Otras veces cogía el mismo tranvía número 15 pero se se dirigía, en dirección contraria, a la torre de Belem. Allí, bordeándola, se sentaba en unas piedras.
Incluso en invierno, hundía sus pies en el agua, en ese lugar incierto entre el mar y el río, y se dedicaba a escribir. En un pequeño cuaderno de pastas de color hueso componía sus propios versos, o pequeñas historias que cerraba siempre con una breve reflexión personal, llena de sentimiento que reflejaba su realidad.
Era fácil saber su estado de ánimo. Los días en que se veía abatida por la melancolía sus ojos se perdían en el horizonte, y el salado de sus lágrimas contribuía a endulzar el mar. Por contra, otros días miraba hacia la ciudad, recogiendo del Tajo las aguas que venían de su Extremadura natal, con las que limpiaba sus recuerdos, impregnándolos de nuevos aromas, de nuevos sabores que le devolvían su juventud.
1 comentario:
Uy uy me temo que esta chica va a traer quebraderos de cabeza al verdadero protagonista de la historia.
otro poema que viene a cuento:
aunque este ambientado en otra ciudad, eso sí, igual de encantadora:
Bac de Roda estaba lleno de pecas
y de bocas de metro
con vagones de letras
los domingos
y de mercados
y sanantonios
y palabras argentinas
que se enredaban en los dedos
a las puertas del Clot
duerme la mirada de un niño
que nunca fui
el olor a sal
y la sonrisa de mil chicas
que no son la tuya.
Diego González
El secreto de la vainilla
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