miércoles, 28 de enero de 2009

La danza de la mariposa muerta (Capítulo VIII)

Capítulo VIII
Despertar

Cuándo despertó había perdido completamente la noción de dónde se encontraba. Un fuerte dolor de espalda y el ronquido de 11 jugadores de baloncesto, el mister, el fisioterapeuta, el delegado de equipo y el segundo entrenador le devolvieron rápidamente a la realidad.

Se asomó por la ventana y tuvo que esperar varios kilómetros para ubicarse. “Alcolea del Pinar 12 kilómetros” ¿Todavía? ¿Cuánto había dormido? ¿10 minutos? No sabía realmente dónde se había quedado dormido, lo que sí comprendía es que aún le quedaban más de 5 horas de viaje, incluida la pausa de 45 minutos que harían en breve.

Automáticamente se llevó la mano a la barriga, no por hambre sino buscando el libro. No lo encontró. Por momentos deseó que todo no hubiera sido más que un sueño y librarse así de aquel cometido que tanto le estaba costando cumplir. Pero no, el libro estaba sobre el asiento de al lado, cuidadosamente cerrado y con el ticket de compra haciendo de marcapáginas. Después de todo antes de dormirse había conseguido cerrarlo.

Intentó cerrar los ojos y sumirse de nuevo en el sueño que acababa de interrumpir, pero aquel diario parecía llamarle desde el asiento de pasillo. “Hasta la parada” – Se dijo. Y continuó leyendo, pese a que no le gustaba encender la luz de lectura del autobús por no molestar a sus compañeros de viaje. Ninguno pareció notarlo.

Desistir

Llevo dos días escribiendo y ya me estoy planteando desistir. ¿De qué me sirve este juego? Pretendía escribir una biografía. Aunar todos los relatos que he ido escribiendo sobre mi vida a lo largo de esta y acompañarlos de aquellos pasajes que aún no habían tomado literatura.

Pensaba que así podría recuperar los momentos que me han hecho desdichada y afrontar mi destino con mayor determinación. O quizás, inconscientemente, buscaba pasajes felices para no culminarla.

He dejado el borrador de este libro intencionadamente sobre la mesa estos dos días, esperando que alguien lo viese e intercediese en mi decisión. Al final soy como casi todas y este intento no va a ser más que un vacuo esfuerzo por llamar la atención, por buscar un grito que me pare, una voz amiga que lo interrumpa a tiempo.

Pero no. Tan solo Luís lo ha mirado por encima, haciendo como que lo leía, como con todo lo que escribo, con ese fingido gesto de aprobación que tan practicado tiene, y Ana, cuando vino a cenar, lo apartó refunfuñando porque siempre tengo la casa llena de papeles.

Hubo un momento en que pensé que María lo iba a leer, pero no era más que uno de esos instantes de abstracción que ella tiene y se queda fija, absorta en cualquier objeto, el libro en esta ocasión, una copa el resto de la noche.

No, no lo han leído. Pero creo que aunque llenara la mesa de pastillas, colgara una soga de la lámpara, acercara un poyete a la ventana y dejase el lavabo lleno de hojillas de afeitar oxidadas ninguno pensaría en que mi intención es hacerme daño.

¿Cómo van a pensarlo de Natalia? La dicharachera, la feliz, la triunfadora, la envidia de media ciudad y la admiración de la otra media…

Durante años me he forjado esta máscara que hoy me cubre y, a veces, pienso que soy yo misma la que estoy equivocada y en realidad no soy la que duerme sola cada día, atiborrada de pastillas para no desvelarme a media noche, si no la afable, servicial y siempre alegre Natalia que todo el mundo reconoce.

Quizás la máscara sea la visión que guardo solo para mí, esa mirada lánguida, apenada, ese deambular errático, esos pies descalzos arrastrándose por un pasillo sin ruidos…

Puede que cada noche me camufle en ella para engañarme, para descargarme de ser la “estupendísima chispa de la vida” y relajar la carga que representa.

Es posible que la Natalia real sea la que mañana no sepa nada de este libro y pasee por las calles saludando a diestro y siniestro, o bromee con sus compañeros sobre lo excepcional que serán las próximas vacaciones de verano, y no la que ahora cierra este capítulo indecisa, sobre si poner fin a este relato o dejarlo sobre la mesa a ver si mañana alguien lo lee…”

“¡Lo sabía!” Exclamó en voz excesivamente alta para el silencio reinante del autobús. Afortunadamente tan solo el conductor, Ángel, miró hacia atrás extrañado sin saber de quién había sido aquella exclamación. El resto seguía dormido, o al menos eso parecía ya que nadie se inmutó ante su pequeño grito.

“¡Lo sabía!” dijo ahora entredientes avergonzado. “¡Al final es solo un grito de atención!, ¡No lo hará!” –pensó, cuando se dio cuenta de que aquel libro estaba entre sus manos, completo, editado y publicado, lo que significaba que al final había decidido continuar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sabes, es uno de los capítulos que más me han gustado..Pero ¿sabe Natalia que debería llamar a alguien cuando se despierta a las tantas de la noche? Besos