domingo, 23 de septiembre de 2007

Sahara II

El que no quiera vivir sino entre justos, viva en el desierto
Lucio Anneo Séneca


La magia de aquel entorno me había enmudecido. Los sentimientos se agolpaban sin que fuera capaz de expresarlos. Por la mañana me limitaba a aprender, a recoger, abrazar e intentar digerir todas aquellas experiencias que se nos servían con el más cálido de los afectos.

La mirada se me perdía en el espumoso té, que en su automático ritual unas manos expertas convertían en parte imprescindible del día, marcando con cada vaso la agónica cadencia de un tiempo sin horas, de un recorrido sin cuenta atrás.



Es curioso, pero aunque contemos el tiempo hacia delante, la sociedad en que vivimos, el mundo occidental, mide las historias individuales en pequeñas, o largas, cuentas atrás, pero siempre con una meta, la hora de ir a trabajar, la de salir, el plazo de una hipoteca, una fiesta, un cumpleaños,…

Sin embargo, la falta de aspiraciones con que se ha condenado a la sociedad Saharaui les impide hablar de más metas u obligaciones personales que las distintas oraciones diarias o esas pertinentes infusiones que marcan las pautas de sus vidas hasta la muerte, sin proyectos, sin aspiraciones, sin obligaciones…

Toda esa información recopilada a lo largo del día bullía por la noche en mi cabeza, buscando una vía de salida que mi palabra no garantizaba. Tan solo iluminada por una Selena exultante y un zumbante fluorescente enganchado a una mísera batería de automóvil, la penumbra de la haima impedía registrar en papel aquellos pensamientos que con el sabor salado de unas lágrimas, mitad de tristeza, mitad de una inexplicable felicidad, me he ido tragando hasta hoy.

No podía explicar la sensación, y así se lo hice saber a Oscar, que cada noche, con un susurro casi imperceptible, para no romper el maravilloso silencio de aquella haima donde dormíamos hasta 9 personas, me interrogaba esperando una respuesta que ahora, 3 meses después, empieza a ver la luz.

El olor del primer te de la mañana, al que acompañaban los ritmos de la música latina que los niños y niñas de las vacaciones en paz se han llevado hasta sus haimas, nos despertaban, en ese incierto momento en que el sol aún no calienta pero amenaza radiante, esperando en el orto que la luna despida la fría noche de las arenas.

Un desayuno occidental, de leche encartonada y galletas que habíamos llevado en nuestro equipaje, fielmente servido por los más pequeños de la haima, nos esperaba en aquella pequeña mesita, a la altura de las rodillas, que hacía las veces de mesa camilla, estantería, y divisor imaginario de los cuartos y la sala de estar en el espacio diáfano de la estancia.

Tras pellizcar en las humildes viandas, con el único fin de proporcionar al cuerpo el sustento necesario para mantenerse en pie todo el día, sin querer abusar de una confianza que nos ofrecía más de lo que sus posibilidades permitían, nos poníamos en marcha, cámara en mano, para hacer el trabajo que nos había llevado hasta allí.

Mientras tanto, en la haima abandonábamos el parsimonioso paso del tiempo, los sonidos de una conversación sosegada, y el ya familiar gorgojeo del líquido te recorriendo, vaso a vaso, sus vidas.

Cuando salíamos de la tienda, el sol ya había cruzado el ecuador de nuestras cabezas y recrudecía el paseo con un sofocante calor, impropio a nuestro parecer de un mes de diciembre que sin embargo ellos consideraban fresco y agradable. Aquella diferencia de temperatura, entre el día y la noche, era tan solo comparable a las enormes diferencias evidenciadas entre aquella población pobre pero feliz que nos acogía, y aquella rica pero víctima de su propia infelicidad que habíamos abandonado hacía escasas horas. Pero no serían los únicos antagonismos que nos encontraríamos.


El color ocre del horizonte se extendía también verticalmente en muros construidos con ladrillos de arena, que afanosamente elaboraban las familias en torno a sus haimas, para dividir sus propiedades y levantar pequeñas habitaciones que utilizaban como vestuarios, cocinas o improvisados y malolientes retretes que poca o ninguna higiene conocían. Habitaciones cuyas paredes recogían también la escasa intimidad conyugal pero que en raras ocasiones sustituían a la haima como elemento central de convivencia y reposo
.
Esas mismas materias endebles, que formaban un adobe que en ocasiones se tintaba de color rojizo, habían sido utilizadas para la construcción de las escasas edificaciones oficiales, escuelas, dispensarios, y oficinas donde personal voluntario organizaba la anárquica sociedad de la Wilaya.

También el mercado dividía sus puestos con muros de arena, originando un zoco, sucio y desaliñado, donde el bullicio de la carnicería o el puesto de mercancías variadas del amigo Bulaji, contrastaba con el casi sepulcral silencio de la tienda de Adon, donde los más originales complementos de ropa o bisutería esperaban que algún visitante occidental los desempolvase y sacase de su ostracismo.

Un paseo por las correderas del zoco, que se había construido con expectativas de un mayor número de vendedores, o que se había ido diluyendo en el inapetente paso de los años, pues presentaba decenas de puestos vacíos, nos retrotraía a misteriosas historias de películas de ficción, con bellas jóvenes desaparecidas o mágicas puertas al mundo de las mil y una noches.

El puesto de Bulaji era un pequeño autoservicio, en el que se vendía desde la fruta que nuestro amigo negociaba en Argelia hasta el agua embotellada que se nos había hecho indispensable para garantizar nuestra subsistencia. Desde los caramelos que nada más comprar regalábamos a los niños y niñas que se arremolinaban a nuestro alrededor, hasta la gena que maquillaba las doradas pieles de las bellas jóvenes del lugar.

Allí aprendimos el uso de su moneda, que pese a no contar con una divisa propia reconocida, se había creado entorno al Dinar Argelino, con un valor 20 veces inferior, que nos volvió locos para calcular el coste al cambio de cualquier producto.
Allí obtuvimos también nuestras primeras clases de resignación, al comprobar como una de las mentes más lúcidas que hemos conocido en nuestra vida se malgastaba, eclipsando algunas de las horas de conversación más enriquecedoras de las que haya podido disfrutar nunca. Pero de eso, hablaré otro día

7 comentarios:

alelo dijo...

Oye Juancar... que digo yo que estábamos mejor coleccionando versos que pasando calor en el desierto. No puedes llevarnos de aquí para allá sin avisar, que después no tenemos las maletas preparadas.

Y encima nos llevas a un desierto que nos hiela el corazón...

Ya te vale.

Juan Carlos dijo...

En breve volveremos a Lisboa, camino de Paraíso. Pero quería hacer esta pequeña parada en el desierto.

¿no os ha gustado?

Pues antes de volver a la capital lusa estoy preparando una entrada sobre un cura que tú conoces muy bien... No creo que me de tiempo a colgarlo esta noche, me caigo de sueño.

Anónimo dijo...

Hola Juan Carlos,

lo bueno del viaje es quizás lo que más asombro nos puede proporcionar en la vida, pero, irremediablemente, también es lo que nos produce más nostalgia.

Yo siempre he querido ir al Sahara (bueno al menos desde que me regalaron el libro de fotografía Mañana en el Sahara) y ya lo echo de menos sin haber estado allí. Hecho de menos a sus gentes, a su lengua musical e incomprensible, pero sobre todo el tacto y el perfume de la arena que nos erosiona la piel y el corazón.

Huy, me estoy poniendo demasiado trascendente y nostálgica.:)

Un saludo

Gema

Ah, tengo curiosidad por ver cómo acaba mi historia (la de Paraíso)

Juan Carlos dijo...

Hola Gema,

Me alegra verte por aquí de nuevo. Continuaré en breve con tu historia, aunque sigo pendiente de que alguien sugiera cómo continuar, que ese era el sentido de este relato.

En cuanto al Sahara te aseguro que te enamorarías completamente.

Un beso.

Anónimo dijo...

Seguro.

Además estoy estudiando un poquito de árabe (aunque es árabe magrebí, no sé si allí lo hablan).
Aunque lo que tenía que estudiar es castellano, mira que escribir hecho con hache (¿en qué estaría yo pensando? Me di cuenta en cuanto pulsé el dichoso botoncito)con filología hispánica a cuestas.. Perdón por el lapsus.

Hasta la próxima
Gema

Ah, por cierto, estoy impaciente por ver otros finales, aunque yo ya he pensado en un posible final. Una pista:

"O Portugal futuro é um pais
aónde o puro pássaro é possível"

Juan Carlos dijo...

Tendré en cuenta el posible final.

El árabe que se habla en el Sáhara es el Hassani, parecido al magrebí pero con algunas variaciones. Pero te entenderían perfectamente. Además muchos hablan castellano y francés.

Juan Carlos dijo...

Me encanta Ruy Belo....

O portugal futuro é um país
aonde o puro pássaro é possível
e sobre o leito negro do asfalto da estrada
as profundas crianças desenharão a giz
esse peixe da infância que vem na enxurrada
e me parece que se chama sável
Mas desenhem elas o que desenharem
é essa a forma do meu país
e chamem -lhe elas o que lhe chamarem
portugal será e lá serei feliz
Poderá ser pequeno como este
ter a oeste o mar e a espanha a leste
tudo nele será novo desde os ramos à raiz
À sombra dos plátanos as crianças dançarão
e na avenida que houver à beira-mar
pode o tempo mudar será verão
Gostaria de ouvir as horas do relógio da matriz
mas isso era o passado e podia ser duro
edificar sobre ele o portugal futuro