lunes, 3 de septiembre de 2007

Rutina II


Jasón llevaba 12 años trabajando para aquella empresa de informática. Su única labor era comprobar que todos aquellos bichitos negros que salían de la máquina central tuvieran sus patitas rectas y su inscripción correcta e inteligible.


Uno a uno iban saliendo chips de aquella máquina central, que nunca había fallado. Las pocas veces que Jason había tomado vacaciones imaginaba que aquella gran mole de acero estallaba y dejaba de funcionar. ¿se puede odiar a una máquina? Cuando volvía todo seguía igual. Bichitos negros se paseaban por una cinta transportadora, uno tras otro, sin parar, y sin saber dónde iban. Siempre la misma rutina.


Jasón imaginaba que aquellos bichitos tenían vida, que no eran muchos, sino uno mismo que como él salía y volvía, día tras día, siempre en la misma rutina... Incluso tenían su nombre.


El primero en salir era Jacob, como el vecino del primero. Todos los días a las 7,21 saltaba de la cama al chirrido de su despertador, y 7 minutos más tarde se encontraba en la calle arrancando su viejo Seat matrícula de Bilbao.


El segundo era José, como el vecino de enfrente. Todos los días a las 7,29 subía aquella ruidosa persiana que hacía ladrar a los perros de la vecindad, para decirle hola al sol de la mañanal, que no todos los días le respondía, y para dar de comer a su canario. Parece raro, pero Jasón estaba convencido de que durante aquellos últimos 12 años siempre había sido el mismo pájaro.


El tercero era Sara, como aquella vecina que sin saber todavía de qué piso salía cogía el autobús a las 7,35 para dirigirse a la universidad. Por los libros que llevaba bajo el brazo debía estudiar derecho o ciencias políticas. Parece mentira que aquella rubita que con sus gritos había arruinado tantas siestas y que con sus juegos había entretenido durante horas la atención de Jasón, recién llegado al barrio, se hubiera convertido ahora en aquella joven a la que nunca se cansaría de admirar, y a la que no había saludado nunca, quizá por timidez, quizá porque su educación le había convencido de que los 8 años que les separaban eran toda una eternidad.


Así, uno tras otro, iban pasando bichitos negros, con su personalidad, con sus costumbres, en definitiva, con sus rutinas. Siempre las mismas.

3 comentarios:

José Manuel Díez dijo...

En la vida (tan cercana a veces a la muerte) todo es rutina, amigo... pero yo creo que no es tan malo. Lo malo es que esa rutina sea triste, porque la vida es más bonita de lo que se ve con ojos triste. Por eso, quizá, antes de que la rutina triste se convierta en rutina feliz, habría que romper con ella y convertirla en no-rutina. Esa es la única solución que yo le veo... porque si no el cambio de un estado a otro es imposible.

¿Alguien de los que lee este blog ha conseguido alguna vez hacer esto? Yo sí, y os juro que es una sensación muy grata.

Hace algunos días comentaba con alguien lo tontos que no volvemos cuando nos enamoramos... Te levantas con una sonrisa, no duermes, no comes, no respiras... pero todo es hermoso, nada te preocupa, la vida es algo maravilloso... Y UNA MIERRRRDA!! Cuando ese amor no llega a ser correspondido nos corroe, nos mata, el tiempo no pasa, no comes, no duermes, no respiras y te quieres morir... y la sensación de amor personal es exactamente la misma, pero depende de lo relativo que lo haga la persona de la que estamos enamorados. Eso sí... lo mejor es cuando ese amor termina... jeje!! (esta parte me encanta porque pone en evidencia la estupidez del género humano...) Es entonces, sólo entonces, cuando te das cuenta de todas las tonterías que hiciste al estar enamorado...

Esto pasa no sólo con el amor, sino con el trabajo, con las relaciones familiares, con todo lo que nos importa y no nos va como quisiéramos... todo es relativo, tranquilo... Seguro que Jasón, si no tuviera ese trabajo tan rutinario con los bichitos se quejaría de estar en el paro o de no sentirse realizado en cualquier otra cosa... pero claro, uno no cambia de trabajo tan felizmente... no se puede pasar de peón a oficial sin una experiencia, sin un cambio personal... Y ESE CAMBIO SIEMPRE DUELE PORQUE EXIGE ESFUERZO Y SACRIFICIO CON UNO MISMO... pero luego tiene sus recompensas y te ayuda a afrontar futuros palos, futuras decisiones... de otra forma, los hombres no aprendríamos nada...

Por eso el día a día requiere una adaptación progresiva frente a las situaciones que la vida nos propone... y qué aburrido sería si no fuera así... Por eso pasar del blanco al negro directamente, sin pasar por el gris, es tan chungo... por eso pasar de cero a cien, sin pasar por el cincuenta, es tan peligroso... por eso pasar de la oscuridad a la luz puede dejarnos ciegos...

Una vez, hablando de La muerte, un profesor de filosofía nos preguntó en clase algo a lo que le he dado muchas vueltas: ¿Somos infelices por ser mortales?, ¿Seríamos felices si fuéramos inmortales?... Y después de varias clases hablando en plan debate del tema, llegamos a la conclusión de que la inmortaliad en la tristeza sería más insoportable aún que la mortalidad en la felicidad... que todo depende de lo relativo de esa rutina que llamamos vivir...

Una vez escribí un cuento (casi una parábola) referente a este tema, porque pasaba una época donde me sentía bastante atrapado, como Jasón en tu cuento, con la rutina de mi vida... En ella, un naúfrago que lleva 20 años en una isla, solo y amargado, por lo que decide emplear todas sus fuerzas en nadar hasta donde llegue, aún arriesgándose a perder la vida en el intento... así que se lanza al mar decidido a todo, pero de pronto se forma una tormenta que le coge a dos kilómetros de la costa... así que con las pocas fuerzas que le quedan, regresa a la isla sorteando olas gigantesas, ráfagas de viento y todo el cansancio acumulado... Y al llegar a la isla (en la que llevaba 20 años infeliz), paradógicamente, se siente vivo de nuevo, a salvo de la tormenta, feliz por unos instantes, jadeando en la arena de la playa por el esfuerzo realizado...

No sé, amigo... perdoname la verborrea filósfica utilizada... pero es que entiendo tu cuento y la situación en la que lo has escrito... y ya no sé qué decirte...

Espero que la fábula te sirva de algo... Y espero que Jasón tenga algún buen amigo que le ayude en ese cambio de rutina... incluso que
también necesite ese cambio y los dos se ayuden mutuamente.

Ojalá. Seguro que sí.

Un abrazo.

Juan Carlos dijo...

Jose, el cuento lleva escrito unos años. Si lees el capítulo anterior lo verás. Aunque quizas haya reaparecido ahora por la situación especial que vivo, no sé. La excusa es la contraria, el sacar de este blog ese tema recurrente.

Deja pasar los capítulos y ya veremos hacia dónde va encaminándose la vida de Jasón...

Gracias hermano por tu charla filosófica

Anónimo dijo...

A menudo, al leer tus post se me ocurren varias cosas que podrían formar uno de estos comentarios, pero normalmente me suceden dos cosas: a veces me siento "como una extraña" entre vosotros, los que lleváis escribiendo en estas paredes desde hace tiempo y parece (o no sólo lo parece) que os conocéis de verdad; y otras veces, comentarios como el de Jose me dejan sin palabras. Hoy no puedo más que darle la razón, aunque a veces la vida parezca haber perdido todo su atractivo no debemos estancarnos en esa rutina triste y a la vez sencilla, es posible que el atractivo sea recuperar la ilusión perdida, que seguro no está tan lejos como creemos... Como diría Carlos Goñi "...es mejor caminar, que parar y ponerse a temblar..."