miércoles, 20 de octubre de 2010

Momentos 17

Salió corriendo a buscarla. Le pareció haber observado cómo se dirigía a la izquierda, y en un principio  siguió esa trayectoria sorteando gente entre la multitud. Cuando llevaba alrededor de 2 minutos sin poder encontrarla en el horizonte se paró a recuperar el resuello. 

En ese momento pensó; si el parque estaba en dirección contraria, y ella lo cruzaba de norte a sur cuando le encontró, era imposible que el colegio estuviese en aquel sentido. Así que giró sobre sus pasos y echó a correr en dirección al jardín donde se habían conocido. Una vez allí tomó de nuevo aliento. Se situó en el mismo punto en que se habían encontrado. Reconstruyó la situación. Y partió de nuevo siguiendo la trayectoría que ella llevaba en el momento de conocerse. 

Poco tiempo después paró. En el tiempo que había tardado en encontrar el camino correcto ella seguramente habría llegado ya al colegio, o habría tomado alguna de las más de diez calles que desembocaban en aquella avenida.

Decidido empezó a preguntar a los transeuntes por algún colegio de monjas cercano. Nadie supo decirle. La mayoría ignoró su presencia mirándole con indiferencia. Otros incluso lo tomaron por un depravado, y amenazaron con llamar a la policía. Intentó explicarse. Señaló que había encontrado aquella chaqueta verde y que quería devolverla a su legítima propietaria. No le creyeron.

Desolado se sentó en un portal a descansar. Las pocas fuerzas que había recuperado con el profuso desayuno se habían desvanecido en aquella infructuosa carrera. Pensó que era una locura.  Que estaba enfermo. Que la gente tenía razón y era un pervertido. Estaba corriendo detrás de una niña de no más de 15 años, y no sabía si era  por devolverle la chaqueta, o si lo que realmente pretendía era volver a verla. Volver a sentir el calor de su mano guiándole por la ciudad. Volver a sumergirse en aquellos ojos de un verde casi ceniza que tanta paz, tranquilidad y sosiego le habían contagiado. 

Asustado se dispuso a dejar la chaqueta en aquel portal y marcharse, cuando vio que sobre aquella enorme puerta de madera, ante la cual se había sentado, rezaba un enorme cartel: "Esclavas del sagrado corazón de Jesús".

Momentos 16

No sabía qué le había sorprendido más, si el hecho de que una joven, casi niña, conociera con tanto detalle la obra de Twain, o su rapidez a la hora de establecer aquel paralelismo. Él sólo había dicho Huck, podría ser cualquier Huck. De hecho le parecía casi imposible que nadie identificase automática e inmediatamente aquel apodo con el antihéroe de la literatura americana.

Se limitó a sonreir. Ella le  conminó a levantarse. "Ven, te invito a desayunar", le indicó. Agradecido declinó la invitación. No podía permitir que una adolescente malgastara sus ahorros en un indigente como él. Ella insistió y prácticamente lo llevó arrastras hasta una cafetería. Pidió ella misma para evitar que, por cortesía, se quedase con hambre. Dos rosquillas glaseadas, un delicioso bollo de nata y un chocolate casi hirviente, que él engullió casi sin respirar. Se disculpó por su voracidad, excusándose en las más de 15 horas sin probar bocado. Ella asintió comprensiva, miró su reloj y, azorada, pidió disculpas a su vez. Había faltado ya a la primera hora de clase, explicó, y las monjas pronto harían saltar la voz de alarma si no aparecía.

Con un cálido beso en la mejilla se despidió, y salió corriendo de la cafetería tras pagar el copioso desayuno. Al llegar a la puerta echó un rápido vistazo a la mesa, dónde él aún apuraba las últimas migas y, con un, "nos volveremos a ver", desapareció entre la muchedumbre que ya empezaba a poblar las calles. Las mismas hileras de hormigas que tanto le habían asustado el día anterior.

Acercó la taza al mostrador, recogió su pequeño hato, en el que guardaba las pocas prendas con que viajaba ,y fue entonces cuando se dio cuenta. Sobre sus hombros aún descansaba la suave chaqueta verde de la joven.

Momentos 15

La adolescente le miró sobrecogida. Posiblemente nunca había visto a un hombre llorar. No supo qué decir. Tan sólo puso una mano compasiva sobre su hombro y se agachó buscando sus ojos para tranquilizarlo con su mirada. Él apenas los levantó para descubrir, de nuevo, aquel inocente universo colmado de ternura, unos grandes ojos color olivo, salpicados de diminutas motas de matices pardos, como pequeñas constelaciones, que irradiaban tranquilidad. En un suspiro sorbió sus dudas, sus miedos, sus muestras de debilidad, y, con voz sibilante repitió varias veces la palabra “gracias”.

“No te preocupes”, dijo ella, “¿Qué te pasa?”, inquirió. 

Atropelladamente resumió, con voz aún temblorosa, las vivencias de los últimos días. El tren, la pensión, el gordo seboso que le había negado el trabajo prediciendo su muerte en alguna esquina, el bocadillo de mortadela, la noche en el parque, aquel frío hiriente que se había clavado en sus huesos,… No contó nada de su vida anterior. No explicó qué hacía en aquel tren, por qué se encontraba en Madrid con menos de quinientas pesetas, ella tampoco preguntó, gesto que él, en silencio, también agradeció.

Le preguntó su nombre. Dudó un momento, y cuándo se disponía a hacer una presentación mínimamente formal, decidió que su identidad  era parte de ese pasado que no quería desvelar y musitó, “llámame Huck”. Fue el primer nombre que se le ocurrió, por Huckleberry Finn, posiblemente uno de los responsables de que él estuviera ahora allí.

Ante su sorpresa ella pareció comprender la ironía y, con una sonrisa pícara, señaló “llámame Mary Jane”.

Momentos 14

En lugar de en calor, el frío se convirtió en un fuerte estremecimiento, que se hendió en su estómago. Convulsionado se apoyó en un árbol cercano y comenzó a vomitar una bilis amarilla y ácida que le recordó que no comía nada desde el exiguo bocadillo de embutidos de la mañana anterior. Sus ojos, vidriosos y enrojecidos, reventaban en lágrimas de dolor, que empezaban a mezclarse con las de rabia e impotencia. 

Recordó su primera borrachera, a los 12 años, y aquellas nauseas que parecían preconizar su muerte. "Si aguanté aquel día hoy no será menos", pensó. Medio asfixiado por su propio vómito intentó secarse el frío sudor que le recorría la frente. Al soltarse del árbol, un fuerte dolor intestinal le hizo retorcerse de nuevo, cayendo al suelo, dónde no podía parar de tiritar, en una especie de espasmo muscular que agitaba cada centímetro de su cuerpo.

Una joven, de no más de 15 años, se acercó temerosa. "¿Le pasa algo señor?", preguntó, "¿Se encuentra bien?". No pudo contestar, alzó la cabeza como pudo para descubrir la mirada más dulce que jamás había visto. Alzó su mano, rogativa de ayuda. La chica, asustada, dio un paso atrás, que pronto recompuso para ayudarle a incorporarse. Agradecido agachó su cabeza en una sumisa circunflexión. Ella, sin soltar su mano le condujo al banco más cercano y le invitó a sentarse. "¿Se encuentra bien?", repitió.

"Puedo asegurar que he tenido días mejores", ironizó con una especie de mueca que fingía una sonrisa que le pareció espantosa. "Tengo frío", balbució.

La joven miro tímida a su alrededor y se quitó la liviana chaqueta verde de punto que cubría sus desnudos brazos, cubiertos ahora tan sólo por una fina blusa blanca de manga corta. "No es gran cosa", señaló, "pero algo hará".

Intentó impedirlo, al ver como de pronto la tersa piel de la muchacha se erizaba punteando cada folículo piloso, pero el tacto de aquella suave prenda sobre su cuerpo, y el aroma a vainilla que despedía, amainaron rápidamente su trémolo temblor, aferrándose a ella como aquel niño naufrago del sueño a la madera. Con un tenue y casi imperceptible agradecimiento bajó la cabeza, y en una sobrecogedora posición casi fetal, comenzó a llorar desconsoladamente.

lunes, 18 de octubre de 2010

Momentos 13

El sol había apretado en las últimas horas de la tarde y el suelo parecía completamente seco. Por eso regresó al mismo parque dónde había comido y decidió pasar allí la noche. Un pequeño regato lo rodeaba, escondido tras un seto que le podía servir a su vez de cobijo. Se aseguró de que el cesped estaba perfectamente árido, colocó su mochila a modo de almohada, apoyada en un árbol cercano, y se acomodó tras la pantalla de aligustre, oculto completamente a la vista de cualquier curioso.

El colchón de grama le ofreció un cómodo jergón sobre el que reposar, y su olor a hierba  y la humedad del riachuelo cercano le condujeron a tiempos mejores, en los que sus pulmones disfrutaban de la naturaleza entre juegos infantiles cerca del río.

El sonido de los últimos visitantes del parque, algún niño rezagado, una pareja errante dibujando su amor en un banco, o algún noctámbulo paseando su perro, se fueron apagando a medida que el cielo se poblaba de estrellas. 

Observó el ocaso atónito, y lo comparó con aquellos anocheceres tirado en el cesped junto a su hermano, disfrutando a hurtadillas de sus primeros cigarros, mientras inventaban constelaciones con nombres propios. "Aquella", recordaba, "se parece al profesor de matemáticas, alta y desgarbada", "aquella dibuja una oronda panza como la de don Rafael, el cura de la parroquia"... Así pasaban eternas noches, imaginando un cielo plagado de  luminosos dibujos animados, con personajes de la vida real.

Miguel le dijo un día que los rusos habían llegado hasta las estrellas. Que en los periódicos y la televisión no había salido nada porque Franco estaba aliado con los americanos y lo había prohibido, para darle mayor importancia a la conquista de la luna, pero que en cada estrella había un misil apuntando a España para acabar con el franquismo. Él tenía miedo. Pensaba que si aquellos misiles se disparaban no sólo acabarían con la dictadura, sino con todos los habitantes de la tierra. ¿Cómo iban a apuntar tan bien tantos misiles? Pero nunca se lo dijo a su hermano.

Aquel cielo era distinto, las estrellas se veían mucho más apagadas y había que hacer un gran esfuerzo para distinguirlas, sin embargo, apurando mucho la vista consiguió encontrar la M que tras la muerte de su hermano Miguel había trazado en el cénit.

Observándola se quedó dormido, para despertarse pocas horas después cuando el rocío de la mañana comenzó a hacer estragos y se le clavó en el cuerpo como un gélido aguijonazo. Aterido de frio se acurrucó junto al árbol en posición fetal, esperando entrar en calor, pero su cuerpo tiritaba de forma preocupante sin poder apenas guardar el equilibrio. Como pudo se levantó semiencogido y echó a correr, esperando entrar así en calor.


Momentos 12

Durante horas dibujó un itinerario sin sentido por las calles de la ciudad, un errático recorrido en el que se sintió empequeñecer a medida que se iba confundiendo con una multitud encolerizada por las prisas. Poco a poco su autoestima fue menguando a jirones, entre los codazos y empellones de los ríos incontrolados de personas que circulaban, en armónico desorden, como miembros de una imaginaria hilera de hormigas.

Todos menos él tenían un rumbo, una razón para formar parte de aquella marabunta. Era la única pieza descolocada, se sentía, pensó, como debía sentirse aquel botón que un día sustituyó a una ficha perdida del parchís. Volvió a pensar en casa y en las partidas de los domingos de lluvia por la tarde. Le pareció ver como su integridad se desprendía de su cuerpo y se deslizaba por la rejilla de una alcantarilla. Pensó que se estaba volviendo loco y decidió buscar algo para comer.

Entro en una pequeña tienda a la que un raído letrero otorgaba el carácter de "ultramarinos", y compró un bollo de pan y  doscientos gramos de mortadela con aceitunas. Una manera de comer dos platos, bromeó para si mismo.

Salió del comercio y se dirigió al parque más cercano, en el que se sentó en un frio banco a degustar su primer menú menesteroso.

Unos niños jugaban al fondo saltando sobre los charcos que el suelo no había drenado de las lluvias de la noche anterior. Se acordó de su hermano Miguel, y cómo disfrutaban saltando sobre los charcos los días de lluvia, y de su madre, y de sus broncas y azotes en el trasero, cuando llegaban a casa completamente empapados y con barro hasta en las cejas. Enfadado consigo mismo buscó un charco, y saltó sobre él hasta quedarlo vacío. Pronto se arrepintió, cuando el frío del agua en sus pantalones empezó a ser casi doloroso y recordó que no habría nadie para secárselo.

Afortunadamente, como predijo la dueña de la pensión, las temperaturas habían subido ligeramente y el cielo se mostraba claro, bajo una nube gris de contaminación que le robaba su azul.

Deberían ser aproximadamente las cuatro de la tarde y pensó que, aunque aún quedaran muchas horas hasta el ocaso, debía ir buscando algún lugar donde dormir.

Momentos 11

Se levantó temprano. Aquella pesadilla apenas le había dejado dormir. Intentó descifrarla, buscar una explicación, algo que su subconsciente quisiera decirle a través de aquel sueño infantil., pero se encontró con varias dudas que desviaban su comprensión. Reconoció el recuerdo de su madre en aquella bata azul, y se vio identificado con aquel niño perdido en la marea, pero, ¿qué significaban aquellas enredaderas?¿A quién gritaba su madre antes de que él se metiera en el agua? ¿Por qué nadie actuó para ayudarles?

Pese a que no eran ni siquiera las 7 de la mañana cuando se levantó, se encontró la casa inundada en un agradable aroma a café que de nuevo le devolvió a los recuerdos de su casa. Pensó que posiblemente se hubiese equivocado abandonándola y por primera vez sintió miedo y quizás, nostalgia. Pensó en su madre, que estaría a punto de levantarse, y cómo se sentiría al encontrar su cuarto vacío. Pensó en su sobrino ,y si en su eterno absentismo vital sería capaz de manifestar alguna muestra de añoranza. Pensó en su padre, y en si se habría percatado de que ya no estaba en casa.

Cuando abandonó el cuarto la dueña de la casa salió a su encuentro. Parecía más joven que la noche anterior. Le invitó a tomar café en la cocina antes de irse. Le entregó sus ropas, perfectamente lavadas y planchadas, con un agradable olor a lavanda, y le devolvió el dinero que le había cobrado la noche antes por su estancia. Aunque lo rechazó inicialmente, ella insistió en que se lo quedase. Dijo que le haría más falta que a ella, y que estaba segura de que un día se lo devolvería, cuando la vida le sonriese. Le hizo gracia la expresión. Acostumbrado a las muecas burlonas que habitualmente le dispensaba la vida creía difícil poder reconocer una sonrisa. Agradeció el caritativo gesto y se despidió prometiendo volver en cuanto pudiese corresponderlo.

La calle seguía oliendo a tierra mojada, aunque el olor se mezclaba con el inconfundible aroma a ciudad, a humeantes tubos de escape, hollinadas chimeneas y salobres transpiraciones humanas. De una cafetería cercana salía una deliciosa fragancia de pan recién horneado y dulces de almendra y nuez. Se quedó embelesado mirando tras el cristal la magnífica exposición de dorada bollería. Quiso entrar pero recordó que ya había desayunado, y que su posición económica no podía permitir lujos como un segundo almuerzo.

Se dirigió a las obras del metro dónde preguntó por el encargado, un hombre obeso, de aspecto desaliñado, que pese a la humedad del día y las bajas temperaturas vestía tan sólo una camiseta interior de tirantes y sudaba generosamente. Tras una tupida barba descuidada escupió, literalmente, pues cada fonema bilabial que pronunciaba iba acompañado de un salivazo, que no necesitaban a nadie, que quizás en una semana, cuando alguno de aquellos gandules que ahora trabajaban para él se volviera corriendo a la falda de su mamá demandando su paga de los domingos, podrían necesitarlo, si no se había muerto antes en alguna esquina apaleado por los civiles.

Asustado se despidió prometiendo volver el lunes siguiente. Como no tenía ninguna forma de contacto dio el nombre de la pensión en la que había pasado la noche para no parecer un indigente y señaló, que si salía algo antes, se lo hicieran saber por medio de alguno de los obreros que se alojaban allí. El encargado no pareció prestar mucha atención.

Desolado comenzó a caminar sin rumbo por la ciudad que poco a poco iba despertando, sobrecogido y aturdido por tanto movimiento.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Momentos 10

Aquella noche soñó con el pueblo marítimo en que había vivido de niño, siendo casi bebé. Con aquella playa grisacea salpicada de rocas que le inferían una imagen peligrosa y siniestra.

Prácticamente no recordaba aquella localidad costera, pero en su sueño sus vívidos detalles la convertían en una fresca invocación reciente.

Unos niños jugaban despreocupados en la arena, al igual que en aquella vieja fotografía que encontraría en la basura años después, mientras en la orilla se agolpaba nervioso un, cada vez más numeroso, grupo de adultos.

En el centro, una señora con bata azul, con la vista fija en el horizonte, llamaba con voces desesperadas a alguien, sin que pudiese distinguirse el nombre que gritaba. Las lágrimas de la mujer iban convirtiéndose en el suelo en un charco de barro, que empapaba el pantalón vaquero que sobresalía bajo su albornoz. De repente uno de los niños echaba a correr mar adentro sin que ninguno de los testigos moviese un músculo por evitarlo.

La mujer intentaba correr tras el pequeño, pero unas plantas enredaderas que nacían bajo la arena alrededor de sus piernas lo evitaban, haciéndole caer al suelo. Desesperada intentaba salir gateando, pero sus manos se agrietaban en cienmil heridas que ensangrentaban la playa y la hacían caer de nuevo, esta vez de bruces, contra el suelo, que ahora parecía de asfalto. Poco a poco la marea iba subiendo hasta cubrir el cuerpo inerte de la mujer, y los testigos que se habían arremolinado alrededor suya al oir las voces se iban marchando indiferentes, como si no viesen nada.

Al fondo, en el horizonte, el pequeño que había entrado en el agua se abrazaba a una traviesa de madera que flotaba en el mar y exhausto se dejaba llevar por la corriente.

Momentos 9

Bajó del tren en la estación de Chamartín, cuando el sonido de la locomotora al parar se confundía con el de un trueno que le daba la bienvenida, augurando un difícil futuro en la capital. Apretó en su bolsillo las cinco monedas que le acompañaban como única riqueza, y se encaminó hacia el exterior sin saber realmente dónde se dirigía.

Las primeras gotas del otoño empezaron a deslizarse por su rostro, en una sensación encontrada de frescor e incertidumbre; el choque entre el nacimiento de una nueva vida contra las dudas sobre su futuro, la ilusión del renacer contra la conciencia de puertas sin cerrar a sus espaldas, y cicatrices malcuradas en falso, sin anestesia ni cirujía.

Cada paso marcaba una huella nueva en una vida por empezar, mientras la lluvia, que empezaba a calar, diluía las que detrás dibujaban el camino de vuelta a casa.

Las luces de la ciudad se reflejaban en los charcos del suelo, en un caleidoscopio gigantesco que aumentó su confusión inicial. Los colores, brillos, ruidos y olores de la urbe le apabullaron por momentos, provocando un estado de rigidez que impidió que reaccionara durante varios minutos eternos. Su cabello caía empapado sobre su cara, y la fútil vestimenta que le cubría se convirtió en un gélido sudario, que envolvía un cuerpo casi inerte en mitad de la nada. Una nada espacio-temporal en la que habitaba.

El paso de un coche excesivamente cerca del acerado le despertó de su abstracción, al vaciar sobre sus pantalones el contenido de un sucio charco de barro. Calado, sucio y desconcertado corrió buscando un hostal en el que refugiarse.

En las cercanías de la calle de los Cedros encontró una vieja pensión. Llamó a la puerta y una señora de avanzada edad le abrió malhumorada. Rápidamente se excusó, culpando al repentino mal tiempo de su estado anímico. Le miró de arriba a abajo compadeciéndose de su estado y le invitó a entrar.

Se trataba de una vieja casa renacentista decorada sin orden ni arbitrio, con porcelanas y paños de ganchillo colgando en sus paredes que parecían exhibirse en una exposición etnográfica. Sus paredes amarillentas denunciaban una evidente falta de higiene y limpieza, y el olor a tabaco impregnado en sus cortinas reflejaba el continuo paso de descuidados clientes por sus habitaciones.

La dueña de la casa le invitó a sentarse a la mesa camilla del comedor. La repentina llegada del frío y las lluvias había impedido que se encontrara preparada para ofrecerle el calor del viejo brasero de picón que descansaba vacío bajo sus tablas, pero las faldillas de paño podían dispensarle algún refugio a sus húmedos huesos, señaló la casera. Él agradeció la oferta pero adelantó su situación económica a la generosa mujer antes de aceptar cualquier favor. La señora agradeció su sinceridad y repitió su oferta.

El precio de la habitación era de 800 pesetas diarias, pero su caridad cristiana, señaló, no le permitía dejarlo marchar en esas condiciones aquella intempestuosa noche. Le pidió veinte duros, por los gastos de luz, agua y gas para que pudiera bañarse, y se ofreció a devolverle la ropa limpia y seca al día siguiente antes de partir. Según indicó, el parte había anunciado una mejoría del tiempo para los próximos días. Lamentó no poder ofrecerle una mayor hospitalidad, pero las obras del metro cercano se retomarían ese mismo lunes, y esperaba que los obreros de la construcción ocuparan todas las habitaciones a los precios oportunos, y no podía dejar escapar esa oportunidad. Le animó a acercarse a la oficina central de la concesionaria de las obras a buscar trabajo.

Agradecido ocupó su habitación. El contacto de su piel desnuda con las sábanas de franela le trasladó a una infancia que recordaba excesivamente distante, tanto que incluso parecía confundirse con la de alguno de los personajes de la literatura que recreaba en su memoria. Rápidamente el cansancio y el agotamiento vencieron a los mil sentimientos de duda que se agolpaban en su conciencia y se quedó dormido.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Momentos 8

Nunca obtuvo respuesta.

Sin nada que le atara ya a aquella vida de miseria y abandonos decidió buscar suerte en Madrid, y con quinientas pesetas en el bolsillo, dos pantalones, una camiseta y una muda en la mochila, dijo adiós a aquellos páramos casi desérticos, dejando atrás la celeste silueta ajada de su madre, la sesteante figura amorfa de su padre, que permanentemente sudaba en el sofá en un compás de desafinados ronquidos, y el delicado espectro de un sobrino que, poco a poco, se extinguía en un rincón, prácticamente mimetizado con la calcárea pared de su habitación.

Sobre la mesilla de noche abandonó, a medio leer, el último libro que había empezado y que, posiblemente fue el detonante para tomar aquella drástica decisión que ahora le apartaba de su hogar.

Nunca fue un buen estudiante. Su azarosa existencia le empujó a buscar alicientes para vivirla más allá de los teoremas y tablas que los profesores se empeñaban en enseñarle. Sin embargo la lectura le apasionó desde pequeño. Mientras el sol lucía vagaba por las calles persiguiendo su futuro, delante de algún policía o vecino recriminante con su actitud, pero al caer la noche Twain, Ende, Kippling, Andersen o Irving se convirtieron en sus tutores, cuando a cada luna se encerraba en su habitación a recrear mundos imaginarios en los que le gustaría vivir.

Siempre quiso ser Tom Sawyer, Bastian Dux o incluso Mowgli, pero la realidad le condenó a ser Huckleberry Finn, cuyas aventuras estaba leyendo cuando decidió cerrar su hato y buscar su sino en otros mundos, lejos de aquel segundo círculo del infierno de Dante en el que habitaba.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Momentos 7

El olvido había sido parte de su compañía toda su vida. Veía reflejados en Miguelín los desdeños que la propia existencia le dispensaba, y su debilidad no era más que la reacción común a un viento siempre en contra. Su segundo amor, Natalia, apareció con la fuerza de un ciclón y desapareció como una brisa etérea que apenas levanta el vuelo del diente de león.

No hubo adiós ni despedida. Sólo un silencio eterno, repentino e injustificado, que fue extendiéndose en el tiempo hasta convertirse en rutina. Hasta desaparecer en la cotidianeidad de la indiferencia, como si nunca hubiese existido. Nunca entendió auqel distanciamiento.

En un exánime esfuerzo escribió una carta que nunca obtuvo respuesta:

"No me gusta irme de los sitios sin despedirme. Sin echar al menos un vistazo atrás y recorrer con un mohín de cariño la órbita vertical de mi frente a modo de saludo. A veces ese gesto no va acompañado de palabras. A veces, sin saber por qué, se atragantan en mi garganta, expandiéndose discretamente entre mis bronquiolos, en un espasmo aerofágico que lastima el corazón.

Esas veces soy incapaz de describir si ese dolor estaba antes, o fue tan sólo un reflejo del aire de las palabras no pronunciadas escapándose en una diástole asíncrona.

A veces no recuerdo si fui yo quien dijo la última palabra, y aunque peque de querer obtener siempre ese beneficio, intento aguzar el oído en mi marcha para encontrar siquiera un suspiro, que me de aliento para volver a hablar.

A veces el silencio me duele en los oídos. Se clava en mi mente como el agujonazo de una clave de sol muda, en la que orondas grafías emborronan con círculos vacíos un pentagrama ciego.

Escucho un silencio latente e impertinente que resuena en mi conciencia, como la gota de un grifo mal cerrado por el que se escapan las lágrimas no derramadas de una despedida inexistente. A veces siento que a mis espaldas resuena el portazo que nunca se dio y me da miedo comprobar si esa cancela sigue abierta.

Creo que entre tú y yo no hubo adios. Sin embargo los días se estiran interminables sin comprender el origen de este silencio. Cobarde mi boca se sella, esperando que la puerta en la que tantas veces llamé permanezca abierta, y que el aldabón que dejé de acariciar mantenga su eco y en el interior de esta oscuridad perenne se enciendan tus ojos buscando una respuesta.

Me siento en el zaguán, apoyo en su jamba mi cabeza, y espero."

viernes, 20 de agosto de 2010

Aimar


No sé cuántas veces he rechazado los cientos de correos que bombardean el buzón, intentando conmover nuestros sentimientos con el caso de un niño o niña afectados por una enfermedad de las denominadas raras, que precisa una rápida intervención. La gran mayoría de las veces he pensado que se trata de un intento de estafa y, sin pensarlo, lo he arrojado con saña en la papelera de reciclaje.

Ayer recibí una llamada de teléfono. Esta vez no era un desconocido que se ocultara tras un dudoso correo y un número de cuenta. Era una amiga visiblemente preocupada por la salud del hijo de unos amigos. Querían organizar un festival benéfico y me pedían ayuda.

Se llama Aimar y nació el 5 de octubre pasado. Padece una enfermedad llamada epilepsia farmaco-resistente. A sus menos de 10 meses de vida se ha acostumbrado a luchar cada día contra las continuas crisis que impiden que haga una vida normal. Ha viajado de hospital en hospital y de médico en médico buscando una solución a su enfermedad que parece llegar a través de una cara operación.

Los amigos y amigas rápidamente se han movilizado para conseguir fondos para costearla. El próximo sábado, día 28, celebrarán en Cilleros un festival en el que colaborarán los grupos folkloricos de la zona y, posteriormente, el 18 de septiembre, intentaremos reunir de nuevo a todo el mundo con un festival de rock y discomóvil que apadrinará el cantante extremeño Huecco. Por su agenda seguramente no podrá asistir, pero inmediatamente se ha puesto en contacto con nosotros para ofrecernos su colaboración.

Yo os invito a conocer la historia de Aimar a través de su blog y, si es posible, colaborar en la medida en que podáis.

Un abrazo.

http://aimardos-santos.blogspot.com/

sábado, 7 de agosto de 2010

Momentos 6

Miguel, Miguelín, fue un niño pequeño y enfermizo. La descuidada alimentación que había podido recibir durante sus primeros meses de vida dejaron en su piel un macilento rastro blanquecino, casi amarillento, unas malváceas ojeras permanentes, y una débil estructura ósea que apenas podía soportar su exigua enjundia.

La fractura que su inexperta madre le había ocasionado en el fémur derecho, cuando apenas contaba con 4 meses de vida, al intentar evitar que cayera de la cama dónde le cambiaba de pañal, le castigó de por vida con una leve cojera que le confería un aspecto aún más desaliñado y lamentable.

Su cabello era rubio pálido, casi blanco, y colgaba sobre sus hombros a modo de desordenada estopa, regalándole una imagen casi siniestra en conjunción con sus grandes ojos saltones, que pretendían escapar del amoratado pozo de sus párpados, y los no menos violáceos labios, que siquiera dibujaban un rayón en su rostro nacarado.

Con los años su faz se fue tintando con rastros de enfermedades mal curadas, como el sarampión o la varicela, y una prematura pubertad, plagada de granos purulentos que le condenaron, aún más si cabe, a un completo ostracismo.

domingo, 27 de junio de 2010

Momentos 5

Sostenía aún el aldabón en la mano cuando recordó a Raquel.

Se fue a vivir a casa poco antes de que Miguel muriera, y luego se quedó como un miembro más de la familia. Su familia natural le dio la espalda cuando su embarazo empezó a ser evidente y la madre de Miguel no pudo evitar compadecerse de ella por el paralelismo con su propia vida.

Fue su primer amor. Pese a ser la futura madre del que sería su sobrino no pudo evitar enamorarse locamente, más aún cuándo a la muerte de Miguel se mostró como una chica frágil y vulnerable, necesitada de todo tipo de atenciones.

Durante los dos meses restantes de embarazo desde el óbito de Miguel la dispensó cada segundo de su tiempo. Pese a tener tan sólo 13 años, el reciente fallecimiento de su hermano le había proporcionado un repentino golpe de madurez, reflejado en una mirada triste y dura, que nunca le abandonaría, y decidió tomar en única herencia la responsabilidad de cuidar de Raquel y el recién nacido. Con ella descubrió el sexo sin apenas haber cumplido los 14, y de ella probó por primera vez el amargo sabor del desengaño pocos meses después, el día que la vio partir en una caravana con un loco vividor de 40 años que recorría el mundo en busca de aventuras. Nunca más volvió a saber de ella, aunque sistemáticamente la encontrara en cada mujer que amó a partir de entonces.

En casa quedó dolor, silencio, rabia y un bebé de pocos meses que reemplazó, en nombre y atenciones, a su difunto hermano.

Momentos 4

Los veranos eran secos y calurosos. Desde que abandonaron aquella localidad costera para desplazarse a una árida plaza de interior, buscando una mayor estabilidad en la siempre precaria situación familiar, habían cambiado la arena de playa por lúgubres horizontes borrosos de trigo al sol, apaciguados tan sólo por alguna furtiva escapada a la garganta de las águilas, amparados siempre en la complicidad mutua, y el discreto consentimiento secreto de una madre, que prefería ignorar conscientemente las arriesgadas hazañas de sus vástagos a condenarles al ostracismo de aquellos estíos infernales.

Su madre era una mujer menuda, enfundada casi de forma perenne en una raída bata de fieltro azul que el tiempo había ido marcando con inusitadas condecoraciones de jirones, salpicaduras de lejía, o descuidadas quemaduras de plancha, que parecían radiografiar la vetusta enjundia que cubrían.

Con el tiempo había aprendido a soportar los continuos menoscabos que la vida le había deparado. Preñada, no sin violencia, a los 17 años se había visto obligada a casarse por imperativo social con un rudo aspirante a nada al que, para mayor de los males, terminó amando.

Pronto entendió que la lucha por el dorado no era más que una permanente sucesión de infortunios que laceraban su piel, consumiendo hasta su último hálito, a la par que su vieja bata, único ajuar que le legó su madre antes de expulsarla, avergonzada, del hogar familiar.

sábado, 26 de junio de 2010

Momentos 3


Miguel murió a los 17 años cuando él apenas contaba 13. En el funeral todos coincidieron en que había querido vivir demasiado deprisa. Una inoportuna mancha de aceite se había cruzado en su camino cuando pretendía hacer un salto inverosimil con su moto. Dejaba atrás una vida llena de sobresaltos para sus padres y una novia de 15 años embarazada de 7 meses.

Lo recordaba como un espíritu libre, a Miguel siempre le había gustado identificarse así. En su memoria se repetía una y otra vez aquella escena de verano en que, subidos a lo alto de un promontorio miraron abajo, a una pequeña poza en el río a unos 30 metros de altura, y Miguel le dijo, "La vida es un salto. Si lo calculas bien el miedo a tus propios errores se perderá en una sensación de vértigo y una descarga de adrenalina que hervirán al sentir el contacto con el agua, y cuando asciendas, el sol filtrándose a través del agua, te demostrará que eres capaz de cualquier cosa. Si no lo calculas, nunca sabrás que te equivocaste."

sábado, 19 de junio de 2010

José Saramago

Acabo de enterarme. Posiblemente sea el último admirador de José en hacerlo, pero hasta ahora que he llegado a casa y he revisado mis blogs habituales no me he chocado con la noticia. Ha sido leyendo la bitácora de Raiko cuándo he recibido la mala noticia. José Saramago ha muerto.

Un escalofrío ha corrido mi cuerpo. No podía dar crédito. Con la muerte de Saramago se desvanece otra de mis mayores ilusiones, y ya son muchas las que se pierden en el horizonte.

Siempre soñé con entrevistar a José. Nunca he sido mitómano. Por mi lado han pasado gracias a mi trabajo figuras de la música de la talla de Manolo García, Ismael Serrano, Carlos Goñi, Alejandro Sanz o Fito, del deporte como Raúl, Rivaldo, Figo o Mijatovich, también muchas de la literatura, la pintura, el teatro... sin que siquiera me hiciera una foto con la gran mayoría de ellos, ni registrase su entrevista para la posteridad. No eran más que parte de mi trabajo.

Pero con Saramago era distinto. Sentía por él una admiración especial desde que leí "La caverna", libro que dio título a este blog, y luego vinieron muchos, "Todos los nombres", "la balsa de piedra", "Ensayo sobre la ceguera", "Ensayo sobre la lucidez", "El hombre duplicado", ... y un largo etc. entre novelas y poesía hasta llegar a "Caín", el libro con que se despidió.

Anhelaba entrevistar al nobel portugués. Creo que en mi cabeza está elaborado un guión completo de cómo sería esa entrevista de la que creo tener hasta las respuestas. Sabía de su enfermedad y era consciente de que había en marcha una cuenta atrás en contra de ese imposible encuentro que podía impedirlo, pero confiaba en que por una vez el destino se aliara conmigo. No ha podido ser. De nuevo archivaré en mi álbum de sueños irrealizables una ilusión perdida.

Hoy me siento triste. Mi biblioteca siempre tendrá un hueco esperando un nuevo libro que ya no llegará.

jueves, 3 de junio de 2010

Momentos 2


Era una fotografía en blanco y negro muy desgastada. Sus bordes estaban deshilachados y sus esquinas redondeadas. La imagen, notablemente agrietada, mostraba dos niños de no más de 5 y 3 años, respectivamente, sentados sobre la arena de una playa. Cubrían sus cabecitas con dos sombreros redondeados con vuelo en flor que se adivianaban de vivos colores. Uno de ellos sostenía en su mano un rastrillo de plástico mientras el otro, posiblemente una chica por la forma más femenina del bañador, que la cubría tan sólo la parte inferior de su diminuto cuerpo, esperaba con un cubo la obra de su compañero para iniciar, previsiblemente, los cimientos de un pequeño castillo de arena.

Conmovido por aquella tierna escena infantil se trasladó mentalmente a sus primeros años de vida y aquellas tardes de estío sentado en la arena de una playa, considerando que el futuro era dentro de 5 minutos y que aquellas construcciones de arena y agua constituían su mayor propiedad. Compartía juegos con su hermano Miguel, quien le enseñó a nadar, a besar a las chicas y le dio a probar su primer cigarro y su primera cerveza.

lunes, 31 de mayo de 2010

Momentos

Estaba a punto de soltar el aldabón sobre la puerta cuándo se paró un instante a reflexionar sobre aquel momento en que su vida había dado un giro inesperado para llegar al actual.

Y es que aunque resulte redundante, pensó, la vida es una secuencia de momentos que derivan en otros momentos, y así sucesivamente, estando cada detalle de nuestra vida, incluso antes, marcado por una decisión puntual en un momento, repetía, concreto.

Incluso el acto de nuestro nacimiento, en el que todavía no hemos influído con nuestras decisiones, viene dado por una serie de circunstancias anteriores que lo originan. Cómo se conocieron nuestros padres, cómo decidieron unir sus vidas, o mucho antes... cómo lo hicieron los suyos.

Recordó sus manos sucias rebuscando entre la basura algún producto caducado desechado por el supermercado del barrio en que dormía. Llevaba 2 meses en aquella barriada y nunca le había faltado una pieza de fruta, algún yogur o una loncha de fiambre perecederos que llevarse a la boca. Tenía que estar en el contenedor a las 21,15, la hora exacta en que cerraba el establecimiento, si no quería perderse los productos más ansiados por los rebuscadores de la zona. Un día incluso había podido sacar intacta una paletilla de jamón ligeramente picada con la que celebró su particular nochebuena en febrero.


Recordó cómo aquel día en que todo comenzó ¿o había empezado mucho antes? había tenido un pequeño incidente con otros vagabundos, que le llevó a perder su turno en el contenedor del supermercado, viéndose obligado a rebuscar entre la basura de una comunidad de vecinos cercana algún alimento con que saciar el hambre.

Fue allí dónde, entre restos de una cena de pizza fría convenientemente encerrados aún en su caja, encontró aquella fotografía que le trasladó a su infancia.

Un mundo en la mirada en libro-flash

Si quieres leer el cuento "Un mundo en la mirada" en edición libro-flash pulsa aquí.

Este pequeño cuento está dedicado a mi gran amiga Elena, cuya mirada ha servido para ilustrar e inspirar este relato.

domingo, 30 de mayo de 2010

Un mundo en la mirada - Epílogo:

Epílogo:

Bask traduja la runa, se la leyó a los habitantes de la mirada de Anele y enseguida entendieron qué había sucedido:

Nunca tuve conciencia del tiempo
hasta que había pasado.
Nunca pensé en que fluía
como el Árrago valle abajo
y que las aguas que veía
nunca eran las mismas,
y que las piedras que arrastraba
nunca volverían.
Nunca tuve conciencia del tiempo
hasta que un día,
quise volver al pasado.

Hay veces que el uso o la costumbre obligan. Nos hacemos víctimas, rehenes, del tiempo y el pasado. Es entonces cuando tenemos que buscar en nuestros recuerdos, observar el presente, mirar al futuro y comprobar que el tiempo pasa inexorable para sentirnos vivos. Es su transcurso el que demuestra que progresamos y no debemos anclarnos a su historia si queremos que nuestra mirada brille cada día con ilusión.

Consideramos que los sueños son sólo sueños y los dejamos hipotecados al mundo de la noche, de la oscuridad, sin ser conscientes de que están ahí para que luchemos por ellos.

Tus ojos encierran un mundo de ilusión, ganas de vivir, sueños y proyectos que realizar. Su brillo denota y transmite felicidad, paz y fuerza, pero a la vez la melancolía de pensar erróneamente que tienen una deuda con su pasado.

Llega un momento en esta vida en que tenemos que pararnos a observar. Detener el mundo si es necesario y subirnos al monte de nuestros recuerdos a sopesar. Desde allí la perspectiva es distinta. Podemos observar varios horizontes. Atrás el de los recuerdos, en medio el de los lastres del presente y adelante el de los sueños de futuro.

La naturaleza es inteligente y nos puso los ojos al frente de la cara para que miráramos adelante, si quisiera que echáramos la vista atrás más a menudo nos los habría puesto en la nuca.

jueves, 27 de mayo de 2010

Un mundo en la mirada - Parte 7 - Renacer

Parte 7 - Renacer
(El día 30 a las 12 el epílogo)

Las nubes comenzaron a dispersarse. De la misma forma en que llegaron fueron perdiéndose en el horizonte, desvelando de nuevo los verdes valles de la mirada de Anele, que lucían más brillantes que nunca, en ese estado único de lucidez que queda tras la lluvia.

Mosk bajó parsimonioso de la sierra, con ese andar renqueante que ahora denotaba cierta satisfacción. Su viaje a la sierra del pasado había encontrado respuesta a aquellos pesares. En las pizarrosas paredes de la conciencia quedaba escrita aquella runa que daba sentido al tiempo, a la tristeza experimentada durante un momento incierto pero necesario para que aquellos pueblos creciesen, se transformasen, renacieran.

Glolgs, Tewoks y Alocs así lo entendieron al verlo aparecer en la lejanía. Sus bucólicas canciones celtas fueron adquiriendo alegría a medida que se acercaba. Ora una gaita, ora un violín, fueron sumando sonidos felices que anunciaban la inminente fiesta.

Los Alocs brillaban como nunca. Bailaban como locos abrazados a un Glolg que multiplicaba por cientos su fulgor. Sus aleteos no solo eran visibles a kilómetros de distancia, sino que también era posible escucharlos con un ritmo cadencioso de eufóricas palmas al compás de la música.

Los Tewoks se acostumbraron a la luz demostrando que también es posible soñar despierto, que simplemente tiene que haber algo o alguien que te abra los ojos. Durante siglos estuvieron convencidos de su fotofobia y horrorizados corrían a esconderse en cuanto la luz tocaba sus pupilas. De pronto entendieron que no. Les costó unos minutos adaptarse por la falta de costumbre pero enseguida empezaron a disfrutar del brillo y sus colores. No necesitaban oscuridad para metabolizar sus sentimientos, eran aquellas bellas piedras esmeralda de los ojos de Anele las que los producían.

Mosk llegó al centro de la pupila. Levantó con júbilo su viejo báculo, en el que tantos pensamientos había apoyado y apuntó a Bask, el más joven de la tribu y cuyo nombre significaba ilusión. Le entregó la runa, el báculo y un pequeño sudario con el que todos entendieron que cedía su poder nunca reconocido.

Bask tomó la runa y leyó en voz alta.

Así surgió una nueva vida más próspera. Fue el renacer. La travesía del pensamiento pasado a la ilusión.

lunes, 24 de mayo de 2010

Un mundo en la mirada - Parte 6 - La runa

Parte 6 - La runa

Mosk hundió su mirada en el suelo y comenzó a alejarse de la expectante multitud que se había congregado a su alrededor. Nadie preguntó nada, tan solo le dejaron marchar en silencio mientras se encaminaba a la pequeña sierra de recuerdos conocida como “Atnas Allalo”. En aquella mirada los accidentes orográficos no eran sino recuerdos grabados en ella desde la infancia.

Poco a poco desapareció en el horizonte mientras sus convecinos entonaban tristes canciones celtas que narraban melancólicas historias de tiempos pasados.
Mosk cruzó el umbroso robledal hasta el alto de la Atalaya, desde donde podía divisar el conjunto de recuerdos, positivos y negativos, que le habían llevado a aquel estado de añoranza.

Se sentó en un lecho pizarroso y con sus propias lágrimas comenzó a escribir en un lenguaje rúnico, que había aprendido en uno de sus viajes por el centro de Europa, hacía cientos de años.

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viernes, 21 de mayo de 2010

Un mundo en la mirada - Parte 5 - La tempestad

Parte 5 - La tempestad

Los Tewoks se mostraron nerviosos durante toda la jornada. Rezagados en su párpado inferior, esperando la noche para salir, presagiaron por su olfato las nubes que se acercaban por el horizonte. Un fuerte olor a tierra mojada invadió sus pituitarias, augurando un fuerte chubasco del que previnieron a sus vecinos. Los Glolgs más jóvenes rápidamente pulieron sus tablas y se prepararon para el aguacero. Sin embargo el Glolg más anciano, Mosk, los detuvo antes de que llegaran al inmenso lago conocido como “rabillo del ojo”. No era un chaparrón normal y Mosk había sentido un escalofrío que le sacó de su caverna para prevenir a los demás.

No era normal ver a Mosk a cielo abierto. Anciano y curtido en mil batallas, endurecido por las inclemencias de la vida, se había vuelto ciertamente huraño y apenas si salía para sucesos luctuosos o de rabia o desilusión incontenidas, por lo que su presencia sin motivo aparente conmovió a toda la comunidad.

Los Alocs convocaron su consejo de sabios, silenciaron su batir de alas y extinguieron sus destellos. Los Tewoks se escondieron, más aún, esperando noticias. Nadie se atrevía a preguntar a Mosk el por qué de su presencia en el mismo polo del iris. Hacía muchísimo tiempo que no se paseaba con su renqueante deambular por el epicentro de su universo particular.

Los Glolgs se concentraron entorno al viejo ermitaño esperando una palabra que no llegaba. Los ojos de Anele fueron perdiendo su color, su brillo, y en el centro tan solo una gran lágrima en forma de diamante, consecuencia de la reunión de Glolgs, se fue acumulando.

Llegaron las nubes. Viajaban errantes, negras como carbón, lentas pero firmes, oscureciendo todo a su paso. Fueron sumiendo el universo ocular en una profunda penumbra que lentamente se transformó en tinieblas. Los Tewoks fueron saliendo tímidos, atemorizados, y se acurrucaron en un rincón cerca de los Alocs. No sabían que había pasado pero su metabolismo especial sólo era capaz de generar sentimientos de pena, pesar, culpabilidad, tristeza, pesadumbre, aflicción,… dolor. Intentaban sofocar sus deyecciones pero no les era posible. Probaron a no comer pero daba igual, cientos, miles de sentimientos de consternación se multiplicaban inundando el ambiente y contagiando a todos y cada uno de sus habitantes.

En un escabroso silencio el sol se puso en el horizonte. Nadie se fue a dormir. Todos esperaban el consejo de Mosk y el anciano simplemente les miraba a los ojos uno por uno, buscando una explicación, una palabra de ánimo que se resistía a salir, y lloraba.

martes, 18 de mayo de 2010

Un mundo en la mirada - Parte 4 – Los Tewoks

Parte 4 – Los Tewoks

Los Tewoks son subterráneos. Viven en la más completa oscuridad de la profundidad de la tierra. Se alimentan de materia orgánica que son capaces de descomponer elaborando sentimientos. Sí, habéis leído bien. En el mundo de los sueños la materia se puede transformar en sentimientos y eso es lo que llevan haciendo durante siglos los Tewoks.

Vivían en un huerto en las cercanías de Sorellic, una hermosa villa de la sierra de Atag, y se afincaron en la mirada de Anele prácticamente a la par que los Glolgs. De hecho aprovecharon la humedad de sus compañeros para asentarse bajo el párpado inferior, en el que viven desde hace más de dos décadas.

Como seres nocturnos son prácticamente ciegos y la luz les horroriza. Sólo salen en sueños, aunque son entes muy despistados y nerviosos y muchas veces confunden un parpadeo con el anochecer, y aparecen de pronto, ocultándose rápidamente en cuanto les ciega la luz.

Son individuos muy emotivos y con solo un terruño bien oreado pueden generar miles de sentimientos positivos, como la ternura, la amabilidad, el cariño, la comprensión, el altruismo y, el que es su fuerte, la amistad.

A veces los nervios les pueden, o los continuos desvelos entre parpadeos, y generan algún sentimiento confuso como la pereza o el olvido, pero rápidamente lo engullen convirtiéndolo en generosidad.

Los Tewoks también son viajeros, y aunque no puedan reconocer los lugares por sus paisajes lo hacen por su olor. Tienen un olfato extremadamente desarrollado y son capaces de distinguir más de un millón de aromas diferentes, e incluso predecir, mucho antes que cualquiera cuándo va a llover. Avisando a los Glolgs para que estén preparados con sus tablas de surf.

lunes, 17 de mayo de 2010

Extremagastronomía

Hago aquí una pausa en el cuento "Un mundo en la mirada" para recomendaros la lectura de la revista sobre gastronomía extremeña Extremagastronomía. El enlace de la revista digital es:

http://extremagastronomia.blogspot.com/

En la página 18 podéis leer un realato mío que os trasncribo aquí:


Vino de la tierra


El sordo sonido del cristal sobre la barra le sacó de sus ensoñaciones. "Tómese otro", dijo el camarero extendiéndole un nuevo vaso de vino de pitarra. Cogió el minúsculo recipiente, lejano y tosco antepasado de las finas copas de bohemia en las que solía beber sus caldos, y miró al trasluz su contenido. Color violáceo, pensó, entre púrpura y cereza. Abierto, muy abierto, aunque la escasa longitud del vaso y el hecho de que casi rebosara le impidiera una mayor apreciación. Lo acercó a la luz del fluorescente que parpadeaba a sus espaldas y determinó que era luminoso, sin duda un vino joven, posiblemente de aquel mismo año. Sin embargo su turbieza le infería poca confianza.

Aproximó tímidamente su olfato, con la intención de no parecer pedante delante de aquel público que se entretenía a mirar sin ver la televisión, o se perdía entre golpes sobre el tapete de una partida de cartas. Sorprendentemente era franco. Su aroma inicial no desprendía ningún pico sospechoso y rápidamente su pituitaria se vio inundada por aquel aroma tan característico de media intensidad. Intentó identificar sus aromas primarios y varias frutas del bosque se aproximaron a su imaginario olfativo. Estaba a punto de dictar mentalmente su diagnóstico cuando una palmada en la espalda le devolvió a la realidad de aquella taberna de pueblo. "No se esmere", señaló el desconocido que acababa de golpear con rotundidad su dorso, "huele a gata".

El joven enólogo recordó la vieja historia que había escuchado de pequeño en Plasencia. Contaba que en un bar de la calle Ancha había tres cubas de vino, presumiblemente todas de la misma cosecha. Sin embargo todos los clientes preferían tomar sus chatos de la tinaja central. Dicen que con el tiempo, cuando el bar cerró y fue desmantelado, en la cubeta del medio apareció el esqueleto raído de un viejo gato que era el que obsequiaba al caldo con aquel sabor tan peculiar y apreciado. No podía concebir que aquella leyenda urbana fuera realidad.

"Huele y sabe a Gata, a sierra de Gata", especificó sin caer en su abstracción el lugareño.

"¿Y a qué huele y sabe la sierra de Gata?" preguntó divertido el joven catador.

Huele a equilibrio, a frescor e historia, a tradición y progreso, a calidez, a amistad. Huele a hierba y tierra después de llover y al sol castigando una piel abrasada en el campo. Huele a Extremadura. A la matanza curándose en la cuadra y a la piedra de su historia milenaria. Huele a regatos, rios, campos y praderas. Huele a roble, a vid, a olivo y hasta a una cesta de setas bajo el brazo. Huele a los ojos de la mujer más linda y al fornido pulso de un zagal en el bar. Huele a casa, a hogar, a una historia en la lumbre y a una mirada vidriosa de nostalgia al volver al pueblo. Huele a noches de verbena, a romerías y a la charla de las solaneras sobre el empedrado de una calle cualquiera. Huele a sinceridad, a afecto, al abrazo de un amigo y al primer beso furtivo en el pinar. Huele al viento de la sierra, al amanecer en Santa Olalla o a leña de una chimenea en Robledillo al despertar.

"No se esfuerce", continuó, "todos esos aromas los podrá identificar cuando lleve aquí unos días. Es nuestro buqué particular".

sábado, 15 de mayo de 2010

Un mundo en la mirada - Parte 3 – Los Glolgs

Parte 3 – Los Glolgs

Los Glolgs son seres de agua. Se instalaron en los ojos de Anele un verano cuando se bañaba en el canal tras la ardua cosecha. Son una especie caprichosa y divertida, pero también sensible y tierna, que durante siglos deambuló por todo el mundo tras descubrir su facilidad para evaporarse y viajar a lomos de una nube. Son un linaje anárquico y no tienen un líder destacado, aunque tienen un respeto especial a los más viejos de la tribu, que solo salen de sus cavernas en momentos de especial emotividad.

Han aprendido a convivir con los Alocs en simbiosis, actuando como prisma para multiplicar los destellos de estos y conferir a la mirada de Anele un brillo inigualable.

Se les ve aparecer de forma arbitraria en el momento menos esperado. Una simple brisa, una carcajada, o una mirada fija son suficiente motivo para desplegar sus tablas de surf y cruzar sus párpados. Son la especie más arriesgada e incluso se atreven a jugar entre las mejillas, horadando su piel para darle una tersura y suavidad especial, pero siempre vuelven a sus cavernas, para refugiar a sus seres más queridos.

Los ancianos de la tribu sólo salen, como ya decíamos, en momentos de especial emotividad. Se caracterizan por su sinceridad. Por eso son respetados y venerados por todos los demás. Han compartido momentos realmente duros y a veces les cuesta salir, pero cuando lo hacen es porque realmente se sienten necesarios y aportan al resto la fuerza necesaria para sobrevivir. Son fuertes y tienen brillo propio. Son los únicos que no tienen que mezclarse con un Aloc para deslumbrar, y su fortaleza es tal que han dejado impresa su huella en su recorrido, como un esgrafiado que demuestra el carácter noble y veraz de la princesa.

Aunque transparentes, mezclados con los Alocs se convierten en una especie de acuarela que recuerda aquellos sitios por los que han navegado, los lagos de Sanabria, las praderas de Luján e incluso a alguno se le vio surfear un atardecer en el horizonte del Pacífico, bajo el rayo verde de Neruda.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Un mundo en la mirada - Parte 2 – Los Alocs

Parte 2 – Los Alocs

Los Alocs son una raza ígnea. Se asentaron en la mirada de Anele apenas abrió sus ojos una primavera en la sierra de Atag. Vagaban desde hacía siglos entre gotas de rocío y dientes de león, confundidos con luciérnagas. Su líder Haaäk, se sintió irremisiblemente atraído por aquel verde imposible, y dirigió a su pueblo hasta aquel hermoso círculo de paz y tranquilidad, dónde rápidamente conoció la prosperidad.

Fueron los primeros en llegar. Los primeros habitantes de un universo único, color esmeralda, en el que inmensos lagos de nenúfar les dieron aposento para construir su civilización. Una civilización caracterizada por la dulzura y amabilidad de sus habitantes. Un auténtico remanso de paz que se proyectaba al mundo exterior a través del brillo de sus alas, que al ser batidas destellaban, dándole a la mirada de Anele un halo de misterio y profundidad.

Los Alocs son una raza inmortal. Su origen se remonta al principio de los tiempos y se dice que Haaäk es un fulgor escapado de la misma chispa de la creación, cuando el dios Pask decidió crear el color. También hay quien asegura que ha recorrido el mundo mil veces, y que en sus alas guarda briznas de la selva negra, del río Amazonas, del valle del Omo e incluso de una pequeña flor que solo crece en el Himalaya.

Cuando un Aloc está a punto de extinguirse se fusiona con otro, reforzando su brillo. Por eso en el mundo ya solo queda la pequeña comunidad que vive en los ojos de Anele. Entre ellos se encuentran individuos procedentes de los más exóticos lugares: el iris de Sherezade, el mar de luna o el monte del Ulurú, por ejemplo.

Desde que habitan en la mirada de la bella princesa no se recuerda ninguna fusión e incluso se dice, que en una noche estrellada, junto a una estrella fugaz, cruzó la cúpula de su mirada un pequeño brillo, recién nacido, que sólo se ve de cuando en cuando y al que llamaron Bask, que en alociense significa ilusión.

domingo, 9 de mayo de 2010

Un mundo en la mirada - Parte 1 - El inicio

Parte I - Un mundo en la mirada

Había una princesa que era toda energía, vitalidad y belleza. Sus ojos escondían los mares del pacífico, que en un susurro llegaban a través de su voz como desde una caracola de nácar encontrada en la más bella de las playas. En su mirada vivía un mundo, y no es metáfora, era tan intensa que una pequeña civilización de seres oníricos se había instalado allí.

Allí vivían los "Alocs", unos pequeños individuos luminosos que habitaban en su iris, dándole un brillo especial.

También vivían los "Glolgs", unos seres diminutos que hacían surf en sus lágrimas, y los "Tewoks", unos personajillos nerviosos que sólo salían de noche pero se desvelaban a cada parpadeo, por lo que de vez en cuando se podía ver a algún rezagado.

En el pequeño mundo de la mirada de Anele, como se llamaba nuestra princesa, todo era alegría y cordialidad. Los distintos habitantes de este universo convivían felizmente, buscando imágenes para una fotografía que rápidamente imprimían en su retina. Guardaban lienzos con las flores más hermosas, con los más bellos atardeceres, con abejas bailando y una mariquita a punto de despegar. Todas seleccionadas con una sensibilidad especial que contagiaba ternura a cuantos tenían el honor de poderlas compartir.

Sus lágrimas, que eran espontáneas y raramente acusaban tristeza, más bien emoción, sentimiento o, de vez en cuando una reacción a la brisa o al polen, eran de acuarela. En ellas, entre los arcoiris de mil colores que dibujaban los Glolgs con sus tablas de surf, se mezclaban pinceladas luminosas de los Alocs y trazos nerviosos de sueños que dejaban impresos los Tewoks.

El ciclo vital de aquel mundo era sencillo. La luz la obtenían de la amplia mirada de Anele, que transformaba en colores la procedente del sol, a través de pequeños prismas que multiplicaban por mil su espectro y calor.

El oxígeno lo recibían a través de oportunos suspiros, con olor a vainilla, que llegaban cadencialmente, a veces precedido de un leve y gracioso estremecimiento, y les aseguraba siempre el halo necesario.

El alimento llegaba en forma de pequeñas briznas, inapreciables, del verde de un prado, del blanco de un campo de cerezos en flor, del naranja de un gajo de mandarina, o del rojo de una fresa recién cortada.

Todo estaba perfectamente organizado y sólo en aquella mirada, entre los millones existentes a su alrededor, era posible un mundo así.


Un mundo en la mirada es un cuento compuesto por 7 capítulos y un epílogo que se irá publicando próximamente. Cada 3 días, hasta el día 30 de mayo se publicará un nuevo capítulo para daros tiempo a leer los anteriores sin que se os acumule mucho trabajo.

martes, 4 de mayo de 2010

Felicidades "Escúchame"

El pasado jueves el programa "Escúchame!" de Canal Extremadura Televisión recibía en Plasencia el premio a la excelencia sanitaria por saber reflejar cada semana el trabajo y la vida diaria de las personas con discapacidad.



Hoy recibimos la grata noticia de que han sido nominados a los premios de la Academia de las ciencias y las artes de televisión que se fallarán el próximo jueves.

Esta nominación como finalistas de estos premios, la primera que recibe un programa de Canal Extremadura en su historia, reconoce el extraordinario trabajo realizado por un grupo de personas que no sólo creen en su profesión, y hacen de ella un modo de vida, sino que también creen en las personas y así lo ponen de manifiesto cada semana destacando, con absoluta sensibilidad, los aspectos más reseñables de un colectivo, el de las personas con discapacidad, que pueden demostrar a través de oportunidades como la que ellos les brindan que son más capaces que nosotros.

Ser finalista de estos galardones es sin duda un premio por el que sentirse orgullosos, sea cual sea el ganador final, pues con este reconocimiento se premia a todos aquellos que cada día superan barreras antes infranqueables con tesón, constancia, esfuerzo e ilusión.

Felicidades a todo el equipo de Escúchame! y a sus protagonistas.

viernes, 30 de abril de 2010

Valientes

Creo recordar que se llamaba Ahmed. No estoy seguro, quizás nunca presté tanta atención a su nombre como a sus palabras, aunque fuera lo único que no le quisiera discutir. Era el padre de Mah, un saharaui desvergonzado de 10 años que seguramente hoy, con la mayoría de edad cumplida, esté por Extremadura en una familia acomodada, no sé si más o menos presente de las penurias vividas en el desierto.

Ahmed era delgado, rozando lo enclenque. De rostro anacrónico, escarpado de trazos subrayados. Dijérase que podía esconderse detrás de su kalasnnikov, un viejo rifle de empuñadura de madera con el que incluso dormía.



De su boca, rodeadas del humo de un cigarro sempiterno, brotaban palabras de odio e ilusión que hablaban de una guerra por ganar y de mil batallas perdidas. Aferraba su viejo fusil con fuerza y prometía volver un día a la tierra de la que fue expulsado, sobre una alfombra de sangre traicionera.

Intenté disuadirle sin éxito en aquellas noches de largas conversaciones en que se enfrentaban razón e ilusión. Yo, del lado de mi lógica, él desde su fe.

Su guerra apenas consistía en robar, de cuando en cuando, un cetme o, con muchísima suerte un vehículo, al bando marroquí. Mi paz consitía en sumar tés esperando que el mundo ,que durante años les dio la espalda, girara su cabeza para ver, y solucionar, tal injusticia. No nos pudimos convencer pues ninguno de los dos nos hubiésemos dejado, pero los dos eramos conscientes de que en caso contrario defenderiamos las mismas posturas que ahora criticábamos.

Ahmed seguirá luchando, posiblemente, si las fuerzas no le han fallado y si su débil corazón de guerrillero sigue latiendo. Mañana se levantará a las 7, y con su kalashnikov acudirá, como cada día de los últimos 11.000 (o más), a la frontera con Marruecos, y en su árida haima habrá fiesta si robaron, acaso munición.

Ahmed era un valiente, aunque su razón, que no es distinta que la mía, también le explicaba cada mañana que la guerra estaba perdida, seguía luchando por mantener vivo el sueño de volver un día a su tierra.

Las luchas personales no entienden de la fuerza del rival, tan sólo de que rendirse puede ser dejar de soñar.

A mi amigo Alberto.

martes, 20 de abril de 2010

Desorden

A veces mi caminar errático parece el ebrio andar sin rumbo del moribundo, el denodado navegar contracorriente de un barco de cáscara de nuez ante la ira de Eolo, o la vertiginosa caída de Ícaro abrasado por la cera que el sol fundió en su espalda. Pero en sus indecisos pasos avanza, torpemente, aprendiendo del futuro que imagina más que del pasado que intenta aleccionarle con ideas preconcebidas.

Avanza con la satisfacción de que cada paso, acertado o fallido, lo dio con la libertad de querer caminar, no de tenerlo que hacer, con la ilusión de buscar mi destino, no el destino.

Pero en ese angosto camino sé que estás ahí y sé que me intuyes; que aunque mis huellas se salgan del camino de baldosas amarillas que te gustaría que siguiese, para dejar restos de barro en su delicada porcelana que otros vendriais a limpiar, mis pasos siguen marcando un sendero que discurre sinuoso entre la felicidad de sentirme único y la desolación de sentirme solo.

En realidad no estoy lejos sino al lado, en el arcén pedregoso por el que mis pies caminan con mayor facilidad, lejos del vertiginoso ritmo que quiere marcar tu autopista. Apartado de las ráfagas de aire que me impulsan a la cuneta al adelantarme por la vía rápida, pero también lejos de las caravanas del domingo familiar de filetes empanados y tortilla. Por eso avanzo, y llego, y cuando buscas a tu lado sigo ahí porque nunca me fui, sólo tracé mi itinerario al margen de convencionalidades para evitar crear atascos, para impedir que mi deambular dubitativo entorpeciese el viaje a quienes queríais correr más o distinto.

A lo mejor en ocasiones olvidé señalizar mi maniobra o, al contrario, dejé tanto tiempo puesto el intermitente que pensasteis que olvidé apagarlo. No importa, me encontrarás en el siguiente apeadero, con mi cesta de mimbre abierta para seguir compartiendo su contenido. La encontrarás desordenada, pero siempre podrás comer de ella, aunque sea el postre antes que la sopa.

martes, 13 de abril de 2010

Yo casé a Alberto y Rafa

Hoy, gracias al blog del amigo Ricardo, me encuentro esta noticia en la prensa Nicaragüense y me siento orgulloso de haber participado activamente en el enlace de Alberto y Rafa.

Gracias a los dos por permitirme en su momento ser una minúscula parte de la lucha por las libertades de las personas.

http://www.laprensa.com.ni/2010/04/11/nacionales/21463

jueves, 1 de abril de 2010

Sigo soñándote

Me he sentado en el verde de tus ojos
a esperar amanecer,
y he dormido en la miel de tu mirada
aguardando al alba.

Me ha sorprendido en un reflejo de tu iris
al despertar la aurora,
y en esas pequeñas sombras
que lo iluminan me resguardé del sol.


Me he refugiado en tus labios
del rocío de la mañana y
he soñado en tu boca
al albor del día.

He respirado tu aliento
que me devolvió la vida,
y en tu voz he encontrado
la melodía que olvidé.

He depositado en tu aliento un beso
y desperté de mi sueño
en el frío invierno.

domingo, 28 de marzo de 2010

Haz la casita

Hoy he ido a esquiar por primera vez. Aunque mi buen amigo Mario había insistido en reiteradas ocasiones para que le acompañara alguna vez a la práctica de este deporte, ha sido otra gran amiga, Elena, la que me ha convencido para que lo hiciera.

Mi falta de equilibrio, mi pobre forma física, y mis temores me han llevado a practicar durante horas la actividad de caída y recuperación. He caído de mil formas diferentes sobre cien partes distintas de mi cuerpo, cómo ahora me recuerdan mi rodilla dolorida, mis nalgas amoratadas y algún que otro hematoma disperso por distintos lugares de mi cuerpo.

Durante todo este aprendizaje de "maneras de caer y volver a levantarse" todo el mundo a mi alrededor ha insistido con un consejo: "Haz la cuña". Lo he intentado. He agachado el culo, doblado las rodillas, girado los tobillos, juntado y separado los pies; tantos movimientos extraños que más bien parecía el nuevo baile de King África... con nulo resultado. Una y otra vez mis esfuerzos rodaban sobre la nieve.

Tras 3 ó 4 horas de denodados, pero inútiles, esfuerzos se ha acercado una niña de no más de 3 años al verme caer y me ha dicho "haz la casita".

Se refería a la misma postura de cuña en la que tanto habían insistido a mi alrededor durante horas pero, no sé por qué motivo, al levantarme, he colocado mis pies, y los esquís han frenado automáticamente. He avanzado unos metros, he vuelto a colocar mis pies, y de nuevo he conseguido frenar. Desde ese momento no puedo decir que haya esquiado ni siquiera como un familiar lejano de los Fernández Ochoa, pero al menos he conseguido soltarme y disfrutar esquiando del resto de la tarde.

A veces escuchamos los consejos que nos dan a nuestro alrededor para que dejemos de caer siempre en los mismos errores y no somos capaces de corregir nuestra postura. Tiene que ser la dulce voz de la inocencia la que, con sus propias palabras, nos haga reaccionar.

jueves, 11 de marzo de 2010

Mi guerra


No creía en la guerra.
Enarbolaba en mi mano siempre
una blanca bandera de la paz.
Hasta que me sentí asediado.

Hasta que una metralla de tu sonrisa
atravesó mi pecho.
Hasta que la punzante saeta de tu mirada
se hendió en mi corazón.

Sangraba, inerte.
Lloraba,
viendo como por mis heridas se fugaba
gran parte de mi vida.

Cómo la coraza que, con la paciencia
de un alquimista, había forjado
alrededor de mis sentimientos
se había resquebrajado.

Cómo el yelmo de mi conciencia,
que me resguardaba de viejos daños,
caía sobre el albero de un anfiteatro vacío
en el que solo tú y Atenea,
diosas del amor,
disfrutaban del espectáculo.

Dibujé un Guernica de corazones,
un 2 de mayo de flores,
y caí rendido como Botticelli,
al triunfo de Venus en Marte.

Postré mis grebas en tierra,
rasgué mi lóriga para dejar que me abatieras.

No mostré resistencia.

Y un susurro certero,
de tu dulce voz, letal,
cercenó mi brunia,
y se incrustó por siempre
en mis pensamientos.

Te quiero y te necesito


Llegaste a mi en una tarde de junio,
¿o fue una mañana de invierno?.

Vitales,
como el tibio sol de un amanecer
descubrí tus ojos.

Pronto la prístina luz de tu mirada
se me antojó esencial.
Necesaria, indispensable,
para despertar cada mañana.

Luego, como un susurro, llegó tu voz.
Un canto de sirenas
para el que Ulises, incauto,
no me había atado al mastil principal.

Caí en su eco, como
una nota desafinada que se apaga
ante la más deliciosa melodía,
como la luz de una vela que se pierde
ante el resplandor
de la aurora boreal.

Ahora solo repito cada día,
"te quiero y te necesito".

miércoles, 10 de marzo de 2010

Libre


Naciste silvestre
como las margaritas de tus fotos
como la flor que nunca,
acabaste de pintar.

Creciste libre,
como las plantas,
que con tanta delicadeza cuidas,
y esos pequeños insectos
que vuelan hasta tus dedos
para sentirte respirar.

Maduraste sativa,
como la flor de la cereza,
como la raíz del almendro,
como la blanca orquídea
que espera tu mirada
para poder despertar.


Vives alodial,
sin saber sin embargo
que me tienes cautivo.

Siento celos de la luna


Siento celos de la luna
que te observa cada noche;
que enchida de luz se muestra
para ofrecerte su manto
y se viste de caracola
porque hoy saliste a buscarla,
mientras te espera en la sierra
con su falda nacarada.

Siento celos de la luna
porque rodea tu cuerpo;
porque dibuja tus senos
con el brillo que te alumbra
y refleja en tus labios
el fulgor de su pasión.

Siento celos de sus rayos
que te perfilan la piel;
que acarician tus cabellos,
que los convierten en miel.

Siento celos de la luna
que reverbera en tus ojos,
de esas motas diminutas
que en tus lágrimas se bañan;
luciérnagas de perla y oro
en un remanso esmeralda.

Siento celos de la luna
que se esconde entre las nubes
para espiarte discreta,
enamorada de ti.

Siento celos de la luna
porque también está loca,
y desaparece en la noche
soñando, igual que yo,
con un amor imposible.

Vendrás con la brisa del valle


Apostado en un rincón de tu memoria
aguardo un gesto,
un guiño,
un olor que te recuerde a mi.

Que te devuelva
a aquella tarde de verano
en que nos conocimos.

Quizás un rayo de sol que se fije
en tu espalda,
como mi mirada adormecida cayó
sobre tu omóplato desnudo para vivir allí.

No tengo prisa,
sólo espero que el canto de la oropéndola,
la brisa del valle que arrastra un simpático estornudo,
te traiga a mi.

Aguardo a que una noche de marzo,
una madrugada en vela,
me devuelva a ti.

Espero que un día tu memoria
tropiece con la mía y comprendas que esta
siempre estuvo allí.

lunes, 8 de marzo de 2010

Siempre es otoño


Las desnudas ramas del almendro me devuelven

a la realidad de un confuso otoño,

disfrazado de primavera,

en la que buscan su blanca flor.


Perecí a la ilusión del cerezo,

blanco de nieve,

presagio de un inminente invierno

que heló mi esperanza.

Es otoño.


Creí por momentos ver en flor el almendro y el cerezo,

pero era el lecho canoso de este solsticio de diciembre,

que engañaba a mi corazón.


Mis ilusiones se vieron reflejadas en sus rígidas varas,

que aguantaban a la intemperie el rigor de la helada,

penitentes,

por haber soportado la belleza de una primavera que pasó,

y que regaló sus frutos a unos labios que no eran los míos.


Pasó su tiempo, como el mío.

Pasó el verano y siempre es otoño.

domingo, 7 de marzo de 2010

En el teatro


Apoyas suavemente tu mejilla izquierda
sobre tu hombro.
Dejas al descubierto tu cuello desnudo,
depósito imaginario de mil besos,
que quisiera suavemente posar en tu trapecio.

Brillan tus ojos en la penumbra
de una platea en la que el escenario pierde poder y
te erige en protagonista de una obra,
da igual cual,
en la que alguien extrae de tus labios una sonrisa
que me inunda y quiero acariciar.

Siento tu aroma llegar desde el sillón delantero
y me embriago en él,
recogiéndolo en la memoria para disfrutarlo,
sorbo a sorbo, al llegar a casa.

Luces un precioso vestido que
atrevido,
dibuja tu silueta con la perfección
de unos dedos, que te han perfilado mil veces,
de memoria, en la triste soledad
de mi cama.

Intento rozar tu piel,
con delicadeza y alevosa timidez,
sin molestar, sólo por sentir en mis yemas
el calor de tu cuerpo,
o por ósmosis, sofocar el mío.

Me pierdo en un carcajada
que me traslada a tu felicidad
dispuesto a sacrificar la mía,
por ti.

sábado, 6 de marzo de 2010

Domingo


Un rayo perdido de sol en la mañana
que se filtra por no se qué agujero
en mi persiana,
me dice que es de día.

No quiero despertar y saber
que duermo sólo.
Quiero que vuelva la noche.
Volver al reino de los sueños.
Regresar a los brazos de Morfeo
y entregarme a ti.

¡Maldito sol, huye de mi vista! ¿no ves
que estoy enamorado de la luna
y de quien bajo su influjo me dijo adiós
con dos besos?

¡No!
Murió la luna de celos, al verte
pasear bajo su luz,
con tus ojos de mar, tu sonrisa
de azahar y tu cabello
de seda.

Se apagaron las estrellas a tu paso
al no poder competir con tu
belleza y se apagó Orión,
a la sombra de tus senos.

Se hizo la noche al verte,
porque así pude soñar,
que contigo,
tenía la luz.

No me despiertes, maldito sol.

jueves, 4 de marzo de 2010

Conxuro


El son de las muiñeiras me condujo por caminos de mi infancia. Lembranzas de puericia entre “pandereiras” y “tamboraidas” que me sumen en un sueño de niñez.

Perseguido siempre por “meigas nas que non creio”, pero que cada vez que se cruzan en mi camino, o yo en el suyo por tierras del Sil, tañen sus pieles curtidas en un bucólico cántico, que me traslada a esas calles de A Guarda en que conservo mi inocencia.

Suelo llevarles mis sueños, mis ilusiones y deseos, con la esperanza de que en un hechizo devengan realidad. Ayer llevé tu recuerdo. En un “caldeiro” de barro con olor a brasa de eucalipto, a mijo y miel conjuraron tu nombre.

Mezclaron ojos de gato negro, uñas de duende y la flor de un recóndito rincón de los bosques das fadas, junto a la sangre de un chivo joven. Lo movieron de derecha a izquierda con una cuchara de madera de haya que se cría en Fisterra.

La “meiga mais vella” me miró a los ojos y me preguntó. ¿Tanto la quieres para recurrir al averno solo por besarla?

Respondí afirmativamente.

“Vengo del propio infierno, que es mi vida sin ella.”

viernes, 26 de febrero de 2010

Ya no hay playas en las que naufragar


Ya no siento la arena
de las playas en mis pies
y esta caracola
no devuelve tu eco.

El mar es olor a petroleo
de recuerdos encallados,
y quema sin justicia el sol
mis ojos ciegos.

La sal se hace amarga
con la lluvia de mis párpados,
y el horizonte no contiene
el barco de papel
de tu sonrisa.

Ya no es verde
el reflejo de tu cielo
ni acarician tu espalda las olas
de mis dedos.

Ya no hay nombres
escritos en la orilla
ni castillos en que ondee
tu bandera.

Ya no navegan
tus labios en los mios
ni tu calor
broncea mis sueños.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Walt Whitman

La mesa está puesta para el hombre.
Aquí está la carne para el apetito natural.
Siéntate.
Que se sienten todos:
el malvado
y el justo.
No desdeño a ninguno.
Que nadie se quede a la puerta.
La manceba,
el parásito
y el ladrón
están invitados;
y el negro cimarrón
y el sifilítico también.
No habrá diferencias
ni privilegios para nadie.
Que se sienten todos.
Esto es el apretón de una tímida mano,
el perfume natural de una cabellera desbordante,
el contacto de mis labios con los tuyos,
el jadeo de mi ansiedad,
el reflejo de mi cara en las alturas y en las profundidades insondables……..
es el deseo premeditado de mezclarme con todos…… y escaparme después.
¿Creéis que tengo algún propósito oculto?
Tal vez lo tenga
porque las lluvias de abril lo tienen
y la mica pegada en el costado de la roca lo tiene también.
¿Soy yo un asombro?
¿Es un asombro la luz del día?
¿Es un asombro la primera estrella roja que tiembla entre las ramas?
¿Asombro yo más que ellas?
Voy a decirte algo en secreto.
Es la hora de las grandes confidencias,
de decir grandes cosas al oído.
No se las diría a cualquiera,
pero a ti sí te las digo. Escucha:

jueves, 28 de enero de 2010

lunes, 25 de enero de 2010

En mi descargo

He amado.
No sé si bien o mal,
sólo sé que he amado.
A mi estilo,
y lo he entregado todo.

He amado a mujeres, sobre todo,
pero también a hombres, a cosas, a ideas...
y muchos me han fallado, alguna vez.
¿O habré sido yo quién les ha fallado?

He amado sonidos, o sus ecos,
imágenes, o sus reflejos,
espacios, o sus ausencias.

He amado un amanecer,
pero no cualquiera.
No era el mismo sol que saldrá mañana,
nisiquiera el que hoy me ha despertado con tu voz.
No era la misma luz que iluminó tu cara,
nisiquiera era ya tu cara.
Por eso ya no amo el amanecer,
aunque seguro que volveré a amarlo.

He amado,
y me he sentido vivo.

jueves, 21 de enero de 2010

Micorriza

Con la intención de reservar esta caverna exclusivamente para lo más personal he iniciado hoy una nueva andadura bloguera en la que dejaré mis reflexiones políticas.

La podéis seguir a través de:

www.micorriza2.blogspot.com

miércoles, 20 de enero de 2010



Falling Slowly

I don't know you
But I want you
All the more for that
Words fall through me
And always fool me
And I can't react
And games that never amount
To more than they're meant
Will play themselves out

Take this sinking boat and point it home
We've still got time
Raise your hopeful voice you have a choice
You'll make it now

Falling slowly, eyes that know me
And I can't go back
Moods that take me and erase me
And I'm painted black
You have suffered enough
And warred with yourself
It's time that you won

Take this sinking boat and point it home
We've still got time
Raise your hopeful voice you had a choice
You've made it now
Falling slowly sing your melody
I'll sing along

lunes, 11 de enero de 2010

Año de nieves...


Foto tomada desde mi ventana a las 8:15 de hoy

viernes, 8 de enero de 2010

La playa

Le gustaba pasear por la playa, sentir cada mañana la suave caricia de la arena y el frescor del agua que caía suave, enterrándo sus pies ligeramente. Salía temprano, e iba observando como detrás de si dejaba un rastro de pisadas que se perdían en el horizonte. Siempre el mismo camino que trazaba un día tras otro, resignado a ver como lo borraban las olas, a tenerlo que a recorrer cada mañana. Sabía que no duraría más de unas horas, que la marea lo cubriría de nuevo, hasta el siguiente amanecer.

Aquella mañana el mar estaba embravecido. Furioso chocaba contra las piedras en un sonoro chasquido que rompía el habitual ulular de las olas. Las gaviotas volaban nerviosas. Clavó sus pies en la arena intentado dejar su huella, pero rápidamente el mar las cubría de piedras, algas y restos de conchas. Loco, desesperado, corrió de un lado a otro, intentado que sus huellas fuesen más rápidas que el violento mar, pero apenas había andado dos pasos cuando de nuevo sus pisadas se habían desvanecido. Luchó, sudó y fatigado cayó al suelo mezclando el salobre de su llanto con el sabor del mar.

La marea lo arrastró hacia el interior y desapareció.

Hoy no quedan sus huellas, ni han vuelto a dibujarse en la arena. Tampoco nadie quiso nunca seguir sus pasos.