo! yo me quedo con las palabras,unos minutos para meditar y un abrazo para saludarte.
Grande lo tuyo!!! y yo que pienso ir a España!!!ja...fuerza.
Una maravilñla lo tuyo. Es verídico?
Sabes, "escribes como los dioses"
mi respeto habitual
Escribes la realidad con tus palabras, tan tiernas, a veces no valoramos suficiente lo genial que son ciertas palabras, ciertos minutos escuchando, a veces no te solucionan las cosas, pero sienta tan bien desahogarse.
Juan Carlos tu siempre serás un gran inspirador, que sepas, que yo no escribo como tú, pero me he lanzado y he vuelto a escribir mis cosas, pero a escribir.....
Me encantaría que escribieses un libro. Lo compraría la primera.
Eres todo un maestro, y no un maestro de toros, como ya sabes...
Un maestro que te hace ver la realidad con solo leerte, espero que me hagas un hueco un día y podamos charlar por telefono.
Un besazo (donde tu sabes)
Desvanera87 (SA)
Publicar un comentario