lunes, 26 de enero de 2009

La danza de la mariposa muerta (Capítulo VII)

Capítulo VII
La fotografía

"La fotografía

Era una pequeña fotografía en blanco y negro, con las esquinas medio raídas por la humedad y arbitrarias líneas blancas que la cruzaban, como rayos, producto del paso del tiempo y el continuo manoseo a que había sido sometida. No me cansaba de verla. Sobre la arena, una pequeña niña rubia, de pelo ondulado, jugaba con un cubo de plástico y un rastrillo. Llevaba una pequeña gorrita redondeada, con un minúsculo volante que le daba forma de flor. Estaba sentada, cubierta tan solo por una braguita con encajes y un pespunte florido. Sonreía. Sus ojos mostraban felicidad y retaban a la cámara, al futuro observador de aquella foto, a ser feliz.

Siempre me dijeron que era yo, pero era incapaz de reconocerme. Aunque alguna vez me he sentido una persona feliz, nunca después mis ojos irradiaron tanta fuerza. Nunca conseguí contagiar a nadie la alegría que despedía la fotografía.

Mi madre guardaba la fotografía, junto a muchas otras de nuestra infancia, en una caja metálica que antaño había sido utilizada como costurero. Aquella caja pasó de guardar los remiendos a nuestras ropas rotas, a guardar los remiendos de nuestra vida, al menos de la mía, aquellos hilos y parches a los que a veces tenía que recurrir para hilvanar los jirones de la vida, para recordar felicidades pasadas.

Aunque cada fotografía estaba sacada en un lugar diferente, y variaban su tamaño y colores, podía jugar con ellas a aquel viejo truco sobre el que se basaba el cine. Ese que practicábamos de pequeños, dibujando unas piernas en diferentes posturas en la esquina de cada página de nuestros libros y cuadernos, y al pasarlas rápidamente parecían caminar.

Con las fotografías era el mismo juego. Pero al irlas pasando veías como poco a poco la sonrisa de aquella fotografía en la playa se iba convirtiendo paulatinamente en una mueca de tristeza, como en el juego de los fotogramas, pero desgraciadamente, esto no era cine, era la vida real.

Aquella caja metálica servía como hoja de ruta para una vida sujeta a innumerables traslados. Siempre había una fotografía en la playa, en un parque o en una plaza para conservar el recuerdo de lugares a los que quise volver pero que la pereza o el desencanto se encargaron de borrar de mi mapa. Unos porque nunca pude regresar, otros porque cuando lo hice habían perdido la esencia de cuando viví en ellos. Luego pensé que era yo quien había perdido aquella esencia.

Valencia, Gerona, Bilbao, Madrid, Huelva, Gijón.... enumero solo las capitales y no aquellos pequeños cuarteles en minúsculos pueblos de provincia a los que mi padre, guardia civil, era destinado."

El sueño le iba abatiendo. Pese a no querer abandonar la lectura hasta finalizar el libro sintió como los ojos poco a poco se le iban cerrando. Esta vez no era una excusa. El cansancio del viaje, del largo paseo por Barcelona, de las emociones vividas durante el día, iban haciendo mella en su ánimo y, sin querer, se quedó dormido en aquellos incómodos asientos de autobús con el libro sobre su abdomen.

1 comentario:

Anónimo dijo...

promete...
Las fotografías no reflejean todo lo que queremos, quizás porque hay cosas que solo se ven desde dentro.

CuKy