domingo, 7 de marzo de 2010

En el teatro


Apoyas suavemente tu mejilla izquierda
sobre tu hombro.
Dejas al descubierto tu cuello desnudo,
depósito imaginario de mil besos,
que quisiera suavemente posar en tu trapecio.

Brillan tus ojos en la penumbra
de una platea en la que el escenario pierde poder y
te erige en protagonista de una obra,
da igual cual,
en la que alguien extrae de tus labios una sonrisa
que me inunda y quiero acariciar.

Siento tu aroma llegar desde el sillón delantero
y me embriago en él,
recogiéndolo en la memoria para disfrutarlo,
sorbo a sorbo, al llegar a casa.

Luces un precioso vestido que
atrevido,
dibuja tu silueta con la perfección
de unos dedos, que te han perfilado mil veces,
de memoria, en la triste soledad
de mi cama.

Intento rozar tu piel,
con delicadeza y alevosa timidez,
sin molestar, sólo por sentir en mis yemas
el calor de tu cuerpo,
o por ósmosis, sofocar el mío.

Me pierdo en un carcajada
que me traslada a tu felicidad
dispuesto a sacrificar la mía,
por ti.

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