miércoles, 9 de febrero de 2005

Recuerdos imborrables

Mientras el messenger vuelve a vivir intentaré actualizar de nuevo, a ver si recupero la costumbre.

Hoy he estado de viaje, una vez más, de regreso a mi añorada Mérida a recoger una campaña del consejo, de la que hablaré en otro artículo porque merece la pena capítulo aparte.
Por el camino he estado escuchando la SER, tanto en la ida, con mi admirado Iñaki, como en la vuelta, con mi idolatrada Gema Nierga, que tantas veces me acompañó en las noches cuando dirigía "Hablar por hablar"

Prácticamente han dedicado el día completo a la catástrofe del Carmel, ese barrio de Barcelona que se ha venido abajo y que tan bien dibujó Marsé, sobre todo en "Últimas tardes con Teresa". Iñaki comentaba con sus contertulios el valor sentimental de las cosas perdidas, mientras que Gema hacía una perfecta radiografía de ese sentimiento de dependencia a los recuerdos a través de entrevistas con los afectados.

Tanto uno como otro centraron el programa en cómo nuestro pasado se puede ver reducido a escombros en un solo temblor de tierra, ya sea natural o debido a un error humano como parece este caso.Tanto las entrevistas como las reflexones de contertulios e invitados me recordaron mis vivencias en las inundaciones de Badajoz, incluso Gabilondo en un momento hizo referencia a las mismas.

Yo trabajaba entonces para "Diario Badajoz", un pequeño semanario, pese a su nombre, que publicábamos en la capital pacense con más ilusión que beneficios. Durante aquellos duros días de la riada, y sus semanas posteriores, nos dedicamos a hacer una serie de entrevistas a los afectados, en las que descubrimos el apego del ser humano a sus recuerdos plasmados sobre algún objeto.

Por supuesto todos lamentaban sus pérdidas materiales, se habían quedado sin casa, televísión o coche, entre otros muchos enseres que habían conseguido con mucho esfuerzo. Pero su principal preocupación se centraba en las fotos, en aquel juguete de infancia, en aquel recuerdo del viaje de fin de curso, en aquel libro dedicado o en aquella caja llena de cartas de amor que un día explicó el origen de una familia o el final de una ilusión.

Eran estos pequeños objetos los que hacían aflorar las lágrimas y derrumbarse a personas que jamás hubiesemos pensado que sucumbirían a la emoción.Hoy he vivido lo mismo, personas que con una integridad sorprendente se enfrentaban a una entrevista, después de haber perdido todo, y explicaban como su vida se limitaba ahora a una habitación de hotel, se derrumbaban cuando recordaban su colección de sellos o el libro que estaban leyendo, como si en ese recuerdo se diesen cuenta realmente del punto de inflexión que acababan de vivir. Cómo su vida se había interrumpido bruscamente para reanudarse en otra vida diferente, sin pasado, sin recuerdos demostrables, sin una historia que enseñar a tus descendientes. Como si el pasado no fuese pasado sin pruebas que lo avalen.

Entonces, me refiero a los días en Badajoz, quizás por la cercanía de los casos, quizás por mi falta de objetividad, pensé como ellos, y creí que aquellas personas ciertamente acababan de desprenderse bruscamente de su pasado. Sin embargo hoy, igualmente conmovido por la emotividad del momento, pues algunas declaraciones han regado mi mejilla con incipientes lágrimas, he pensado que se equivocaban, que no es necesario el objeto de mi recuerdo para avalarlo, que la reminiscencia no queda en el objeto, si no en la memoria de cada uno, y puede hacerlo revivir sin necesidad de palparlo.

Los objetos, fotos, sellos, cartas, una flor, no son sino la excusa para de vez en cuando revisar nuestro pasado, pero su presencia no hace si no abrir ese pequeño cajoncito que queda en nuesta memoria lleno de los sentimientos a los que se refiere dicho artículo. Son, en definitiva, como el índice de nuestros sentimientos, un apunte a algo que no se lleva una riada ni se hunde en un derrumbe. Pero igual que podemos leernos un libro sin índice, e incluso rápidamente buscar la página que nos gusta consultando dos o tres de alrededor hasta dar con ella, podemos revivir nuestro pasado sin recurrir a objetos que nos conduzcan a los sentimientos memorizados.

La historia no es historia porque se escribe sino porque sucede.

Mañana más