domingo, 12 de septiembre de 2010

Momentos 8

Nunca obtuvo respuesta.

Sin nada que le atara ya a aquella vida de miseria y abandonos decidió buscar suerte en Madrid, y con quinientas pesetas en el bolsillo, dos pantalones, una camiseta y una muda en la mochila, dijo adiós a aquellos páramos casi desérticos, dejando atrás la celeste silueta ajada de su madre, la sesteante figura amorfa de su padre, que permanentemente sudaba en el sofá en un compás de desafinados ronquidos, y el delicado espectro de un sobrino que, poco a poco, se extinguía en un rincón, prácticamente mimetizado con la calcárea pared de su habitación.

Sobre la mesilla de noche abandonó, a medio leer, el último libro que había empezado y que, posiblemente fue el detonante para tomar aquella drástica decisión que ahora le apartaba de su hogar.

Nunca fue un buen estudiante. Su azarosa existencia le empujó a buscar alicientes para vivirla más allá de los teoremas y tablas que los profesores se empeñaban en enseñarle. Sin embargo la lectura le apasionó desde pequeño. Mientras el sol lucía vagaba por las calles persiguiendo su futuro, delante de algún policía o vecino recriminante con su actitud, pero al caer la noche Twain, Ende, Kippling, Andersen o Irving se convirtieron en sus tutores, cuando a cada luna se encerraba en su habitación a recrear mundos imaginarios en los que le gustaría vivir.

Siempre quiso ser Tom Sawyer, Bastian Dux o incluso Mowgli, pero la realidad le condenó a ser Huckleberry Finn, cuyas aventuras estaba leyendo cuando decidió cerrar su hato y buscar su sino en otros mundos, lejos de aquel segundo círculo del infierno de Dante en el que habitaba.

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