sábado, 7 de agosto de 2010

Momentos 6

Miguel, Miguelín, fue un niño pequeño y enfermizo. La descuidada alimentación que había podido recibir durante sus primeros meses de vida dejaron en su piel un macilento rastro blanquecino, casi amarillento, unas malváceas ojeras permanentes, y una débil estructura ósea que apenas podía soportar su exigua enjundia.

La fractura que su inexperta madre le había ocasionado en el fémur derecho, cuando apenas contaba con 4 meses de vida, al intentar evitar que cayera de la cama dónde le cambiaba de pañal, le castigó de por vida con una leve cojera que le confería un aspecto aún más desaliñado y lamentable.

Su cabello era rubio pálido, casi blanco, y colgaba sobre sus hombros a modo de desordenada estopa, regalándole una imagen casi siniestra en conjunción con sus grandes ojos saltones, que pretendían escapar del amoratado pozo de sus párpados, y los no menos violáceos labios, que siquiera dibujaban un rayón en su rostro nacarado.

Con los años su faz se fue tintando con rastros de enfermedades mal curadas, como el sarampión o la varicela, y una prematura pubertad, plagada de granos purulentos que le condenaron, aún más si cabe, a un completo ostracismo.

3 comentarios:

MandarinaAlizarina dijo...

Llevaba tiempo sin pasarme. Tenía el mundo del blog abandonado, pero me alegra volver y encontrarme blogs como el tuyo, con textos así.

Besinos

Sofía Garzón dijo...

Así, bien ¨hechos, con ganas de ser.

Anónimo dijo...

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