Salí tímidamente de la formación ante la atenta mirada de mis compañeros y mandos. Todos se preguntaban a qué venía aquella interrupción en el cadencial transcurrir de las mañanas. Estábamos frente al gimnasio, en uno de los patios, y tuve que recorrer cerca de un kilómetro hasta el lugar dónde me esperaban los brigadas. Se conviritó en el paseo más largo de mi vida.
Caminaba cabizbajo, meditabundo, aseteado por las miradas inquisitivas de reclutas y cargos. Eché un vistazo a mi derecha y la mirada de complicidad del sargento primero me tranquilizó bastante. Él había hablado con los brigadas y sabía cuál era el motivo de aquella ruptura de la metódica alineación diaria. Su mirada de satisfacción me alentaba a pensar que no podía tratarse de nada malo.
Me presenté siguiendo la norma militar, como el soldado Herrero, fusil al hombro izquierdo y mi mano haciendo visera en el derecho. Ellos enseguida relajaron las formas y más cordialmente se presentaron como los brigadas Pardo y Pizarro, de la Unidad de Inteligencia Militar de la Comandancia General de la Plaza de Ceuta. Enseguida pensé en la broma, en la incompatibilidad entre inteligencia y militar, pero los nervios me impidieron ni siquiera sonreir por la ocurrencia.
Me comentaron que habían leído el cuestionario que había rellenado al incorporarme a filas y que habían indagado algo sobre mi trayectoria. Los malos augurios volvieron a mi mente. Sin embargo ellos mantenían el trato cordial, y viendo mi estado de nerviosismo enseguida resumieron. Acababa de abandonar la plaza por motivos psicológicos el periodista militar y necesitaban a alguien que le sustituyera mientras se incorporaba algún otro profesional que pudiera cubrir la vacante y yo era, según dijeron, la persona adecuada. No supe como reaccionar, me quedé paralizado, me imaginaba en el frente haciendo de corresponsal de guerra.
Pronto me sacaron de mi error. Me indicaron que mi trabajo consistiría en escribir 2 artículos semanales, durante los próximos 7 meses, sobre la vida militar en la plaza de Ceuta, uno para el Faro y otro para el Pueblo. Me aseguraron que me alojaría en la mejor residencia militar de la localidad y que además estaría rebajado de pelo y barba, es decir, que no tendría que guardar las normas de aseo básicas exigidas a los militares. Me comentaron también que me despidiera de mi uniforme, que apenas me lo pondría durante el resto de mi estancia en Ceuta y que eligiera, si quería, un compañero que me acompañaría como chofer en mi trabajo.
No podía dar crédito a lo que me estaban diciendo. Me pidieron que me lo pensara y con el saludo militar se despidieron hasta después de la jura de bandera, momento en el que debía incorporarme a mi destino.
3 comentarios:
La continuidad de estos relatos, tiene que ser cosa de los Reyes Magos, seguro!
Ya llegaron los reyes, jeje, gracias.
Siento haberlos dejado aparcados tanto tiempo, pero entre unas cosas y otras no encontraba tiempo para retomarlos. Ayer deberían haberse colgado dos capítulos pero... era la noche de reyes... seguro que hoy sale el segundo.
Además justo anoche hizo 9 años del final de la historia real en que se basa este relato.
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