domingo, 24 de junio de 2012

Momentos 18

Había llegado hasta el lugar ansiado y ahora no sabía qué hacer. Con su mano derecha apretaba vigorosamente la chaqueta,  como si con ese gesto pudiese escudriñar en su pensamiento la mejor opción. No sabía si esperar a la salida de las jóvenes estudiantes y dirigirse a su Mary Jane particular, o si era preferible dejar la chaqueta a quien abriera la puerta, argumentando haberla encontrado en la calle.

Optó por esta opción por considerarla la menos arriesgada, aunque previamente se acercó a un comercio próximo y pidió un lápiz y un papel, en el que escribió la dirección de la pensión en la que había pernoctado la primera noche, y lo deslizó en uno de los bolsillos. No tenía pensado de momento volver a aquella acogedora morada pero era su única referencia en la ciudad.

Sostuvo por unos segundos en su mano el aldabón de la puerta en un gesto que se repetiría años después. 

En aquel momento de reflexión sobre su pasado no pudo evitar comparar aquellas situaciones idénticas de miedos, temores e incertidumbres, unidos en un simbólico aldabón, que podía abrir puertas o responder con silencios o, lo que es peor, reproches.

Como haría en el futuro golpeó con inseguridad, primero un golpe tímido, casi inaudible, y luego uno seco, decidido.

Abrió la puerta una anciana de hábito gris y toca amarillenta que le examinó de arriba a abajo antes de preguntar con tono poco hospitalario por el motivo que le llevaba allí. Sin apenas poder pronunciar palabra sostuvo frente a la monja la prenda de la muchacha y en aquel momento se dio cuenta de su error. En el colegio habría cientos de chicas y nadie iba a ir preguntando una a una si aquella era su chaqueta y, en caso de encontrarla, seguramente le caería una fuerte reprimenda por haber extraviado una parte de su uniforme, así que, sin dar más explicaciones echó a correr calle abajo con la rebeca aún en sus manos.



Más de un año en silencio

Las musas se han escapado. Agobiadas por mi exceso de trabajo huyeron y no sé qué fue de ellas. Dejaron de traerme palabras para describir miradas, dejaron de posar sus alas en mi teclado para escribir el verso anhelante de un beso que se escapó en un suspiro. Espero que estén recorriendo el mundo buscando nuevas sensaciones, nuevas ilusiones que vuelvan a llenar esta caverna.