Hoy, por cuestiones políticas, he tenido la oportunidad de volver a hablar con mi viejo profesor, Faustino Rozalén. Escuchar su voz al otro lado del teléfono me ha llevado a aquellos días de invierno, en el vetusto Inés de Suárez. No sé por qué, pero recuerdo más los fríos y grises días de invierno, viendo llover tras sus ventanas, que los de primavera u otoño. Esos días le tiñen de cariño, de nostalgia.
Era nuestro colegio de cáscara de nuez. Así lo definió un día el propio Faustino, Don Faustino por aquellos días e incluso hoy, y me quedé con su acepción. Un colegio arrugado y avejentado por fuera, pero con un sabroso fruto dentro. Entre sus paredes aprendí a vivir. Juan, Ángel, Alonso, el mismo Faustino... se convirtieron pronto en esos referentes que un niño con anisas de aprender necesita.
Nunca les he agradecido personalmente cuánto significaron para mi formación, quizás nunca tenga el valor de decirselo, aunque creo que lo han sabido ver en la ilusión que muestro cuando, por casualidad vuelvo a encontrarme con ellos.
A Juan lo veo a menudo, siempre ajetetreado con su gran afición, el flamenco, solemos hablar de mi familia, de sus hijas, y como no, de su pasión por el cante jondo. Con Alonso también coincido frecuentemente por motivos sociales o políticos principalmente. A Ángel lo veo menos. Tuve la oportunidad de charlar animosamente con él hace alrededor de 4 años, estaba de director en el colegio de Caminomorisco dónde celebramos la feria de asociaciones del Consejo de la Juventud. Nos pusimos al día de nuestras vidas y me alegré de saber que había sido abuelo. A Faustino es al que menos veo, pese a vivir en Plasencia y coincidir frecuentemente con alguno de sus hijos. Sé que está ahí. Cambió mi forma de ver la historia, de aprender de ella, de vivirla. Hoy he hablado con él y sólo su voz me ha recordado todos aquellos días. Iré trayendo alguno por esta caverna.
6 comentarios:
yo también tuve la suerte de pasar por este gran colegio. Bueno, creo que a Inés de Suárez se le queda pequeña esta palabra. Fue mucho más. Aprendí mucho, sí. Pero además conocí a los que han sido mis amigos hasta el día de hoy. El primer amor. Y, sobre todo, a unos maestros que cada día se empeñaban en mostrarnos la vida con ingenio.
Qué buenos ciertos maestros...
Que buenos,aquellos maravillosos años,y que de recuerdos me trae esta entrada, sobre todo las fiestas que organizabamos, cambiando pruebas por puntos y puntos por golosinas. Quien nos diria que lo acabariamos echandolo de menos.
Jo, qué bonito, espero que mis mocosillos me recuerden un día con tanta ternura.
Qué grandes los maestrso/as!!!!
¡Qué guay los chirimichis, Javi!
la verdad que no hemos podido tener mejores profesores doña Lina, don Anselmo ,Doña Flori ,doña Paquita, don Faustino... les tengo a todos un gran aprecio y aunque en el instituo y universidad he tenido también buenos profesores no es lo mismo. Qué buena época...y qué lástima que no estén el día de mañana para poder enseñar a mis futuros hijos.
MILA.
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