Parte 7 - Renacer
(El día 30 a las 12 el epílogo)
(El día 30 a las 12 el epílogo)
Las nubes comenzaron a dispersarse. De la misma forma en que llegaron fueron perdiéndose en el horizonte, desvelando de nuevo los verdes valles de la mirada de Anele, que lucían más brillantes que nunca, en ese estado único de lucidez que queda tras la lluvia.
Mosk bajó parsimonioso de la sierra, con ese andar renqueante que ahora denotaba cierta satisfacción. Su viaje a la sierra del pasado había encontrado respuesta a aquellos pesares. En las pizarrosas paredes de la conciencia quedaba escrita aquella runa que daba sentido al tiempo, a la tristeza experimentada durante un momento incierto pero necesario para que aquellos pueblos creciesen, se transformasen, renacieran.
Glolgs, Tewoks y Alocs así lo entendieron al verlo aparecer en la lejanía. Sus bucólicas canciones celtas fueron adquiriendo alegría a medida que se acercaba. Ora una gaita, ora un violín, fueron sumando sonidos felices que anunciaban la inminente fiesta.
Los Alocs brillaban como nunca. Bailaban como locos abrazados a un Glolg que multiplicaba por cientos su fulgor. Sus aleteos no solo eran visibles a kilómetros de distancia, sino que también era posible escucharlos con un ritmo cadencioso de eufóricas palmas al compás de la música.
Los Tewoks se acostumbraron a la luz demostrando que también es posible soñar despierto, que simplemente tiene que haber algo o alguien que te abra los ojos. Durante siglos estuvieron convencidos de su fotofobia y horrorizados corrían a esconderse en cuanto la luz tocaba sus pupilas. De pronto entendieron que no. Les costó unos minutos adaptarse por la falta de costumbre pero enseguida empezaron a disfrutar del brillo y sus colores. No necesitaban oscuridad para metabolizar sus sentimientos, eran aquellas bellas piedras esmeralda de los ojos de Anele las que los producían.
Mosk llegó al centro de la pupila. Levantó con júbilo su viejo báculo, en el que tantos pensamientos había apoyado y apuntó a Bask, el más joven de la tribu y cuyo nombre significaba ilusión. Le entregó la runa, el báculo y un pequeño sudario con el que todos entendieron que cedía su poder nunca reconocido.
Bask tomó la runa y leyó en voz alta.
Así surgió una nueva vida más próspera. Fue el renacer. La travesía del pensamiento pasado a la ilusión.
Mosk bajó parsimonioso de la sierra, con ese andar renqueante que ahora denotaba cierta satisfacción. Su viaje a la sierra del pasado había encontrado respuesta a aquellos pesares. En las pizarrosas paredes de la conciencia quedaba escrita aquella runa que daba sentido al tiempo, a la tristeza experimentada durante un momento incierto pero necesario para que aquellos pueblos creciesen, se transformasen, renacieran.
Glolgs, Tewoks y Alocs así lo entendieron al verlo aparecer en la lejanía. Sus bucólicas canciones celtas fueron adquiriendo alegría a medida que se acercaba. Ora una gaita, ora un violín, fueron sumando sonidos felices que anunciaban la inminente fiesta.
Los Alocs brillaban como nunca. Bailaban como locos abrazados a un Glolg que multiplicaba por cientos su fulgor. Sus aleteos no solo eran visibles a kilómetros de distancia, sino que también era posible escucharlos con un ritmo cadencioso de eufóricas palmas al compás de la música.
Los Tewoks se acostumbraron a la luz demostrando que también es posible soñar despierto, que simplemente tiene que haber algo o alguien que te abra los ojos. Durante siglos estuvieron convencidos de su fotofobia y horrorizados corrían a esconderse en cuanto la luz tocaba sus pupilas. De pronto entendieron que no. Les costó unos minutos adaptarse por la falta de costumbre pero enseguida empezaron a disfrutar del brillo y sus colores. No necesitaban oscuridad para metabolizar sus sentimientos, eran aquellas bellas piedras esmeralda de los ojos de Anele las que los producían.
Mosk llegó al centro de la pupila. Levantó con júbilo su viejo báculo, en el que tantos pensamientos había apoyado y apuntó a Bask, el más joven de la tribu y cuyo nombre significaba ilusión. Le entregó la runa, el báculo y un pequeño sudario con el que todos entendieron que cedía su poder nunca reconocido.
Bask tomó la runa y leyó en voz alta.
Así surgió una nueva vida más próspera. Fue el renacer. La travesía del pensamiento pasado a la ilusión.
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