He sentido un ligero mareo, un desfallecimiento que me ha obligado a sentarme en esta acera desde la que veo pasar un reguero de agua bajo el arco de mis piernas. Es agua limpia, que corre, sonora, bajo el viejo puente románico.
Vine a pescar. Nando está conmigo. Hemos echado las viejas cañas de bambú que heredamos del abuelo y esperamos que alguno de los corchos con los que hemos improvisado las boyas se hunda, mientras, a escondidas, disfrutamos del amargo sabor del tabaco que hemos robado a papá. Espero que no se entere. Miro hacia el agua y te veo salir, tu bañador empapado. Te sienta bien ese bikini azul. La playa está desierta y mientras te bañas disfruto haciendo castillos de arena.
Tras sus almenas he escrito nuestros nombres en la piedra. Sé que no está bien, que es un monumento legendario, pero quiero que la historia, a partir de hoy, también recuerde nuestro amor.
¿cómo dijiste que te llamabas? Ah, sí, Lucía.
Mi madre llega asustada y me pregunta qué me pasa, por qué estoy sentado en esta acera. Le digo que nada, que me he caído de la bicicleta y me duele la rodilla. Sangra. La enfermera que me ayuda a levantarme dice que no es nada, que mañana se habrá pasado. Llega el médico y me felicita. Dice que es un niño precioso, al que llamará Raúl.
Le acompaño al colegio. Es su primer día y está nervioso. Llora desconsolado. Es normal, era su primer amor. Sé que no quería hablar conmigo de ello, es muy tímido y piensa que hay cosas que un padre nunca podrá entender. ¿Cómo no? Le cuento aquella primera vez, tus labios parecían de papel, recuerdas, James Dean tiraba piedras sobre una casa blanca, entonces te besé.
Ya no tengo vértigos. Me puedo levantar y a mis espaldas hablan de alguien, un extranjero, germano, quizás. Últimamente me hablan mucho de él.
8 comentarios:
me alegra ver que tiñes de color tus escritos... siempre es mejor
Gracias Iván.
En mi paleta también hay colores, aunque últimamente el pincel está seco y le cuesta impregnarse de sus tonos. Pero de vez en cuando se tiñe y deja vestigios de lienzos coloridos que hablan de futuro.
Qué gusto da leerte cuando escribes así. Me encanta este cuento. Sigue en esta linea.
Precioso cuñao.
Muchas gracias cuñada.
No es cuestión de líneas. Ya me gustaría a mí poderme marcar una tendencia única. Pero es cuestión inspiración, motivación y estado anímico. Los mismos duendes que ayer me dictaron el triste poema que precede a este cuento, anoche me contaron esta historia para que me durmiera, y hoy se han levantado temprano para recordarmelo. Mientras tanto me susrraban al oído versos lastimeros que guardo en un poemario que no sé si algún día colgaré.
Están ahí, para lo bueno y para lo malo. Y tan pronto canta blues como tanguillos.
Precioso.
Sabes? El otro día una compañera hizo un directo en casa de un hombre que lleva cuidando de su mujer desde que sufre esta enfermedad en la que se pierden todos los recuerdos.
Me pareció una gran historia, porque es un problema que sufre el enfermo pero padecen los que están a su lado, sobre todo los más cercanos, esos que de repente hablan en otro idioma, que cuentan la vida que parece de otros, que hacen sentir mal, sin quererlo al que cuidan a cada segundo.
Pero ante todo, me pareció una gran historia de amor, amor verdadero, ese que se esfuerza por intentar enamorar diariamente a la persona con la que llevan toda una vida.
No hay esfuerzo mayor y peor recompensado.
el secreto de la vainilla
Lo vi... Sabes que me trago tu programa entero cada día...
Fue uno de los detonantes de esta historia.
Esa bella historia de amor diario, ¿cómo se llamaba la mujer?¿Visi? Creo que sí, que era así.
Vi sus ojos perdidos. Una sonrisa pícara en un momento en el que dentro de su enfermedad pareció recbrar cierta lucidez, no sé si la de aquel momento o la de un momento pasado, que más da.
Fue la que me inspiró gran parte de este cuento. Son esas bellas historias de amor las que hacen confiar en ese sentimiento.
¿Viste a... como se llamaba el hombre...? ¿Arsenio? ¿peinándola...? Sé que era un poco forzado para el reportaje, pero... ¡cuanto amor!
No sé por qué esta enfermedad me conmueve tanto. Quizás porque a veces yo también trate de vivir de recuerdos, pero siento una sensibidad especial por sus seres cercanos. Esas personas que dedican su vida y esfuerzo a, cómo dices, resucitar cada día el amor de una vida, intentar enamorar diariamente.
Pero no estoy de acuerdo contigo en que no esté recompensado. Creo que sólo ese guiño de complicidad de un segundo, que puede corresponder a un recuerdo de hace 50 años, compensa para ellos el esferzo de una vida.
Cuando se ama de verdad una mirada de un segundo compensa la ceguera de una vida.
He entrado aquí a través de el Jardín de los Alelos. Os visitaré a ambos, me gusta lo que escribís, la fabulación, las historias.
En los momentos alegres,todos juntos, en los difíciles, los de verdad.
Verdaderamente conmovedor, Juan Carlos. Esos recuerdos superpuestos que siempre acaban encontrado a ella. Es un fiel ejemplo como describiste esta enfermedad. Saludos
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