martes, 18 de septiembre de 2007

La coleccionista de versos IV

Llegó a aquella vetusta vivienda de desconchadas paredes en el tranvía 28. En su agónico circular pudo observar como casi arañaba las piedras de aquel viejo barrio, amalgama de culturas que habían ido dejando su impronta en la capital lusa.


La nueva Lisboa de la plaza de Restauradores, dónde le había dejado el ferrocarril, había ido envejeciendo a medida que aquel anacrónico vagón eléctrico iba ascendiendo las tortuosas y sinuosas cuestas del barrio de Alfama. Dejó a su derecha el Tajo en su desembocadura, la imponente catedral, y todas aquellas viviendas de colores ocres y azulejos, que se iban repitiendo ante su vista bajo la atenta mirada de los turistas en el castillo de San Jorge.


En una de aquellas reiteradas callejuelas descendió del tranvía. Según sus indicaciones aquella raída puerta marrón debía guardar en su interior los ecos del sonido desgarrador de un fado, o de cientos, quizás de Amalia Rodrigues, quizás de Dulce Pontes, impediendo que se escapasen, para mezclarse con aquel sonido de gaviotas y aquella mixtura de olores que envolvían con su magia aquella viva postal de antaño.


Al lado, una pequeña portezuela, que un día fue verde, cerraba el paso a su nueva vida. Golpeó con serenidad y tras unos segundos obtuvo un lejano "Quem es?" mientras unos pasos se acercaban hacia él.


2 comentarios:

Marta Serrano Gil dijo...

Me has hecho recordar muy bien Lisboa, hace mucho que no me venian los recuerdos de mi añodara Portugal a la cabeza. Escribes muy bien, me gusta mucho cómo expresas cada cosa. Anímate, ok? Las lágrimas al final se evaporan.
Besinos majo!

Anónimo dijo...

He estado esperando para leer los fragmentos lo más seguido posible pero ....impaciente que es una. Me resulta a veces tan familiar ese personaje, ése acaparar palabras por no decirlas, ése apuntar frases en cuadernos ... ésa búsqueda del paraíso ..

Hasta ahora me está cautivando tu escrito...
Un saludo señor de la caverna