Había llegado el día. Hector despidió a Nana en la fría terminal internacional del aeropuerto de Portela. Un abrazo, acompañado de un caluroso beso fraternal, en la mejilla, cerró las puertas de su corazón, de un portazo y bañado en lágrimas. Mar también lloraba. Confundida quizás. Con aquel adiós cerraba un capítulo más de su vida del que sólo quedaría una caja más llena de poesía, aparcada junto a otra. Esperando quizás que alguien, un príncipe azul que supiera hacer bailar las abejas, las que solo se despertaban en el sueño adolescente de querer descubrir de nuevo el amor, apareciera en su vida.
No quiso mirarle a los ojos. No quería perder en un día el firme convencimiento adquirido durante casi un año. No lo amaba. No sentía nada. Se decía, mientras sus manos se soltaban definitivamente e iban espaciándose lánguidamente, primero las palmas, luego los dedos acariciándose lentamente hasta que al final se separaron sus yemas. Para siempre.
Hector esperaba una palabra, un "quédate" que se ahogó en los labios de Nana. Cruzó la puerta de embarque y salió hacia Paraíso, un lugar en la conciencia, en el recuerdo, en la nada.
Nota del autor:
Si no os gusta el final lo siento, no siempre las historias de amor tienen final féliz. De hecho cada vez son menos los finales de película, aunque el guión sea bueno a veces falla el casting.
Eso sí, hay un final alternativo, pero lo tiene que reescribir la propia coleccionista de versos.
5 comentarios:
Héctor es un tío simpático, no dudo que en el mismo avión, cuando vaya a sentarse con su carina triste, vea a su lado otra chica que le haga seguir escribiendo versos paran coleccionar.
Creo que no, a Paraiso van los aviones vacíos.
Podrá a ver un avión de vuelta?
Creo que no, que no hay aviones de vuelta, están reservados de por vida. La gente de Paraiso trata de huir de allí
No, claro, con ese pesimismo, seguro que no habra ni aviones ni nuevas inspiraciones
vaya
y rima y to'
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