domingo, 28 de marzo de 2010

Haz la casita

Hoy he ido a esquiar por primera vez. Aunque mi buen amigo Mario había insistido en reiteradas ocasiones para que le acompañara alguna vez a la práctica de este deporte, ha sido otra gran amiga, Elena, la que me ha convencido para que lo hiciera.

Mi falta de equilibrio, mi pobre forma física, y mis temores me han llevado a practicar durante horas la actividad de caída y recuperación. He caído de mil formas diferentes sobre cien partes distintas de mi cuerpo, cómo ahora me recuerdan mi rodilla dolorida, mis nalgas amoratadas y algún que otro hematoma disperso por distintos lugares de mi cuerpo.

Durante todo este aprendizaje de "maneras de caer y volver a levantarse" todo el mundo a mi alrededor ha insistido con un consejo: "Haz la cuña". Lo he intentado. He agachado el culo, doblado las rodillas, girado los tobillos, juntado y separado los pies; tantos movimientos extraños que más bien parecía el nuevo baile de King África... con nulo resultado. Una y otra vez mis esfuerzos rodaban sobre la nieve.

Tras 3 ó 4 horas de denodados, pero inútiles, esfuerzos se ha acercado una niña de no más de 3 años al verme caer y me ha dicho "haz la casita".

Se refería a la misma postura de cuña en la que tanto habían insistido a mi alrededor durante horas pero, no sé por qué motivo, al levantarme, he colocado mis pies, y los esquís han frenado automáticamente. He avanzado unos metros, he vuelto a colocar mis pies, y de nuevo he conseguido frenar. Desde ese momento no puedo decir que haya esquiado ni siquiera como un familiar lejano de los Fernández Ochoa, pero al menos he conseguido soltarme y disfrutar esquiando del resto de la tarde.

A veces escuchamos los consejos que nos dan a nuestro alrededor para que dejemos de caer siempre en los mismos errores y no somos capaces de corregir nuestra postura. Tiene que ser la dulce voz de la inocencia la que, con sus propias palabras, nos haga reaccionar.

jueves, 11 de marzo de 2010

Mi guerra


No creía en la guerra.
Enarbolaba en mi mano siempre
una blanca bandera de la paz.
Hasta que me sentí asediado.

Hasta que una metralla de tu sonrisa
atravesó mi pecho.
Hasta que la punzante saeta de tu mirada
se hendió en mi corazón.

Sangraba, inerte.
Lloraba,
viendo como por mis heridas se fugaba
gran parte de mi vida.

Cómo la coraza que, con la paciencia
de un alquimista, había forjado
alrededor de mis sentimientos
se había resquebrajado.

Cómo el yelmo de mi conciencia,
que me resguardaba de viejos daños,
caía sobre el albero de un anfiteatro vacío
en el que solo tú y Atenea,
diosas del amor,
disfrutaban del espectáculo.

Dibujé un Guernica de corazones,
un 2 de mayo de flores,
y caí rendido como Botticelli,
al triunfo de Venus en Marte.

Postré mis grebas en tierra,
rasgué mi lóriga para dejar que me abatieras.

No mostré resistencia.

Y un susurro certero,
de tu dulce voz, letal,
cercenó mi brunia,
y se incrustó por siempre
en mis pensamientos.

Te quiero y te necesito


Llegaste a mi en una tarde de junio,
¿o fue una mañana de invierno?.

Vitales,
como el tibio sol de un amanecer
descubrí tus ojos.

Pronto la prístina luz de tu mirada
se me antojó esencial.
Necesaria, indispensable,
para despertar cada mañana.

Luego, como un susurro, llegó tu voz.
Un canto de sirenas
para el que Ulises, incauto,
no me había atado al mastil principal.

Caí en su eco, como
una nota desafinada que se apaga
ante la más deliciosa melodía,
como la luz de una vela que se pierde
ante el resplandor
de la aurora boreal.

Ahora solo repito cada día,
"te quiero y te necesito".

miércoles, 10 de marzo de 2010

Libre


Naciste silvestre
como las margaritas de tus fotos
como la flor que nunca,
acabaste de pintar.

Creciste libre,
como las plantas,
que con tanta delicadeza cuidas,
y esos pequeños insectos
que vuelan hasta tus dedos
para sentirte respirar.

Maduraste sativa,
como la flor de la cereza,
como la raíz del almendro,
como la blanca orquídea
que espera tu mirada
para poder despertar.


Vives alodial,
sin saber sin embargo
que me tienes cautivo.

Siento celos de la luna


Siento celos de la luna
que te observa cada noche;
que enchida de luz se muestra
para ofrecerte su manto
y se viste de caracola
porque hoy saliste a buscarla,
mientras te espera en la sierra
con su falda nacarada.

Siento celos de la luna
porque rodea tu cuerpo;
porque dibuja tus senos
con el brillo que te alumbra
y refleja en tus labios
el fulgor de su pasión.

Siento celos de sus rayos
que te perfilan la piel;
que acarician tus cabellos,
que los convierten en miel.

Siento celos de la luna
que reverbera en tus ojos,
de esas motas diminutas
que en tus lágrimas se bañan;
luciérnagas de perla y oro
en un remanso esmeralda.

Siento celos de la luna
que se esconde entre las nubes
para espiarte discreta,
enamorada de ti.

Siento celos de la luna
porque también está loca,
y desaparece en la noche
soñando, igual que yo,
con un amor imposible.

Vendrás con la brisa del valle


Apostado en un rincón de tu memoria
aguardo un gesto,
un guiño,
un olor que te recuerde a mi.

Que te devuelva
a aquella tarde de verano
en que nos conocimos.

Quizás un rayo de sol que se fije
en tu espalda,
como mi mirada adormecida cayó
sobre tu omóplato desnudo para vivir allí.

No tengo prisa,
sólo espero que el canto de la oropéndola,
la brisa del valle que arrastra un simpático estornudo,
te traiga a mi.

Aguardo a que una noche de marzo,
una madrugada en vela,
me devuelva a ti.

Espero que un día tu memoria
tropiece con la mía y comprendas que esta
siempre estuvo allí.

lunes, 8 de marzo de 2010

Siempre es otoño


Las desnudas ramas del almendro me devuelven

a la realidad de un confuso otoño,

disfrazado de primavera,

en la que buscan su blanca flor.


Perecí a la ilusión del cerezo,

blanco de nieve,

presagio de un inminente invierno

que heló mi esperanza.

Es otoño.


Creí por momentos ver en flor el almendro y el cerezo,

pero era el lecho canoso de este solsticio de diciembre,

que engañaba a mi corazón.


Mis ilusiones se vieron reflejadas en sus rígidas varas,

que aguantaban a la intemperie el rigor de la helada,

penitentes,

por haber soportado la belleza de una primavera que pasó,

y que regaló sus frutos a unos labios que no eran los míos.


Pasó su tiempo, como el mío.

Pasó el verano y siempre es otoño.

domingo, 7 de marzo de 2010

En el teatro


Apoyas suavemente tu mejilla izquierda
sobre tu hombro.
Dejas al descubierto tu cuello desnudo,
depósito imaginario de mil besos,
que quisiera suavemente posar en tu trapecio.

Brillan tus ojos en la penumbra
de una platea en la que el escenario pierde poder y
te erige en protagonista de una obra,
da igual cual,
en la que alguien extrae de tus labios una sonrisa
que me inunda y quiero acariciar.

Siento tu aroma llegar desde el sillón delantero
y me embriago en él,
recogiéndolo en la memoria para disfrutarlo,
sorbo a sorbo, al llegar a casa.

Luces un precioso vestido que
atrevido,
dibuja tu silueta con la perfección
de unos dedos, que te han perfilado mil veces,
de memoria, en la triste soledad
de mi cama.

Intento rozar tu piel,
con delicadeza y alevosa timidez,
sin molestar, sólo por sentir en mis yemas
el calor de tu cuerpo,
o por ósmosis, sofocar el mío.

Me pierdo en un carcajada
que me traslada a tu felicidad
dispuesto a sacrificar la mía,
por ti.

sábado, 6 de marzo de 2010

Domingo


Un rayo perdido de sol en la mañana
que se filtra por no se qué agujero
en mi persiana,
me dice que es de día.

No quiero despertar y saber
que duermo sólo.
Quiero que vuelva la noche.
Volver al reino de los sueños.
Regresar a los brazos de Morfeo
y entregarme a ti.

¡Maldito sol, huye de mi vista! ¿no ves
que estoy enamorado de la luna
y de quien bajo su influjo me dijo adiós
con dos besos?

¡No!
Murió la luna de celos, al verte
pasear bajo su luz,
con tus ojos de mar, tu sonrisa
de azahar y tu cabello
de seda.

Se apagaron las estrellas a tu paso
al no poder competir con tu
belleza y se apagó Orión,
a la sombra de tus senos.

Se hizo la noche al verte,
porque así pude soñar,
que contigo,
tenía la luz.

No me despiertes, maldito sol.

jueves, 4 de marzo de 2010

Conxuro


El son de las muiñeiras me condujo por caminos de mi infancia. Lembranzas de puericia entre “pandereiras” y “tamboraidas” que me sumen en un sueño de niñez.

Perseguido siempre por “meigas nas que non creio”, pero que cada vez que se cruzan en mi camino, o yo en el suyo por tierras del Sil, tañen sus pieles curtidas en un bucólico cántico, que me traslada a esas calles de A Guarda en que conservo mi inocencia.

Suelo llevarles mis sueños, mis ilusiones y deseos, con la esperanza de que en un hechizo devengan realidad. Ayer llevé tu recuerdo. En un “caldeiro” de barro con olor a brasa de eucalipto, a mijo y miel conjuraron tu nombre.

Mezclaron ojos de gato negro, uñas de duende y la flor de un recóndito rincón de los bosques das fadas, junto a la sangre de un chivo joven. Lo movieron de derecha a izquierda con una cuchara de madera de haya que se cría en Fisterra.

La “meiga mais vella” me miró a los ojos y me preguntó. ¿Tanto la quieres para recurrir al averno solo por besarla?

Respondí afirmativamente.

“Vengo del propio infierno, que es mi vida sin ella.”