Se sentó como cada mañana en su montículo de arena. Con su pequeño rastrillo fue juntando un montón que moldear. Era así cada amanecer. Con un pequeño e insignificante cubo, una pala de plástico y un rastrillo de juguete iba generando una montaña que nunca acababa de tener forma.
Cada noche, con la pleamar, su pequeña construcción de arena era arrastrada por la corriente, convirtiéndose en una insignificante colina en la que nadie podía identificar los cimientos del castillo que ilusionadamente había erigido la mañana anterior.
Cada día era derruido, por la fuerza de un mar superior, pero no desistía. Al levantarse volvía con su cubo, con su pequeña pala y su insignificante rastrillo, a levantar los muros de su castillo, el que daba refugio a sus ilusiones, a sus sueños y sus pasiones.
Un día el mar respetó su construcción. Las algas rodearon sus montañas, dándole un particular cobijo, y mantuvieron intactas sus torres, refugio de deseos y emociones.
Al día siguiente, ignorante de su logro, siguió construyendo. Dibujó sus almenas, su foso y un pequeño puente que daba acceso a su imaginación.
Podía volver la marea, podía volver la naturaleza a arrastrar sus paredes, pero sabía que lo había logrado, que durante un instante infinito había soportado los embistes del mar, la fuerza de una naturaleza que se negaba a permitir tanta belleza, la comunión del esfuerzo, del trabajo de manos ajadas, con una corriente adversa que se negaba a conceder, al menos, una oportunidad.
El cuento está escrito a las 4,30 de la mañana en un estado de embriaguez avanzado, por lo que puede contener errores. Espero sepáis entenderlo. No obstante lo voy corrigiendo a medida que mi estado va mejorando. Si alguien no entiende su moraleja que pregunte, que para eso estamos.
Cada noche, con la pleamar, su pequeña construcción de arena era arrastrada por la corriente, convirtiéndose en una insignificante colina en la que nadie podía identificar los cimientos del castillo que ilusionadamente había erigido la mañana anterior.
Cada día era derruido, por la fuerza de un mar superior, pero no desistía. Al levantarse volvía con su cubo, con su pequeña pala y su insignificante rastrillo, a levantar los muros de su castillo, el que daba refugio a sus ilusiones, a sus sueños y sus pasiones.
Un día el mar respetó su construcción. Las algas rodearon sus montañas, dándole un particular cobijo, y mantuvieron intactas sus torres, refugio de deseos y emociones.
Al día siguiente, ignorante de su logro, siguió construyendo. Dibujó sus almenas, su foso y un pequeño puente que daba acceso a su imaginación.
Podía volver la marea, podía volver la naturaleza a arrastrar sus paredes, pero sabía que lo había logrado, que durante un instante infinito había soportado los embistes del mar, la fuerza de una naturaleza que se negaba a permitir tanta belleza, la comunión del esfuerzo, del trabajo de manos ajadas, con una corriente adversa que se negaba a conceder, al menos, una oportunidad.
El cuento está escrito a las 4,30 de la mañana en un estado de embriaguez avanzado, por lo que puede contener errores. Espero sepáis entenderlo. No obstante lo voy corrigiendo a medida que mi estado va mejorando. Si alguien no entiende su moraleja que pregunte, que para eso estamos.
6 comentarios:
Que pasa, cavernicola?
No te dejan construir tu castillo?
Estoy en ello, pero lo bonito es ver cada amanecer en la playa cuando llego con mi cubo, mi pala y mi rastrillo, y ver las algas rodearlo y protegerlo para dejar que cada día sobreviva al menos una almena tras la que refugiar mi esperanza.
Estupenda eleccion, aunque si sientes que se retrasa el amanecer, cambia de orilla, que la vida puede no ser tan larga como creemos.
A veces merece la pena esperar el amanecer el tiempo que sea necesario. ¿Por qué te crees que uno de mis libros favoritos es El amor en los tiempos del cólera? Una eternidad esperando...
Un buen libro, aunque con una espera demasiado larga...
LOs castillos se llevan construyendo desde el siglo X, no iremos a parar ahora, no?.
SUERTE ARQUITECTO ;)
CuKy
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