Epílogo:
Bask traduja la runa, se la leyó a los habitantes de la mirada de Anele y enseguida entendieron qué había sucedido:
Nunca tuve conciencia del tiempo
hasta que había pasado.
Nunca pensé en que fluía
como el Árrago valle abajo
y que las aguas que veía
nunca eran las mismas,
y que las piedras que arrastraba
nunca volverían.
Nunca tuve conciencia del tiempo
hasta que un día,
quise volver al pasado.
hasta que había pasado.
Nunca pensé en que fluía
como el Árrago valle abajo
y que las aguas que veía
nunca eran las mismas,
y que las piedras que arrastraba
nunca volverían.
Nunca tuve conciencia del tiempo
hasta que un día,
quise volver al pasado.
Hay veces que el uso o la costumbre obligan. Nos hacemos víctimas, rehenes, del tiempo y el pasado. Es entonces cuando tenemos que buscar en nuestros recuerdos, observar el presente, mirar al futuro y comprobar que el tiempo pasa inexorable para sentirnos vivos. Es su transcurso el que demuestra que progresamos y no debemos anclarnos a su historia si queremos que nuestra mirada brille cada día con ilusión.
Consideramos que los sueños son sólo sueños y los dejamos hipotecados al mundo de la noche, de la oscuridad, sin ser conscientes de que están ahí para que luchemos por ellos.
Tus ojos encierran un mundo de ilusión, ganas de vivir, sueños y proyectos que realizar. Su brillo denota y transmite felicidad, paz y fuerza, pero a la vez la melancolía de pensar erróneamente que tienen una deuda con su pasado.
Llega un momento en esta vida en que tenemos que pararnos a observar. Detener el mundo si es necesario y subirnos al monte de nuestros recuerdos a sopesar. Desde allí la perspectiva es distinta. Podemos observar varios horizontes. Atrás el de los recuerdos, en medio el de los lastres del presente y adelante el de los sueños de futuro.
La naturaleza es inteligente y nos puso los ojos al frente de la cara para que miráramos adelante, si quisiera que echáramos la vista atrás más a menudo nos los habría puesto en la nuca.
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