martes, 18 de septiembre de 2007

La coleccionista de versos II


Se sentía un guerrero del verbo que asaetaba con lacerantes adjetivos a quien se enfrentaba. A veces por simple vanidad, sin necesidad de ofensa previa. Pero no buscaba tal reconocimiento, sino la satisfacción de sentirse, por momentos, superior a aquellos que durante tiempo se habían mofado de su aspecto, de su ridícula figura corva, de su rostro desaliñado, de sus torpes maneras.

Realmente no tenía a nadie a quien mostrar sus condecoraciones. Las tristes medallas que sus batallas dialécticas le deparaban yacían sobre su recuerdo, sobre un particular memorandum de pequeñas victorias en el que nunca nadie depararía. Se consideraba un valiente, casi un héroe, pero en un campo de batalla en el que nadie reconocía galones.

Mientras otras palabras las declinaba con fluidez, fue guardando tabúes que no cabían en su diccionario. Vocablos como amor, amistad, fuerza o valentía fueron desterradas de su léxico particular, por temor a equivocarlas, por desgaste infructuoso o por pura rabia, tras escucharlas en ecos de su propia voz, que nunca obtuvieron respuesta.

Huía de su uso, le espantaba su sonido, se le perdían en el interior, antes incluso de ser aire que hiciera vibrar las cuerdas vocales, antes incluso de ser sílabas con intención de palabra, antes de que el corazón diese el visto bueno para ser pronunciadas.

Tan solo era capaz de escribirlas, más bien dibujarlas, en su diario, aquel pequeño bloc de notas en el que cada noche lapidaba con poemas su vejado corazón. Cada verso era una piedra más, que golpeaba con saña sus sentimientos, recordándole que aquellas palabras que no podía pronunciar, bullían con fuerza en su mente, buscando una salida más allá de aquellas tristes líneas.

Huía de la gente, entre la que sólo se sentía a gusto con su disfraz de palabras. Con sus jirones de personajes copiados ayer de cuentos de Kipling, hoy de libros de autoayuda.

Un día, mientras reordenaba por enésima vez su biblioteca, con la ilusión de descubrir algún libro que no hubiese leído, aunque fuese en mucho tiempo, con el sonido de fondo de un televisor vecino, el suyo acumulaba polvo en el salón, escuchó una palabra que tenía castigada al desuso: Paraíso.


Aún en la lejanía del televisor comunitario, de algún inquilino con ciertos problemas auditivos, pudo entender que no se trataba de una referencia bíblica, ni de un anuncio de una ciudad de vacaciones, sino del triste contraste de un nombre desafortunado para un lugar apartado de su significado.

Como movido por un resorte acudió a su televisor y, cambiando de canal con los mismos botones del aparato, pues el mando a distancia podría llevar meses desaparecido sin que nadie le hubiera echado en falta, buscó aquel documental en el que hablaban de Paraíso, una pequeña localidad del norte de Perú castigada por la guerrilla y los narcotraficantes, cuyo nombre se mofaba de su realidad.

Invadido por una repentina empatía con sus gentes, víctimas del léxico, castigados por un gentilicio que les perseguía junto a sus propios temores, junto a la tristeza de su propia historia, decidió huir definitivamente y buscar en aquel lugar, en el que las palabras se reían de su propio significado, su verdadera identidad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Quién eres? Qué pregunta tan difícil...
Supongo que aquí solo soy una existencia de papel ("ciberpapel"), pero en mi vida y en mis sueños fui la mujer o la chica que soñó, sueña y escribe sobre Paraíso, que fue a Lisboa en busca de ese sueño y ha vuelto a Extremadura con los ojos azules de tanto mar.
Pero no esperaba que en una caverna también se pudieran oír las olas.

Muchas gracias por escribir tan generosamente mi historia.

Sólo puedo corresponderte con mi verdadero nombre:

Gema

(Si me dejas ya siempre firmaré así en esta caverna)

Juan Carlos dijo...

Muchas gracias a tí por servirme de inspiración. Es un placer, Gema, espero verte por aquí a menudo y que, de vez en cuando, nos deleites con tus escritos sobre Paraíso. Yo creo que me quedaré en Lisboa unos capítulos, has elegido mi ciudad favorita.