lunes, 12 de noviembre de 2007

La coleccionista de versos XVII

No era capaz de dormir. No habían pasado 2 horas cuando volvió a abrir los ojos y, en la oscuridad, buscó la caja verde que aún permanecía sobre la cama, en el cofre que no había querido cerrar.

Leyó y releyó el papel cien veces, casi se lo aprendió de memoria. Encontró en él mil parecidos a otros que descansaban en el fondo de la caja marrón, tan iguales y tan distintos. Era imposible tanta coincidencia. Un año después la historia parecía repetirse. ¿El destino daba una nueva oportunidad o se reía regocijándose en su recuerdo?. Más versos, más palabras, una nueva caja que llenar de sentimientos. No se lo había planteado así, pero el simple hecho de colocar aquella pequeña caja verde en el cofre presagiaba el deseo de cierta continuidad. ¿habría más cartas?¿habría más poesías?¿debía contestar?

No lo hizo. Abrió la puerta de su habitación. Se acercó a la de Hector. Apoyó su mano en el pomo y, al sentir el frío de aquel metal romo, de dorado barniz cascarillado, dio la vuelta. Regresó a su habitación. Cogió un papel y escribió "Me han gustado tus versos, ¿no crees que a la noche le ha faltado algo?" Simple. Concisa. Pero cobarde. Con un gesto de rabia arrugó el papel y lo arrojó a la papelera.



Volvió a salir de la habitación, de nuevo su mano sintió el gélido tacto del pomo cromado, de nuevo volvió a soltarlo con un escalofrío, de nuevo regresó a su habitación llorando, de nuevo cogió un papel y de nuevo escribió "mis labios se han despertado queriendo saldar la deuda que tienen con los tuyos", de nuevo volvió a tirarlo, pero nada era nuevo, todo ya había sucedido...

Amaneció. Hizo café, y con una sonrisa esperó en el comedor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si algo me ha enseñado el tiempo es que las cosas hay quehacerlas en el momento preciso en que se siente, luego pierden todo le sentido.

Soy una gran defensora de los impulsos.

Estos dos, deberían hacer lo mismo...
vamos, creo yo!



el secreto de la vainilla