lunes, 16 de julio de 2007

La caverna de helechos


De pequeño, este descampado se convirtió en nuestro lugar de juegos. Pronto lo adaptamos, con imaginación y esfuerzo, en el lugar idílico para cualquier niño. Tan pronto era una pista de trail para las bicicletas, como un campo de futbol, de voleyball o de tenis. Así lo rodeábamos de cuerdas que delimitaban una pista de carreras, como le plantabamos 4 grandes postes que hacían sus veces de portería, o lo cruzábamos con una gran red que separaba los dos campos imaginarios.
Eramos la envidia del pueblo, porque siempre teniamos nuestro solar adaptado al juego de moda. Eso nos acarreaba no menos problemas, en una lucha continua por mantener intactos nuestros predios, alejados del peligro invasor de los niños de otros barrios. Contábamos con una ventaja, su particular situación geográfica, que nos permitía estar alerta y defenderlo desde el muro, aquella construcción de piedra que nos resguardaba de los ataques y nos protegía de las pedradas, que nosotros devolvíamos con tino, espantando las hordas visitantes.
Pero el mayor encanto de aquel lugar no estaba en el campo de juegos, si no en una zona boscosa de helechos que cubría la mitad del terreno. Era el sitio ideal para jugar al escondite, pero también para ocultar nuestros secretos, nuestros juegos prohibidos, o compartir sueños. Pronto fuimos horadando una zona de helechos hasta conseguir crear una cueva, quizás el inicio de esta caverna que hoy nos une entorno a mis reflexiones, en la que nos sentábamos a hablar y guardábamos nuestros misterios, e incluso nuestros juguetes, a salvo de cualquier intruso.
Ayer viajé hasta esa primera caverna con mi maleta llena de secretos que pesaban como losas en mi corazón y atormentaban mi cabeza. Ya no estaban los helechos, solo alguna zarza que impedía el paso. Pero mis espinas pinchaban más que las suyas y me abrí paso hasta el sitio dónde estuvo nuestra cueva. Allí di la vuelta a mi equipaje de penas y tristezas y las vacié sobre el suelo. Volví a ser un niño, jugué con ellas, las vi desde esa perspectiva infantil que las minimiza, desde el punto de vista de quien es capaz de llorar por una zapatilla, pero minimiza el dolor de una muerte. Las convertí en juguetes, y así, volví a guardarlas en mi hatillo. Hoy, donde ayer guardaba el diván de mi psicólogo he montado un toys'r'us.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Intenso viaje, lleno de emociones como pronostiqué, es bonito saber donde se forjaba el gamberro que estas hecho.

Juan Carlos dijo...

Y tantas historias que quedan....
Pero son tantos sitios por recorrer, mira lo que ha inspirado un solo viaje a La Guardia, aún resta recordar Deba, Briviesca, Guareña, la Zarza, Sevilla... si es que... a la escuela de la calle no le hacen sombra los libros....