martes, 17 de julio de 2007

Los exvotos

Si hay algo que haya cambiado en estos 23 años es la cima del monte Santa Tecla. Sigue guardando sus colores, sus olores y ese encanto místico que le dan las meigas que lo habitan. "Non creio nelas, pero haberlas haylas". Pero al margen de estas sensaciones el resto es completamente nuevo. Como decía en una entrada anterior se ha convertido en un lugar emintentemente turístico, lleno de visitantes que le hacen perder aquel encanto anterior de poder sentarse en las escaleras de la ermita a escuchar el viento, el mar, y los lamentos de las ánimas que pueblan todos los bosques de Galicia, y este no iba a ser menos. Dónde antes solo imperaba, majestuosa, la vieja ermita, hoy hay varias construcciones, que se alternan con un mercadillo insolente de recuerdos ruidosos, donde se venden brujas que responden al palmeo de sus vendedoras y trasladan el entorno a un desafinado patio andaluz.
Recuerdo una de las primeras veces, puede que la primera, que subí hasta arriba. Para mí hasta entonces el monte se reducía al camino hasta Camposancos las tardes de futbol. Fue en las vísperas de mi comunión. Subí con mis tios Benigno y Cecilia, y mis primas Ana y Silvia. Iba vestido con la camiseta de portero del celta y llevaba el balón que me habían regalado. Sólo la felicidad de hacer aquella visita con mis tíos favoritos era equiparable a la emoción de descubrir el encanto de aquella cima.
Entramos en la ermita. La recuerdo pequeña, angosta, oscura, húmeda, misteriosa. Fuimos viendo su escaso patrimonio y llegamos a un lugar que olía a incienso, a cera quemada y a musgo. Tras una vitrina descubrí algo que me espantó, y aún hoy me sobresalta cuando lo recuerdo. Ante la imagen de la virgen se repartían un montón de pequeñas extremidades, de exiguos cuerpos descuartizados, de macabras vísceras ceruleas, que entonces me parecieron reales y aún hoy me pregunto si no lo serían. Mis tíos me tranquilizaron, se trataba de exvotos, me dijeron, réplicas de aquellas partes del cuerpo que los devotos querían que la santa les sanase.
El domingo no quise entrar. Aún guardo el temor de volver a encontrarme con tan dantesco paraje. Quise dejar una imagen en cera de mi corazón, dañado y ajado, para que ayudase en su curación, pero al mirar atrás vi que no era necesario. Entre aquellos eucaliptos, entre aquellas piedras, aún se guarda en ofrenda una parte importante del verdadero.

2 comentarios:

José Manuel Díez dijo...

Se comprenden muchas cosas de tu caracter leyendo estos fragmentos de tu viaje y mirándose con tus ojos de niño, hace 23 años. Además, son una delicia literaria. Se nota cuando algo se escribe con ganas y necesidad de escribirlo.

Gracias por compartir estos tesoros con nosotros. Esta caverna empieza a tomar aspecto de cueva de Alí Babá... Que no decaiga!!

Juan Carlos dijo...

Gracias hermano (otro más) por sentarte en mi caverna a escuchar mis historias infantiles, espero que sigan saliendo, aún me quedan viajes a mi infancia en los que espero que me acompañes, Deba, Briviesca, Portugal,...
Y ¿por qué no? la adolescencia, la juventud.... ¿podrá ser este el inicio de una retrospectiva vital?