martes, 4 de septiembre de 2007

Rutinas (y X)

Ya no escuchaba los tambores. Quizá fuera un castigo. Sólo escuchaba los latidos de su corazón. Se arrodilló ante su mesita de noche y aquel viejo libro de vagos recuerdos macabros. Abrió aquella pasta, todavía virgen, de cuero marrón y leyó la angosta letra de su Aya. En una página casi completamente en blanco había escrito:



"Deja que tu corazón te guíe, es quien marca nuestras vidas. Sus latidos te llevarán a saber que el destino no existe. Que somos nosotros quienes, cada día, escribimos sus páginas... DIARIO: "

4 comentarios:

Nube dijo...

Cuanta razón Juan Carlos... y qué bonito... solo es que a veces parece que la pluma se nos haya estropeado y cuesta tanto seguir escribiendo verdad? aunque supongo que es en esos momentos en los que debemos ser fuertes, pasar a la siguiente página y continuar escribiendo, porque aunque el trazo sea más débil e inseguro, y la mano nos tiemble hasta el punto de tener que parar para recobrar el aliento en algún momento, seguro que poco a poco va adquiriendo seguridad y a medida que practicamos recuperamos parte de nuestra caligrafía y añadimos nuevos signos que hemos aprendido... Felicidades por tu final

Juan Carlos dijo...

Muchas gracias.

Espero que pronto mi letra sea de nuevo firme y pueda seguir escribiendo en ese diario que hoy se orea al sol. Del que ya escribí en una entrada anterior. Poco a poco voy dejando anotaciones al pie de página, pero sin la firmeza suficiente para que consten como relatos de una nueva vida. Saldrán nuevas páginas, no te preocupes.

Nube dijo...

Sí, seguro que salen nuevas páginas. Yo desde hace algún tiempo sólo me atrevo a escribir con lápiz, pero espero recuperar la ilusión y volver a escribir con tinta dorada, de la que brilla tanto si sale el sol, como si llueve a cántaros, de esa que permanece intacta durante mucho mucho tiempo...

Juan Carlos dijo...

Te aseguro que saldrán. Y que tú volverás a escribir en letras grandes y doradas.

Me alegra tenerte siempre por aquí, tan atenta. Es la primera vez que me alegro de que las nubes se empeñen en ocultarme el sol. Me estaba dañando la vista y no lo sabía.