sábado, 19 de julio de 2008

No me hables de Felipe V

Conocí a Chema Trujillo hace muchos años. Iba, creo, un curso o dos por debajo mío. No llevaba escafandra de papel de plata, ni una peineta roja para decorarla, pero algunos ya empezaban a mirarlo como un ser extraño. Despertaba en él la vena artística y en la crueldad de los niños ya comenzaban a marginarle un poco, como si fuera un "bicho raro".

Mi primera conversación con él, creo recordar, fue en el patio del Instituto Gabriel y Galán. Había sido seleccionado para ir a la ruta Qetzal, entonces conocida como Aventura 92 y le pedí viajar en su mochila. Sin reparo me la ofreció, pero todo se quedó ahí. No sé si luego viajo o no y yo me fui a vivir a Sevilla. No supe de él hasta volver a Plasencia, muchos años después. Había participado en varios anuncios de televisión, en alguna que otra obra de teatro y de vez en cuando se le veía por alguna serie televisiva haciendo papeles secundarios.

Para muchos era simplemente "el del burro". Para mí un actor placentino al que le costaría ser profeta en su tierra por las muchas envidias que la fama genera. Le llamaron como pregonero de las ferias y, como es habitual en la ciudad fue recibido con el calor de sus incondicionales y la indiferencia del resto. Apenas recuerdo el pregón, yo seguía fiel a mi tradición de radiarlo tras haber empezado con fuerza el cañeo de las fiestas, pero sé que en su perorata, la más larga que se recuerda en los pregones placentinos, alternó notas de humor con sentidas alusiones a sus recuerdos de feria. Hablé con él escasos minutos, pero no recuerdo más.

El otro día descubrí al verdadero Chema. Un grandisimo actor que como todos tuvo que irse de Plasencia para consagrarse, emigró, si no me equivoco, a Asturias, donde se formó hasta llegar a ser quien es hoy, un astronauta capaz de presentarse en la luna para cantarle una copla a su madre.

Realmente salí satisfecho y orgulloso de la obra del pasado viernes. Por varios aspectos. Primero por el lugar en que se celebró, la recién restaurada ermita de la Magdalena que le ha quedado impresionante a mis amigos Mónica Garcia y Roberto Rubiolo. Segundo por el público, que demostró una educación exquisita durante toda la obra. Y tercero y especialmente por Chema, que demostró que Plasencia es cuna de grandes artistas y que, con insistencia, uno puede llegar a triunfar en su ciudad por mucho que le pese al refranero popular.

Enhorabuena Chema, el otro día me hiciste reir y emocionarme al mismo tiempo. Os recomiendo fervientemente la obra.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Por alusiones, jejeje...

Gracias, grracias, gracias...

Juan Carlos dijo...

De nada, si eres quien creo gracias a tí por ofrecernos tu arte. Espero verte en muchos otros escenarios.

Anónimo dijo...

le sigo desde hace tiempo y la obra me pareció... IMPRESIONANTE, sigue adelante!

Anónimo dijo...

Gracias JC por el saber disfrutar del arte y de un espacio recuperado para el deleite de los sentidos,...un poco mas de poesia nos vendía bien a todos.