martes, 6 de enero de 2009

Cuentos de África - La bella Fatiha XIV (y último)

Llegamos a nuestro puesto de frontera en la mañana del día de reyes. Nos repartieron por nuestros destinos correspondientes y a Soltero y a mí nos tocó el turno de comunicaciones. Nuestra misión era relevarnos en el puesto de radio para recibir las indicaciones de los puestos de vigía. Cualquier incidencia, cualquier intento de asalto a la frontera o cualquier movimiento pasaría primero por nuestros oídos, antes de ser comunicado al mando correspondiente.

Durante horas estuvimos escuchando el sordo estertor de la radio muda. De vez en cuando eramos nosotros quienes preguntabamos a los puestos por su situación, más por matar el aburrimiento y evitar que se durmieran que por un interés real, ya que sabíamos que en cuanto pasara algo se nos informaría oportunamente.


Emmanuel decidió que era el día oportuno para intentar el asalto a la frontera. Era una noche despejada y de media luna, son suficiente luz para avanzar con tranquilidad pero no demasiada para ser descubiertos. Como buen arma, de sus ancestros cristianos, recordó que era la noche de reyes y le contó a sus compañeras de viaje la vieja tradición cristiana.

Les alentó diciendo que ellos seguían su estrella y que no podían fallar en el viaje si permanecían juntos siguiendo su estela. Se abrazaron, miraron la estrella del norte, que había de guiar sus pasos, y empezaron el camino.


A media tarde el subteniente al mando se pasó por nuestra tienda a interesarse por nuestro estado. Era mi turno de guardia y le pidió a Juanmi que le acompañara. Iban a hacer el relevo en los puestos de vigía y quería darle a cada compañero unos caramelos que habían comprado en el Tarajal para pasar la noche.

A la vuelta descubrieron la sorpresa que nos tenían preparada. Sobre la mesa fueron
depositando platos de carne y marisco que habían adquirido para esa noche sin que nadie, más que ellos dos, se enterara de nada. La cena fue frugal y fugaz. Pendientes de la radio devoramos con avidez las viandas y volvimos inmediatamente a nuestra cabina de control.

No sé si era mi turno o el de Juanmi. Daba igual. Allí estábamos los d
os pendientes del transistor mientras nos contábamos nuestras noches de reyes anteriores con la familia o los amigos.

Fueron haciendo el camino en silencio. Los 7 supervivientes de aquella atroz aventura en busca de la libertad, de los sueños de toda una vida. Cualquier movimiento en falso podía denunciar su presencia y saltar las alarmas. A lo lejos escucharon los gritos de un joven, de alguna otra expedición similar a la suya, al que algún mehani estaba cobrando en carne su pasaje. Se miraron aterrados y Emmanuel miró a la estrella.

Todos comprendieron que debían seguir su camino.
Pasaron por las cercanías de un puesto de vigilancia. Los ronquidos de su habitante se escuchaban por encima de los bufidos del burro que esperaba en la entrada y que servía de medio de transporte a los soldados marroquies cuando cambiaban su turno cada semana. Descendieron el ritmo pasando casi a hurtadillas. La valla se veía de lejos, una interminable línea de luz que cruzaba el horizonte.



La radio seguía muda. Solo se interrumpió unos segundos cuando uno de los soldados nos indicó que había escuchado unas voces tras la valla. El subteniente nos dijo que nos olvidaramos de lo que pasaba al otro lado, que poco podíamos hacer por lo que allí sucedía.

Conectó el radar y nos mostró lo que sucedía. En la pantalla se apreciaron dos siluetas, una de ella en pie y la otra de rodillas, era violada violentamente. Apagó la pantalla. Fui al servicio a intentar vomitar la espléndida cena que nos habían regalado, pero solo p
ude llorar. Volví al puesto con los ojos enrojecidos y el subteniente murmuró que yo no estaba hecho para aquello. Ni yo ni nadie.



Llegaron hasta la valla. Dos metros y medio de alambrada se alzaba sobre sus cabezas y en el suelo no se divisaba ninguno de los tragantes que los pastores les habían indicado que encontrarían. Fueron recorriendola palmo a palmo. Del otro lado unos jóvenes vestidos de militares, con tanto miedo como ellos les saludaban tímidamente.

De pronto a sus espaldas escucharon unos ruidos, gritos ladridos y un par de disparos. Emmanuel trepó hasta lo alto de la valla y ayudó a Fatiha a subir, mientras Mirenne la empujaba desde abajo. Dos mehanis y varios perros llegaron hasta el lugar y Emmanuel dispuso sus manos para que Fatiha se impulsase y saltase. Era una situación desesperada y a tres metros de allí estaba la salvación.



La voz llegó temblorosa del otro lado de la radio. "Se ha c...." "Está...." "La han tirad.....", era lo único que podíamos comprender en la voz llorosa de un niño jugando a ser soldado. "Identifíquese recluta" le insistimos desde nuestro puesto. "Soy el soldado Rodríguez" fue lo único que se escuchó. Cogí la planilla de los turnos. Comprobé en que puesto se encontraba el soldado en cuestión y salí corriendo en busca del subteniente.

Le conté lo que pasaba, me pidió explicaciones y le dije que solo se había escuchado eso. Rápidamente montamos en el todoterreno. Abandoné mi puesto, mi fusil y parte de mi indumentaria en la tienda. Pero la angustia era mayor que cualquier indicio de responsabilidad militar en aquel momento.

Llegamos al puesto y allí, blanco como la nieve, llorando como un niño con fiebre, en pie, parado, sin reaccionar, como una estatua de sal, estaba el soldado Rodríguez.

A sus pies la bella Fatiha yacía muerta. Tendida sobre un charco de sangre tras la caída, con su abultado vientre apoyado en la dura tierra que tanto había anhelado alcanzar.

Allí acabaron sus sueños. Allí se apagó su estrella y allí fallecieron, junto a Fatiha, mi fe en el destino y en los finales felices.

Allí nació mi odio a las fronteras que sirven para separar y no para unir naciones, que sirven para diferenciar a personas y no para mezclarlas.

Allí empecé a ser quien soy hoy.



Este cuento es una recreación ficticia de lo que pudo suceder previo a aquella fatídica noche de reyes. La histora de Fatiha, así como muchos de los datos dados a lo largo del cuento pueden ser o no reales. Lo que si es cierto es que en aquella frontera han muerto y siguen muriendo muchas Fatihas y nosotros seguimos mirando hacia otra parte, ignorantes de lo que sucede a nuestro alrededor y de la suerte que tenemos de poder estar hoy leyendo esta historia comodamente sentados ante nuestro ordenador.

Me gustaría que el final hubiese sido feliz, pero desgraciadamente es una de las pocas cosas reales de este cuento. Los nombres de algunos personajes de la historia han cambiado por respetar su intimidad, otros se han mantenido para no restarle credibilidad a la historia. En la mano de cada uno está el creer o no creer en esta historia, al igual que en la mano de todos está el hacer o no hacer algo para evitar que se repita cada día.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias :)

QUEMANIA dijo...

Un buen regalo de Reyes.
Gracias.

Juan Carlos dijo...

Gracias a vosotras por alentarme a seguir con este cuento.

En los próximos días le haré algunas correcciones sintácticas, gramáticales, ortográficas y de estilo que he descubierto al leerlo detenidamente una vez impreso.

No obstante quería ser fiel a mi palabra y dejarlo colgado anoche tal y como prometí, por eso no me dio tiempo a corregir estos errores.

Por otra parte, el propósito del cuento, que era denunciar lo que sucede en la frontera con Marruecos y que pude evidenciar con mis propios ojos está cumplido.

Las historias de África continuarán. Próximamente:

Cuentos de África II: Un balón para Abdoulaye